martes, 9 de noviembre de 2010

Viento marino

Llevamos dos días de vientos furiosos que vienen silbando una tétrica canción por los huecos de las escaleras y los patios de luces. Azotan con violencia los toldos de las casas y de los quioscos y los hacen  chasquear como lo harían con las velas de un viejo barco. Sacuden las banderas de los edificios oficiales y de los balcones particulares que aún siguen celebrando la victoria en el Mundial, y las hacen retorcerse y enredarse en sus mástiles sin descanso. Y agitan las copas de los árboles de tal manera que sale de ellas un ruido de lluvia o de olas estrellándose contra la escollera de un puerto.




Tal vez sea por esto último por lo que, cada vez que llegan a la ciudad unos vientos como estos, sentimos que no nos extrañaría nada encontrarnos, al doblar cualquier esquina, frente al mar, un mar agitado y embravecido, con su pequeño malecón, su dique y su rompeolas. Jugamos entonces un rato con esta idea, con que fuese esta una ciudad con mar, y nos imaginamos dónde lo colocaríamos, si más allá de las vías del tren o, por el contrario, al lado de la Circunvalación... Y con estas fantasías vamos caminando, de vuelta a casa, contra este viento poderoso y marino.






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