miércoles, 11 de septiembre de 2013

Álbum de verano (VI)

Tranco sexto (Palacio)


Paseo hasta Mestas. A cada paso que dábamos, se levantaba la niebla un metro (más o menos). En Ardisana, cuando todavía estaba baja, junto al viejo lavadero merodeaba un hombre hosco, de barba cerrada y una extraña fiebre en los ojos. Miraba desconfiado a todas partes. Al vernos, se esfumó por una calleja.

Una hora antes lo había visto pasar delante de la casa, con un andar destartalado y la misma rara luz en la mirada. Avanzó hasta el final de la carretera, donde los contenedores de la basura, los abrió, y estuvo un rato rebuscando en ellos… “¿Quién será este hombre?”, nos preguntamos.

Después de Mestas volvimos por Riocaliente. Frente al río, que cantaba incansable la canción de su viaje, nos paramos en un chigre que se llama “El Mundo de la Cerveza”. Tomamos unas artesanales que se anunciaban en un cartelón junto a la puerta:

Muchos siglos atrás, en nuestra tierra, cuando las noches aún no se concebían sin el aullido de los lobos, las tribus astures todavía libres, adoraban a sus dioses en las ancestrales noches tan solo iluminadas por las hogueras que calentaban a las mujeres y hombres que nos antecedieron. Uno de aquellos dioses era Belenos, el cual era reverenciado como el Dios de la Luz y el Fuego. Aquella divinidad de poderes sanadores y ligada al culto solar, miles de años después da nombre a la primera cerveza asturiana, quizás sucesora de aquel “ythos” del que habla Estrabón, y que decía bebían los astures…

Naturalmente, con una literatura así, cómo negarse a probar semejante néctar… El aullido de los lobos, las nocturnas hogueras, Belenos, Estrabón… Daban ganas de coger la botella, bebérsela de un trago y, tras proferir un grito desgarrador y salvaje –lo que se imagina uno que gritarían los antiguos astures-, lanzarse de nuevo a luchar con los romanos – o a falta de ellos, contra madrileños y vascos, que son ahora lo que más se encuentra por estos lares-. Y venir luego a contarlo aquí, con ese mismo estilo inflamado del cartelón, y comenzar un gran ciclo narrativo asturiano… Sin embargo, nos limitamos a beber la cerveza, que no estaba mal…


La buena compañía de la mesilla de noche: Cunqueiro, Stevenson, Tóibín, Jabois…


Los petirrojos del jardín viven entre las hortensias. Son enérgicos y confiados. De ideas claras. Miran a todas partes como quien sabe muy bien lo que busca. Tienen el pecho del color de algunos atardeceres y el canto mecánico, como si le estuviesen dando cuerda a un reloj. Cantan poco. A lo mejor los petirrojos de nuestro jardín no son petirrojos…


Visita de don A. Aunque lo acaban de operar de una cadera, sube por el prado, en mitad de la noche, con juvenil agilidad. Nos trae, como saludo de bienvenida, dos docenas de huevos rubios, de gallinas de caleya, que son unas gallinas diletantes y flâneurs que se pasan el día por ahí, callejeando y libres… Con huevos así salen unas tortillas coloradas y sabrosísimas, como de otro tiempo.

Hablamos de la obra que han hecho, de ese cobertizo que nos abriga ahora del sol o la lluvia cuando salimos a leer en el jardín. Antes, en los años de la fiebre constructora, habrían tenido que esperar varios meses por el carpintero. Pero ahora han mudado mucho los tiempos y encargar la obra y tenerla concluida fue todo uno. Las tejas las pusieron ellos, entre don A. y V. Son tejas viejas, casi centenarias, que tenían guardadas. Como sucede con los huevos, nada que ver con las que se fabrican ahora. Las de ahora, nos explica don A., que fue en su mocedad tejero, son tejas sordas. Las haces chocar y solo producen un sonido seco y sin música. Por el contrario, unas tejas viejas, si las juntas, suenan cristalinas y puras, como campanillas…


Mientras hablábamos de estos asuntos, un resplandor se abrió como una flor en el cielo oscuro. Pensamos en el rayo y la tormenta. Pero lo que llegó a continuación no fue el rugir del trueno, sino el ruido redondo y sordo de un volador. Las fiestas de La Magdalena. Durante el verano, en Asturias, no hay noche sin una fiesta en un prado y silbantes voladores que alumbran y golpean el tambor del cielo.

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