sábado, 6 de noviembre de 2010

El mendigo

Camino de una reunión, por la tarde, en el trabajo, un grupo de críos me abordó entre risas:

-¡Señor!-me llamaron- ¿Tiene usted Twitter?- preguntó el más descarado, mientras continuaba riéndose.

Cómo le miraría que se le retiró la risa de inmediato.

-Era una broma-se disculpó.

-Mejor- le dije- porque si no...- y dejé colgados de esos puntos suspensivos las más terribles posibilidades.

Era esta la forma con la que pedía limosna un viejo mendigo, hace más de cincuenta años, por las callejas de Ablaña. Lo hacía con voz gravísima y centellas en los ojos, nos contaba mi madre, amedrentando a mujeres y niños. Hasta que tropezaba con alguna más brava que se le enfrentaba, valerosa:

-¿Y si no, qué?- le replicaba.

En esos casos, al pordiosero le salía una voz menguada y doliente y, cabizbajo, con la mirada apagada, decía:

-Pues que si no, me marcho sin ella.

Y,efectivamente, se iba camino adelante.



Mendigo, de Nonell

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