martes, 14 de febrero de 2012

Slow city

¿Por qué vamos a todas partes corriendo? Yo, al menos, ando por la vida así, como si alguien me persiguiera, o fuese yo el perseguidor.

Esta tarde, por ejemplo, me planteé hacer tres cosas, cada una de ellas en un extremo de la ciudad. Así que esperaba que me ocuparan, esos mandados, más de una hora al menos.

Primero dejé a P. en la academia de inglés, y a pasos largos y rápidos, me encaminé a la óptica, a recoger una factura. Justo en el primer semáforo, me abordó un muchacho que se pegó a mí como el defensa central al delantero centro antes de un córner (siempre con las fantasías futbolisticas). Me pedía algo para tomarse un café, una moneda. Hablaba también muy rápidamente, y con los brazos pegados al cuerpo, parecía un autómata de movimientos mecánicos y urgentes . Aunque le dije que no, cuando el semáforo se abrió para los peatones, me siguió unos pasos, acordados a los míos tan rápidos, igual de pegado, en férreo marcaje, hasta que nos cruzamos con una señora y, en un movimiento de ballet muy meritorio, como si se tratase de una coreografía largamente ensayada, el muchacho se giró, se pegó a ella y comenzó a decirle al oído su petición apresurada.

A la óptica iba  a que me diesen la factura de las lentillas que usamos los jueves en el futbito (siempre el fútbol), para solicitar una ayuda que te da Muface. La cosa me urgía porque mucho me temo que, a no tardar, esta clase de ayudas va a decirnos el señor Rajoy que nos las dé Rita...

Resuelto el trámite, me acerqué hasta una tienda de videojuegos, porque mañana es el cumpleaños de C. y se ha pedido un juego de la wii (creo que se escribe así, pero no estoy seguro). El dependiente, un hombre honrado, me comentó que el juego que buscaba lo tenían también de segunda mano, a un precio mucho menor. Tal y como están las cosas, debo confesar que me tentó ese ofrecimiento... Pero mi ángel bueno me susurró: "No te olvides de que es para C., tu sobrina y ahijada...", de manera que rápidamente me  sacudí de encima tan fea tentación. "Es para un regalo", le dije con aires de lord con la cartera llena, y ya no hubo necesidad de más comentarios ni preguntas...

Y finalmente, con la lengua fuera, me alargué hasta el laboratorio fotográfico donde debía hacerme unas fotos para la orla de mis tutorandos de 2º. A uno, la verdad, lo de salir en una orla no le entusiasma en absoluto, pues encontramos en todas algo muy fúnebre y triste, y hasta los jóvenes estudiantes salen en ellas como disecados, como si, en lugar de haberse puesto en manos de un fotógrafo lo hubiesen hecho en las de un taxidermista... Pero, nueva confesión, resulta que te dan luego un montón de fotos tamaño carnet, que  vienen muy bien... Desde que me hago orlas, calculo que tengo suficientes fotos para la renovación del DNI y del de conducir para los restos...

El laboratorio tenía su encanto. Era un local destartalado en el que solo se veían un par de ordenadores, uno de ellos muy antiguo. Parecían, allí, dos máquinas extrañas. Todo lo demás era de cuando los estudios de fotografía eran otra cosa, más poética y sentimental... Llevaba el fotógrafo una rebeca de punto y me sentó, después de quitar de en medio una bicicleta y una docena de cosas sin identificar, en una silla de enea, de esas que sacan los abuelos a la puerta de sus casas, en los pueblos, al llegar el verano... Eché un par de sonrisas forzadas, el hombre dijo que le valían y me fui.

Cuando al fin acabé solo había pasado media hora... "Y ahora -pensé- ¿qué hago yo?"




2 comentarios:

  1. Creo que por primera vez en la vida, discrepo contigo.
    A mí las orlas sí que me gustan, y mucho. Son un bello y nostálgico recuerdo del pasado. Yo tengo la mía decorando la pared de mi dormitorio, junto a un pañuelo verde en defensa de la escuela pública. La veo cada fin de semana, y no puedo evitar sonreír.
    Aunque en la imagen que tú has puesto, están todos más serios que un ajo, como se suele decir.

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  2. En la escena inicial de una película (no recuerdo su título).Una niña en casa le pregunta a su mamá por el paradero de su papá. La mamá le dice que se ha ido a hacer footing. Y la niña le responde: ¿de qué huye papá?

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