Vinieron
C. y H. a por M. Y R., a punto de irse de viaje a Vietnam. Trajeron consigo
unos cachopos medievales. Los componen por cientos en una carnicería de la
calle Campomanes, en Oviedo, muy cerca del seminario. Anuncian –y no hay razón
para ponerlo en duda- más de doscientas clases –la ciencia combinatoria da para
eso y para más-. Algunas las detallan en un pasquín: cecina y queso de cabra;
jamón ibérico y foi; jamón serrano, queso azul y pimientos del piquillo; dulce
de manzana y queso de cabrales; cebolla caramelizada y setas al ajillo; setas
al ajillo y morcilla matachana; jamón ibérico, gambas y espárragos; salmón
ahumado, espárragos y setas… Como se ve, aunque algunas combinaciones resultan
un tanto fantásticas y extravagantes, con la lectura de ese pequeño folleto ya
se siente uno perfectamente alimentado. Los cachopos que comimos nosotros –ya
no recuerdo de qué eran- resultaron deliciosos y nos condujeron hacia la
sobremesa con el mejor de los ánimos…
Esta
mañana, al llegar a Posada, cruzaba el pueblo una briosa banda de gaiteros.
Sonaba –nos pareció a nosotros- mejor que la mejor de las escocesas…
Hemos
amanecido hoy dentro de una redoma de niebla. Como aquellas que llevaban dentro
un genio.
En
Llanes, nos encontramos de pronto con Santa Ana. Acababa de llegar a puerto. La
estaban devolviendo a su capilla tras la procesión marinera. En cuanto estuvo
bajo techo, comenzó a llover.
El otro
día, en Oviedo, compré una gorra. No en Albiñana, que es sombrerería de solera,
sino en uno de esos grandes almacenes en los que lo venden todo a unos precios
ridículos. Me costó cuatro euros –todo será que cuando me la empiece a poner me
deje calvo completo-. Me la probé. Me dijeron todos que me hacía mayor. No les
hice caso. La compré por estrictos motivos literarios. Tengo para mí que esa
gorra me va a ayudar a escribir, algún día, una novela. En primer lugar, sin
esa mascota uno no tiene cara de escribir novelas. Con ella, en cambio, podrían
cambiar las cosas… Tal vez me mantenga, los días del frío invierno, la cabeza
abrigada, y no se me helarán, como ahora, las ideas, escenas, tramas y
personajes… Quién sabe. Claro que es posible que la novela, si acaba saliendo,
valga lo mismo que la gorra, o incluso menos…
Me
despertó, en mitad de la mitad de la noche, el sonido de la lluvia dando de
beber al mundo.
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