jueves, 2 de febrero de 2012

Con el agua al cuello

La primera vez que oímos hablar de las novelas del comisario Jaritos fue por boca de mi prima M.J., que nos las alabó mucho. A nosotros las novelas negras, que se les dice ahora, nos gustan bastante. El motivo de esta afición tal vez sea porque en ellas, incluso en las mejores, la muerte tiene muy poca importancia y es, podríamos decirlo así, un asunto secundario. Si se trata de novelas de crímenes, resulta inevitable que algunos personajes se mueran y sea además la suya una muerte repentina y violenta. Porque el interés de esta clase de relatos radica en cómo se las va arreglando el héroe para resolver esos asesinatos y de qué modo termina por descubrir al culpable. De modo que si no fuese por ellos, los pobres asesinados, adiós novela. Así que lee uno todos esos descubrimientos de cadáveres con la mayor de las tranquilidades, y hasta hay ocasiones en las que pasamos las páginas deseosos de que aparezca un nuevo fiambre (usemos la terminología del género). Cuando  lee uno esta clase de novelas, se vuelve cruel y despiadado. Son, desde este punto de vista, narraciones deshumanizadas. Pero qué gusto da leerlas, incluso algunas rematadamente malas. ¡Cómo relajan el espíritu y disuelven las murrias que nos acongojan! 

El caso es que, llevados por la recomendación de mi prima, leímos hace ya un tiempo Muerte en Estambul, y, efectivamente, nos gustó bastante. Al margen de la trama, que ya no recordamos, nos quedó la memoria del comisario Jaritos, y la relación con su mujer, la señora Adrianí, él tan griego y tan machista, ella tan autoritaria, tan aguerrida, con tanto carácter... Luego, aunque nos hicimos el propósito de leer el resto de las protagonizadas por este comisario gris e inteligente, otras lecturas nos fueron apartando de esa decisión nuestra, y no leímos más. Hasta hace un par de semanas.

Un sábado por la mañana, mientras nos afeitábamos muy lentamente, escuchamos en la radio una entrevista con el padre de Jaritos, Petros Márkaris. Hablaban de la última novela del comisario, Con el agua al cuello, y de cómo reflejaba en ella la crisis de su país, y de que el misterio al que se enfrentaba en ella Jaritos era una serie de asesinatos de banqueros, corredores de bolsa, especuladores financieros, altos ejecutivos de las agencias de calificación... Nos puso los diente largos. Estas navidades, en una muy coqueta librería de Úbeda, nos la regalamos a nosotros mismos.



Hemos pasado momentos muy agradables recogidos en su lectura. No creo que haya, además, un libro donde se explique mejor cómo están los griegos hoy, sus problemas con las pensiones y los sueldos, los atascos de Atenas, las manifestaciones. Y será difícil encontrar en ningún sesudo estudio económico una explicación más transparente del modus operandi de los bancos y de este capitalismo salvaje que todo lo devora, especialmente los ahorros de los más débiles.

No voy a contar nada más, tan solo que por fin el comisario cambia de coche y que, por consejo de su yerno, se compra un seat, por solidaridad con otro país en dificultades, y que sale la final del mundial de Sudáfrica, y que aunque a Jaritos no le gusta nada el fútbol, ni lo entiende en absoluto, también por influencia de su yerno y su hija, que sí son aficionados, desea que gane España. Bueno, y antes de irme, también voy a dejar aquí una teoría muy sugerente de la señora Adrianí para resolver algunos de los graves problemas económicos de su país:

"-Dime una cosa-le pregunta la señora Adrianí- ¿se han vuelto locos?

Me pilla desprevenido (el narrador es el mismo comisario).

-¿De quién hablas?

-De esos que os han cargado con cinco años laborables más. No entiendo  cómo os resignáis sin hacer nada.

-¿Qué quieres que hagamos? Somos policías. No podemos salir la mitad de nosotros a la calle a romper escaparates mientras la otra mitad se dedica a perseguirnos y detenernos.

-Lo que podéis hacer, yo no lo sé, pero recuerda el viejo dicho: los primeros ochenta años son los difíciles, después te mueres y te quedas muy tranquilo.. Pues bien, ahora los primeros ochenta años no solo son difíciles, sino que, a este paso, pronto serán todos laborables. (Todo un carácter, la señora Adrianí).

-¿Tienes tú una solución mejor? (Casi todas las conversaciones entre ellos son así, como un ejercicio de esgrima).

-Sí. Que reduzcan la población  del país a la mitad. Quedaremos cinco millones y medio de habitantes, y los gastos se reducirán también a la mitad. Los franceses echan a los gitanos rumanos, ¿no?

-Si echamos a la mitad de la población, no sólo se reducirán los gastos, sino también los ingresos, ¿no te das cuenta?

-Claro que sí. Que expulsen a los que deben los veinticuatro mil millones en impuestos. De todas formas, el Estado no cobrará esos impuestos ni en los próximos ochenta años laborables. Que se queden solo los idiotas que pagan impuestos. Los gastos y la corrupción se reducirán con la marcha de los evasores de impuestos, pero los ingresos no mermarán, porque los idiotas que pagan seguirán aquí.

La miro asombrado.

-¿Cuándo te licenciaste en ciencias económicas?"

A mí me ha parecido una teoría muy acertada.







1 comentario:

  1. Tomo nota de esta recomendación, novela negra y economía, una combinación que puede ser perfecta para los alumnos de economía, muchas gracias por la reseña.

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