martes, 14 de junio de 2011

Leviatán

Casi un mes me ha llevado leerme este libro. Comencé con muchas ganas, muy interesado en lo que me contaba de las ballenas, esos animales prodigiosos y masacrados por la codicia y el progreso. También me animaba el hecho de que se hablase largo y tendido de Melville, de tan ajetreada vida, y de las tierras de Nueva Inglaterra y de New Hampshire, paisajes que para un lector de Irving resultan siempre familiares y queridos.

Sin embargo, poco a poco fui perdiendo la ilusión y las ganas, y cada vez se me hacía más cuesta arriba tomar el grueso volumen. No es que esté mal, no..., pero tampoco bien. Es uno de esos libros en los que el autor va contando un montón de cosas pero un poco a la diabla, por donde le sopla el viento en cada momento. Eso, algunos lo alaban mucho y lo llaman escritura libre o desatada. Citan a Chatwin y a Sebald y ya se quedan tan anchos. No sé. Yo creo que eso no ha existido jamás. En literatura, como en cualquier otro arte, aquello que aparenta mayor naturalidad, y hasta desaliño, si merece la pena es porque ha nacido de un artificio ciudadoso y delicado. Si no lo hay, se desvanece el encanto, y esto precisamente, el encanto, tan intangible y misterioso, es lo que no ha encontrado uno en este abnegado libro. Tal vez ha sido culpa mía, que no lo he sabido encontrar. Mira que lo lamento.


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