lunes, 8 de noviembre de 2010

Otoño

A pesar de lo que digan los calendarios, el otoño ha entrado en nuestra ciudad hoy, 8 de noviembre de 2010. Hasta ahora no habíamos tenido noticias de él, con días apacibles de temperaturas benignas y cielos claros y soleados. Pero hoy ha llegado un viento furioso y despacible que ha sacudido sin miramientos las ramas de los árboles y ha comenzado a arrancar de ellas sus hojas maduras, verdes unas, amarillo limón otras. Bailan en el aire con alegría, como si estuviesen jugando, realizando cabriolas y tirabuzones de mucho mérito, antes de posarse sobre las aceras. Resulta todo un espectáculo contemplar estas caídas tan artísticas. Además, alfombran las calles con cierto estilo y da mucho gusto caminar entre esas hojas diminutas y pálidas. Pasea uno sobre ellas y parece que piensa mejor y que se vuelve uno más bondadoso, comprensivo y sensible. No me pregunten por qué, pero a nosotros nos da esa sensación. Somos, es cierto, grandes partidarios del otoño, de sus tempranos atardeceres, de esas hojas caídas, de sus vientos iracundos como viejos reyes...

3 comentarios:

  1. No le voy a negar, señor Enrique, que el otoño, con sus cálidos colores, nos trae unas estampas dignas de contemplar. Aún así, y quizá por lo que acabo de decir, el otoño es una época un tanto tristona y melancólica.
    Además, esos vientos huracanados que han rugido ferozmente en nuestra ciudad pueden resultar un tanto molestos...

    ResponderEliminar
  2. A mí no me gusta el otoño

    ResponderEliminar
  3. Recuerdo, y recordando digo... un principio de novela que ha venido enganchado en las hojas otoñales de Enrique:

    "El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo."

    Pinta Enrique el viento tan diestra y finamente como su casi paisano. O mejor.

    ResponderEliminar