jueves, 4 de noviembre de 2010

Viaje a Teruel (II)

31 de octubre de 2010

Tenemos el hotel en Gea de Albarracín, un pequeño pueblo en las estribaciones de esa sierra. Calles estrechas, una vieja ermita, los restos apolillados de un acueducto, una Plaza Mayor muy pequeña, casas con corral y gallinero, silencio y soledad. Casi no hay lugar para aparcar los coches. Un lugar antiguo.

Muy temprano -otra vez-, salimos hacia Albarracín, por una carretera suntuosamente otoñal, con los árboles vestidos de oro viejo. Álamos y chopos y algunas sabinas.

Albarracín es un pueblo precioso, medieval y expresionista, con calles empedradas y casas de ángulos imposibles, unas sobre otras. Tienen todas éstas, salvo un par pintadas de añil, el color del barro cocido, y en cada esquina se abre una vista prodigiosa. La muralla, en lo más alto, parece un fragmento de la China.



La Muralla China, a su paso por el lugar de Albarracín









La Plaza Mayor es bellísima, y hay allí una veleta heroica sobre una pequeña espadaña con reloj.










Cuando llegamos, apenas había gente por las calles, pero a la media hora estaban ya todas a rebosar de turistas, caminando, como nosotros, embobados, husmeando curiosos por todos los rincones,con sus cámaras de fotos colgadas al cuello. A la gente, como se ve, le gustan las cosas bellas, los lugares hermosos, a pesar de la opinión de los políticos y los arquitectos modernos, que llevan años empeñados en lo contrario, y gustan de encerrarnos en edificios tristísimos y lamentables y de hacer las ciudades, si cabe, más invivibles.





Después del alto para la comida, que hicimos rodeados de un ejército de ancianos enérgicos y jubilosos, pastoreados por jóvenes guías de aspecto cansado, nos dimos una vuelta por el campo, a ver pinturas rupestres, y, a la vuelta, visitamos el Museo del Juguete que hay allí.






Un verdadero oxímoron eso de "Museo del Juguete," porque un juguete no puede estar jamás en un museo. El juguete tiene que estar en manos de un niño. Si lo sacas de ahí y lo colocas dentro de una vitrina, ya es otra cosa. Mucho más triste, claro, y sin vida, un objeto disecado y sin alma. Pues eso es ese lugar, un sitio un tanto siniestro. Daban ganas de rompre los cristales y rescatar los madelmanes de nuestra infancia, ponerlos en manos de la chiquillería y salir corriendo, como ladrones.












De vuelta a Gea, nos alargamos hasta Cella, otro pequeño pueblo que me había recomendado mi amigo Enrique porque hay allí un fantástico pozo artesiano, el mayor de Europa. Los años de nieves y lluvias copiosas hace brotar de la tierra 3.500 litros por segundo. Como estaba empezando a oscurecer, nos perdimos por las calles del lugar, y cuando por fin dimos con esa fuente maravillosa, ya era de noche y estaban encendidas las farolas. De manera que el sitio nos pareció aún más delicioso. "La Fuente de Cella", la llaman, y le han levantado alrededor un modesto parquecillo, para que la gente repose un poco, y una capilla, supongo que para dar las gracias por semejante don. Nos pareció un lugar mágico.





Al final, va a ser cierto que Teruel no es un lugar real.

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