viernes, 24 de febrero de 2012

Del paso del tiempo

El sábado por la tarde fuimos al pabellón deportivo que la universidad de Oviedo tiene en mi pueblo. Está levantado en lo que fue, no hace mucho, el mercado de ganado, al lado de las facultades que se trajeron hace tan solo unos años para evitar la decadencia del valle. Esto ha cambiado ese barrio en el límite del pueblo, fronterizo con los polígonos industriales y los centros comerciales, una barbaridad. Los edificios son modernos, las aceras muy anchas, con su carril para las bicicletas, y hay pistas de tenis, aparcamientos, ese pabellón deportivo... Sin embargo, supongo que por ser sábado por la tarde y vísperas de caranaval, no vimos ni a un solo estudiante, tampoco ninguna bicicleta, únicamente parejas de ancianos apuntalados por sus bastones, mineros jubilados, que aprovechaban lo templado del día...


 Desde que todo eso cambió, no habíamos pasado por allí... Luego, mientras P. y M. colocaban en las gradas unas pancartas de apoyo al equipo de baloncesto de la universidad, di un largo paseo con H. por la Villa... Iba tomando nota de lo que falta: las casas bajas donde vivían los abuelos de J. y D., el colegio que derribaron, los viejos juzgados que se llevaron a otra plaza, algunos bares turbios, oscuros y patibularios a los que me llevaba C. (¿Qué será de C.? Creo que se casó con un dentista)... Rodeamos también nuestro viejo instituto, que han pintado de blanco tarta y tiene ahora un aspecto muy raro, y unos pabellones muy modernos, los nuevos aularios, que más parecen cosa de fábrica o factoría, hecho del que podrían sacarse conclusiones bien sombrías... Y ya no existe el campo de fútbol de Las Moreras, que han dividido en dos partes, para jugar al futbito y al baloncesto...


Luego fuimos, también por primera vez, a la estación de autobuses... Camino de Oviedo, le iba contando a P. lo que había sido cada cosa, dónde debíamos tomar el autobús, cómo el río bajaba entonces tan negro como el carbón, por qué largos caminos teníamos que viajar a la capital, cuando no existía el túnel que pasa bajo El Padrún... P. me escuchaba medio distraído, sin mucho entusiasmo. Al pasar por Olloniego, jugaba el Nalón (desde el autobús se veía el campo perfectamente), y como llovía estaban los jugadores tan embarrados que tenían todos un aspecto terrible y salvaje... Un típico partido del norte, invernal y sin tregua, de tercera división..., algo muy semejante al rugby...

Por la noche, a propósito de un programa de TPA sobre Pimiango, fue mi padre el que comenzó a contarme viejas historias a mí. La mayoría nos las ha narrado tantas veces mi padre que se las escuchamos como P. en el autobús las del suyo. Sin embargo, no conviene despistarse, porque siempre termina por deslizar, en mitad de las ya conocidas, alguna nueva y nunca oída. En esta ocasión fue la del vecino que, cuando el Almirante Cervera comenzó a bombardear desde el mar el pueblo y los alrededores, cogió su escopeta y se fue hasta el acantilado, cerca del faro de San Emeterio, a dispararle a esa fragata... O la de mi abuelo, que se escondía en el cementerio de Colombres, a orilla de la carretera, para asustar a los que pasaban por la noche moviendo una cadena...


Antes de irme a acostar, me quedo un rato mirando por la ventana del salón. Frente a la casa de mis padres el viejo cuartel de la Guardia Civil lo han rodeado con unas vallas. Está vacío porque dentro de unos meses lo van a derribar. Puede que la próxima vez que volvamos nos encontremos, en su lugar, un montón de desolados escombros. Melancólico, bajo al fin las persianas y me voy a dormir.

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