Tranco cuarto (Asturias)
Gaviotas en Oviedo, conversando, como nosotros, en la calle
del Peso. Habrán venido, también como nosotros, a ver a los viejos amigos…
En Santianes, pasando la tarde con N. y los chiquillos, nos
encontramos con John Silver en una silla de ruedas eléctrica. Pero ya no parece
John Silver. Hace veinte años andaba por estos caminos con la mirada turbia y unas
muletas de madera, y se subía a las barricas de un oscuro chigre de Santaolaya,
desde donde dejaba pasar, melancólico, el tiempo. Seguramente soñaba con su
barco, con las largas travesías, con aquel tesoro perdido… Al despedirnos, al filo
de la medianoche, lanzó N. – los tenía guardados de las últimas fiestas- dos
voladores. Volvimos a casa felices y dejando tras nosotros un heroico aroma de
pólvora quemada…
A la playa de El Espartal se llega entre naves industriales
y una fábrica de cinz. Pero es hermosa esa playa, con un faro a la diestra y
las torres de Salinas, lejanas, a la siniestra. Flotaban jirones de niebla sobre
la arena que se movían como los muiles que se acercaban a las aguas poco
profundas de la orilla. El mar estaba quieto y dormido. En la línea del
horizonte, como en una página en blanco, la letra capitular de un carguero…
(El barquillero de El Espartal. Foto -bien hermosa- de Carmen Santamarina)
Entre otros muchos, conserva mi padre en su cartera un
carné que le habilitaba para usar un encendedor. Se lo regaló mi madre cuando novios. Del encendedor ya no hay noticia. Sin embargo aún lleva mi padre en su cartera ese documento. No ha dejado mi padre de pagar nunca un
tributo municipal, por insignificante o extravagante que fuera. En nuestra
infancia, las únicas bicicletas de nuestro pueblo que estaban matriculadas
fueron, cada verano, las nuestras…
Visita a Luna, que ha parido siete cachorros. Al llegar,
encontramos solo a seis. Después de mucho buscar, descubrimos al séptimo bajo
una pequeña manta. Estaba tan profundamente dormido, y ocupaba aún tan poco
espacio en este mundo, que habíamos pasado a su lado sin darnos cuenta. Su
madre ya no les hace mucho caso y, aunque son preciosos –pequeños, peludos,
suaves…-, mi prima anda indagando a quién le gustaría adoptarlos… Y todavía no
encuentra a nadie.
(Luna y algunos de sus cachorros)
En la librería, como después de mucho buscar entre las
mesas y los estantes no encuentro lo que busco, me veo obligado a acercarme al
mostrador y preguntarle a la dependienta. Como es una mujer muy profesional,
hace como que no se inmuta, pero me doy cuenta de que se le ha subido
ligeramente el párpado izquierdo:
-Busco un libro… Se titula “Nuevas maneras de matar a tu
madre”…
Como el párpado le continúa latiendo, esconde el rostro
tras el ordenador y, sin abandonar ese parapeto, me señala el piso de arriba.
-En la primera planta, por favor.
En Villaviciosa con J. y E. Comimos en El Catalín, de cara
al mar, y luego nos acercamos a Tazones. La madre de J. nació allí. Su abuela
era la maestra del pueblo. Llevaban, nos dice J. que contaba su madre, una vida
muy miserable estas gentes. El trabajo en el mar era duro y peligroso y apenas
dejaba para comer. Hoy, sin embargo, hay muchos más restaurantes que barcos, y
tiendas para los turistas, de azabaches y otras golosinas.
Luego subimos hasta el faro. No había por allí ni un alma. Solo nosotros, el viento que silbaba entre los eucaliptos y el murmurar del mar al pie del acantilado. Como si fuésemos contrabandistas a la espera de la noche y de una señal en el horizonte...
(Faro de Tazones)
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