miércoles, 18 de septiembre de 2013

Álbum de verano (XI)

Tranco undécimo (Palacio)

Volviendo de Nava -donde pasamos la tarde- por la antigua carretera general, recuperamos la toponimia de una infancia de felices excursiones dominicales: Infiesto, Arriondas, Villamayor, Beleño, Llano de Margolles, Santianes, Ribadesella... ( A propósito de asuntos toponímicos escribió hace poco  un par de entradas- una y otra- en su blog A. Trapiello. En la primera, entre los comentarios, se puede leer esto que pego aquí: 
  1. Ya lo sabrán casi todos ustedes. Cultismo que frenó la normal evolución fonética del latín al castellano (diptongación de la vocal tónica, pérdida de la postónica), dícese que MÉRIDA debería ser MIERDA.

  2. Yo no lo sabía y ni siquiera sé si eso es así, y no una mixtificación. Parece más bien cosa de mala idea. Pobres emeritenses. Este verano nos contó alguien que había visto desde el tren y escrito en uno de esos muros ferroviarios que hay en las afueras de las ciudades, este grafiti en la capital manchega: "Albacete: ni cagues". Parece una invención de Solana, para la España negra. Pobres albaceteños, con cuánta paciencia han de llevar la cruz de un ripio que rima también con la mala idea. 

    Ea).



Esto tendría que escribirlo mi prima M.J., que es la genealogista de la familia y lleva años fatigando archivos y parroquias para recuperar la memoria de nuestros más antiguos ancestros. Algunos vivieron muy cerca de aquí, en el concejo de Cangas de Onís, en el lugar de Intriago. Parece ser que venimos de los Alonso de ese pueblo, que se mezclaron con otros apellidos de la zona, o viceversa, por ejemplo los Labra, y vivieron sus vidas en estos valles. Muchos de ellos fueron bautizados, se casaron y fueron enterrados en la iglesia de Abamia, donde también está la tumba de Frasinelli y, cuentan la leyenda y una piedra labrada, don Pelayo y su mujer, Gaudosia... Se trata de una iglesia antigua, guardada, como tantas en el país, por un tejo centenario... En el arco de una de las puertas se puede ver todavía la figura de un obispo traidor, don Oppas, al que un espantable demonio arrastra por los pelos...






Sé también -gracias a mi prima- que en tiempos de Felipe II, acertó a pasar por aquí una delegación real, y que los miembros de esta, hombres naturalmente piadosos, no dejaban de acudir a este templo a realizar sus oraciones. Y que lo hacían armados con sus lanzas, que dejaban apoyadas en la puerta, no muy lejos de sus manos, por cuidado del oso, que era entonces vecino de estos montes y, sobre todo en el invierno, bajaba hasta este lugar y si no era una vaca o una oveja, no le hacía ascos a un colorado campesino...

Hoy está el lugar bastante abandonado, y solitario, y silencioso, y ni osos ni lanceros reales se ven ya por allí. Ni siquiera turistas...





Bajo el alpende del jardín, pudimos contemplar hoy cómo se disolvía la tarde como un terrón de azúcar (moreno).

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