lunes, 27 de febrero de 2012

Cardiología y carnaval

Parece como si de todo hiciese una semana.

Hace exactamente siete días me fui muy temprano con mi padre a Oviedo, al ambulatorio de La Lila, para que lo viese un cardiólogo. Llegamos media hora antes de la cita, de manera que dimos un pequeño paseo. Quería mi padre comprarle un décimo de lotería al médico de ese centro, que por mediación de mi cuñada, que también trabaja allí, había accedido a atenderle cuando mi padre quisiese, evitándole esperar hasta mayo, que es cuando le habían citado en Mieres.

Nos acercamos a la calle Covadonga, donde había una administración, pero la encontramos cerrada. Era tan temprano que todavía andaba la ciudad desperezándose, y apenas se veía a dos o tres peatones como nosotros y a los operarios municipales que estaban terminando de regar las calles. Coches también pasaban  muy pocos, algún camión de reparto y poco más... Comenzó entonces mi padre a recordar que en esa calle había habido hace años una mercería regentada por una mujer muy guapa de la que su amigo J. anduvo mucho tiempo enamorado. Pero era viuda, y tenía tres hijos, y los amigos le decían que para qué se iba a meter en semejante lío... No se sabe si fue por esos consejos o por otras razones, el caso es que J. no se casó y continuó soltero toda su vida. Hoy ya no están ni J. ni la bella mercera para contarnos su versión, ni  tampoco aquel negocio, que en el local aquel venden ahora teléfonos móviles...

Algo más abajo le conté a mi padre que, cuando yo estudiaba, había en esa calle un mesón en el que ponían unos pinchos de tortilla pantagruélicos, como yo no he vuelto a ver jamás. "Pues ese mesón ya estaba abierto cuando fui a la mili, y en él dejamos las maletas unos cuantos el día que marchamos, porque el tren no salía hasta las siete de la mañana y pasamos toda la noche paseando por ahí...", me contestó mi padre.

El médico no lo vio mal del todo, pero además del electro le pidió alguna prueba más, que tendrá que hacerse esta semana. Luego, por la tarde, nos fuimos P. y yo hasta Gijón, al carnaval, a cenar con N. y A. Como siempre que nos vemos, se nos hacen las mil, y volvimos a casa un poco tarde. Encontramos a mi padre enfadadísimo, y me echó una bronca tremebunda por llegar a esas horas (en realidad eran poco más de las doce), y además con el chiquillo... Le expliqué que estábamos de vacaciones, que P. podía dormir al día siguiente hasta la hora que quisiese, que era carnaval y en Gijón andaba todo el mundo disfrazado y feliz... No conseguí aplacarle. "Excusas, excusas", me replicaba sin querer abandonar su disgusto, enérgico y firme.

Fue una bronca tranquilizadora y revitalizante. En el primr caso porque comprobé que mi padre no está ni mucho menos tan mal como yo pensaba, y verle así me tranquilizó tanto como las palabras del cardiólogo esa mañana; y en el segundo porque me sentí, con mis cuarenta y tantos, rejuvenecido. Con esa edad, y tu padre poniéndote verde por llegar tarde a casa..., no me digan que no es como para sentirse bien joven.

Gijón, hace una semana
(Foto sacada del blog Luciérnagas de Luna llena)



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