lunes, 20 de junio de 2011

Pecado mortal

Estaba siendo una plácida mañana dominical. Nos levantamos  algo más tarde que de costumbre, incluido P., salimos a por el pan y los periódicos y a por pasteles a esa pastelería finísima que hay cerca del ayuntamiento... A media mañana llegaron las primas y la abuela F., que venían a comer.

Sin embargo, justo antes de ponernos a ello, cuando ya estaban todos a la mesa esperando que A. y yo llevásemos el gazpacho -de Mercadona, por supuesto-, se desató una tormenta. Cuando llegamos al salón con los cuencos en la mano, C. estaba llorando amargamente.

-¿Qué ha pasado? -preguntamos-, ¿por qué lloras?

Se explicó la abuela:

-Nada, lo de siempre, que acaba de echarle unas miradas a su hermana..., y no sé qué le ha dicho al angelico, por lo bajo, nada bueno..., y entonces le he dicho yo que si hubiese hecho la comunión pues que ahora estaría en pecado mortal...


Al oír esto, C. redobló sus sollozos.

-Pero si el pecado mortal ya no existe-acerté a decir, a ver si se calmaba el turbión.- Hace ya un tiempo que lo quitaron-.Y seguí: -Además, como no has hecho la primera comunión..., pues no pasa nada..., no llores por eso C.
-Es que no me gusta que me digan esas cosas...- hipaba la pobre C., y no era capaz de ponerle freno a sus lágrimas.

La abuela no decía nada, pero estaba indignadísima, por lo que había visto que C. le había hecho a su hermana pequeña, pero también por haber provocado, sin pretenderlo, esa pequeña tragedia, y sentirse por tanto responsable del llanto desconsolado de su nieta.

Entonces intervino P.:

-Es que una abuela no puede decirle eso a un nieto...- opinó.

Lo fulminó A. con el rayo de una mirada furibunda seguido de un trueno tremendo que le pedía que él se callase, que nadie le había preguntado nada. Eso sumó un indignado más a la mesa. C., la abuela F. y ahora P.

Después de un rato, hice otro intento, a ver si escampaba.

-Para el postre os he comprado unos pasteles exquisitos, de esos que os gustan tanto -anuncié- La dependienta es de Sao Paulo, me lo ha dicho esta mañana. Hemos estado charlando un poco-. Como nadie parecía muy interesado, me levanté a por esos dulces lujuriosos: chocolate con naranja, chocolate con cereales, bizcochetes de limón y de almendras...



Los coloqué en el medio de la mesa con sumo cuidado. Tenían un aspecto espléndido. Pero ni C., ni P. ni F. consintieron en probarlos. Apenas los miraron, y dijeron sentirse desganados. De manera que allí nos quedamos A. la grande, A. la chica y un servidor, dando buena cuenta de esas delicias...



C. y P. se fueron al cuarto de este, y F. al sofá. Y ya fue pasando la tarde, y la tormenta se fue diluyendo poco a poco hasta olvidarse. Y a las ocho nos fuimos al Altozano, indigandos ya todos, aunque de otra manera, a manifestarnos un rato. Estuvo bien. Poca gente para mi gusto. Y al final, al acabarse los discursos y proclamas, de pronto, comenzó a sonar, por los altavoces, ¡la música de los payasos de la tele! Me alegró, pues nos trajo memoria de los días felices de la infancia, pero no entendí por  qué, en ese momento, en ese lugar, esa música...????


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