miércoles, 1 de junio de 2011

La república de los gorriones

Puente de la patria manchega.

Habíamos pensado aprovechar estos dos días para ir a Madrid y pasarnos por la Puerta del Sol a mostrarles nuestra simpatía a los que allí llevan semanas acampados. Sin embargo, al final tomamos la dirección opuesta y nos fuimos a la playa, a un hotel de cierto lujo. Al pueblo de Águilas. Es vergonzoso, pero es así.





Sentimos a todos esos puertasoleños muy cercanos, y compartimos con ellos casi todas sus quejas y reivindicaciones. Nos emociona verlos en la tele y hasta notamos un cierto orgullo, como si fuesen de la familia. Todo esto es verdad, pero a la hora de elegir, nos inclinamos por la habitación espaciosa con aire acondicionado y vistas al mar. Como se ve, como activistas políticos no valemos un pimiento. Ahora, como ricos, si lo fuésemos, haríamos un gran papel.


El hotel lo encontramos medio vacío. Los únicos clientes eran una docena de alemanes jubilados y un grupo de antidisturbios de la Guardia Civil. No es que los alemanes fuesen peligrosos, todo lo contrario, sino que estaban, esos benémeritos muchachos, de maniobras, cursillo o, tal vez, preparándose para asaltar los campamentos de Madrid.


 
A. y yo nos mirábamos y nos sentíamos un poco mal. Pero solo un rato. Es lo que tiene la vida de rico, que es tan fácil que se hace uno con ella muy rápidamente... Tumbados al lado de la piscina, acariciados por la brisa marina que peinaba las plameras, nos olvidábamos enseguida de nuestros remordimientos...

Sin embargo, al poco aparecía uno de los guardias civiles, se daba un chapuzón, se pedía una cerveza, y de nuevo nos volvían los reconcomios.

-Lo mejor es que aprovechemos este par de días -le decía a A.- porque dentro de poco tendremos que trabajar todo el año y como nos habrán bajado el sueldo a la mitad, estos hoteles no los volveremos a conocer...

-Desde luego, -reflexionaba A.-si todos actúan como nosotros, no nos van a dejar ni el tiempo ni el dinero para venir a sitios como este, aunque sea temporada baja... Deberíamos haber ido a Madrid...


-Nos habría salido mucho más caro: el tren, el hotel, la Feria del Libro... Cuando pase todo eso, tampoco podremos viajar a la capital...

Nos quedamos callados. Me puse entonces a contemplar a los gorriones. Bajaban hasta el borde de la piscina, a beber un poco y remojarse las plumas y se iban enseguida, a sus terrazas en las ramas de las palmeras. También había golondrinas, pero estas eran más circenses. Caían en picado hasta el centro de la cubeta y cuando se iban a estrellar torcían su dirección y pasaban en vuelo rasante sobre el agua al mismo tiempo que recogían un buche con el pico. Seguramente por la cercanía de los antidisturbios, me parecieron como esas piruetas y acrobacias que hacen los aviones de combate el día de las fuerzas armadas.


Entonces, observando a unos y otros, di en pensar que no estaría mal ser un poco como esos pájaros, pertenecer, por ejemplo, a la república de los gorriones, y poder entrar en las piscinas a beber un poco y remojarse sin  tarjeta de crédito ni remordimientos. Ni ricos ni pordioseros, ligeros de equipaje, libres y felices, vagabundos con pequeñas alas. Y por las tardes, visitar a otros pájaros amigos, más concienciados y serios.

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