sábado, 27 de noviembre de 2010

Arte moderno (continuación de "Pensamientos abstractos")

Con cierta frecuencia, se pondera lo saludable que resulta leer opiniones inteligentes pero contrarias a las que uno pueda sostener, ya que, se dice, resultan un estímulo para nuestra mente, que se ve forzada así a buscar nuevos argumentos que oponer y sobre los que continuar sosteniéndose. O, mejor aún,  podemos incluso llegar a mudar de opinión, y comprobar que vivíamos en el error y el extravío. Signo de sabiduría. Yo creo que esto es verdad. Pero también es igualmente cierto que, aunque menos saludable y menos sabio, lo que más gusto da no es eso sino  todo lo contrario, esto es, encontrarse con opiniones inteligentes que piensen lo mismo que uno y que nos den la razón. De manera que imagínense el placer que nos ha producido el leer  lo que sigue sobre el arte moderno:

"Bien están las travesuras, que se ventile burlonamente y con descaro el exceso de seriedad que muchos se empeñan en que tenga el arte; pero cuando las bromas se comercializan con beneficios multimillonarios y además se hacen sagradas, la cosa ya pasa de castaño oscuro."

Y continúa:

"¿Es posible un museo de arte de vanguardia? Seamos juiciosos, las vanguardias no están nunca en un museo, y si están es que ya no son vanguardias. Los vanguardistas han de ser incomprendidos e invendibles, malditos, objetos de befa y escarnio, o como mínimo de indiferencia glacial. Es el precio que se paga por ir delante; se abre camino, pero se reciben todas las bofetadas; cuando no es así, es que nos están engañando miserablemente".

Esto lo acabamos de leer en el libro que llevamos en el bolsillo del abrigo estos días, con el que preparamos un próximo viaje a Barcelona. Se titula Barcelona y sus vidas, y es una colección de artículos bellísimos en los que Carlos Pujol nos cuenta, además de muchas otras cosas, esa ciudad, la visible y la que no se ve, y las vidas que en ellas dos palpitan.




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