En el viaje, nos pusimos literarios…
Al pasar bajo el castillo de Garcimuñoz, llanto por el
caballero Manrique, que batalló por él y sufrió, en aquel lance, una herida de
lanza que acabó con su vida…
Cruzamos luego el Tajo. Del río aquel de Garcilaso, no queda ya nada. Ya no son vecinas suyas las ninfas de los cabellos de oro y sus aguas han dejado de
ser puras y cristalinas…
En Madrid, el paisaje es ceniciento y triste. Como si la
contaminación fuese acumulando en estos confines sus cenizas. Las afueras y
desmontes por los que paseaba Baroja son hoy ciudades enormes sin señas
particulares, aburridas, feas, sin gracia…
Resonaban en el Guadarrama los versos de Panero, y tras él,
los místicos paisajes de Ávila y Segovia…
Por Medina del Campo nos vienen siempre a la memoria la pintura que hace de ella Ferlosio en su "Alfanhuí":
Por Medina del
Campo pasan todos los caminos. Ella está como una ancha señora sentada en medio
de la meseta; ella extiende sus faldas por la llanura. Sobre la rica tela, se
dibujan los campos y los caminos, se bordan las ciudades. Medina del Campo
tiene cuatro sayas: una gris, una blanca, una verde y una de oro. Medina del
Campo lava sus faldas en los ríos y se muda cuatro veces al año. Las va
recogiendo lentamente y en ella empiezan y terminan las cuatro estaciones.
Cuando llega el verano extiende su falda de oro: “¡ea, los pobres, salid a los
caminos!”
Luego veo a mi padre, rapaz en la estación de este pueblo,
con una maleta de cartón y ojos de sueño, recién llegado de un largo viaje
nocturno para hacer la mili. Y no me olvido nunca, no sé la razón, de que la madre de Perucho
era de aquí…
El Duero, en Tordesillas, ya no suena a romance ni a los versos limpios de Machado...
Al salir del túnel de El Negrón, brillaba Asturias como una
piedra preciosa.
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