martes, 7 de junio de 2011

De tal palo...

Está la monarquía de capa caída. Ya no son, sus miembros, ni simpáticos ni campechanos, y se muestran gruñones o altivos... A mí, la verdad, me importan poco, pero tal y como están las cosas, tal vez ha llegado el momento de hacer un ERE en la casa real y dejarlos en el paro.

No alberga uno muchas esperanzas en que una república viniese a mudar demasiado las cosas, pues no hay más que ver a los presidentes de los diferentes gobiernos que nos tocan para darse cuenta de que serían entonces estos los que se comportasen como reyezuelos. Pero al menos tendríamos la posibilidad de cambiar de monarca cada cierto tiempo.

Cabe también la posibilidad de mantener la plaza, y sacarla a concurso-oposición. Deberían los aspirantes demostrar, además de un gran dominio de tres o cuatro idiomas, cierta finura, una gracia natural, vasta cultura y unas dotes oratorias que los de hoy están lejos de poseer. Tendrían que demostrar, finalmente, una evidente aristocracia espiritual, que es la única que existe. Además, podría ser un hombre o una mujer, cosa que ahora no sucede.
La que tenemos ahora es, nos dicen, una monarquía moderna, pero eso es un oxímoron. O se es monárquico o se es moderno, pero las dos cosas al mismo tiempo es imposible. Lo que me parece que son es unos pícaros de cuidado, que mientras aceptan con una mano anacrónicos privilegios, recogen con la otra todas las ventajas de estos tiempos. Soy príncipe, pero como soy muy moderno, me caso con quien me da la gana. Pues no. Si aceptas ese título, te unes en matrimonio a una de las princesas que aún circulen por el mundo, y si no te gusta ninguna, porque son todas muy feas o caprichosas, pues te aguantas.

A mí nunca me han parecido ni simpáticos ni sencillos. Si vives en un palacio rodeado de chambelanes, sencillo no lo puedes ser. Y más que simpático, este rey nuestro es más bien un hombre chusco y vulgarote. Muy plebeyo.

Pero caen en gracia. Sin embargo, si se van a empezar a poner desagradables, entonces las cosas resultan muy diferentes. Hasta ahí podíamos llegar.



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