Cuando los trenes son puntuales resultan, seguramente, una de las mejores cosas de este mundo. Así fue el viernes, y así el viaje, largo, sí, pero también muy corto, con sus pasos contados - Cuenca, Madrid, Segovia, Valladolid, Palencia...-, deslizándose los paisajes tras las ventanillas como las horas, como la tarde, que comenzó a desmayarse, granada y violeta, cuando empezamos a ascender el puerto.
Luego el tren baja esas montañas abrazándolas, en zig-zag, para salvar esas pendientes tremendas sin vértigos ni inclinaciones extremosas, de manera que durante bastante tiempo no se deja de ver el mismo panorama, ora desde la diestra, ora desde la siniestra, descendiendo muy poco a poco...
Y así, casi sin darnos cuenta, llegamos al destino, y cruzamos el río estruendoso por el Puente de la Perra...
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