viernes, 3 de febrero de 2012

La culpa es huérfana

Hoy nadie quiere tener la culpa de nada. Antes era diferente, y por eso tenías que ir a confesarte regularmente. Aunque  rebuscases en tu memoria y no encontrase nada que declarar en tu contra, era seguro  que algo habrías hecho.  El sentimiento de culpa estaba, entonces, muy arraigado. Yo ya no me acuerdo de lo que le contaba al cura emboscado tras la rejilla del confesionario, pero algo le decía. Luego este te absolvía previo rezo de tres o cuatro padrenuestros, y ya te volvías para casa mucho mejor, aliviado y limpio. Hasta la próxima vez. Ahora ya nadie se confiesa y nadie tiene la culpa de nada. Yo mismo, cuando vuelvo de Mercadona y me he olvidado de traer algo de lo apuntado en la lista de la compra por A., cuando esta viene hacia mí para interrogarme, le digo que es que no había, que se había agotado y aún no lo habían repuesto... Y me quedo tan campante.



Todo esto viene a cuento de las declaraciones del dueño del Banco de Santander, que declaró el otro día que la culpa de toda esta crisis era de los políticos. A mí me dio mucha risa, porque no me digan que no es divertido que venga un banquero a hablar de culpas. No seré yo quien defienda a uno solo de nuestros políticos (ya podían ser de otros), pero que un señor banquero con tirantes venga ahora con esas es para partirse de la risa. Un señor, por cierto, que se llama Botín, lo cual a mí siempre me ha fascinado. Ni a Galdós, al que tanto le gustaba ponerles nombres significativos y sonoros a sus personajes (Doña Perfecta, Fortunata, Ido  del Sagrario, Santa Cruz...), se le habría ocurrido uno tan ajustado. No Emilio Fortuna, o Emilio Beneficiado, no, Emilio Botín, como el de los bandoleros que asaltaban diligencias... Con un apellido así, se ve que está uno obligado...

Nuestro amigo P., que es catedrático de empresariales, les plantea cada año a sus alumnos el siguiente dilema: saca un euro de su bolsillo, lo levanta entre el índice y el pulgar y les pregunta que a quién se lo darían antes, ¿a él o a Botín? La respuesta correcta, según nuestro amigo, es la segunda, pues ese señor podrá obrar, con ese euro, el milagro de la multiplicación, mientras que él te lo devolverá igual que se lo diste, ni más ni menos. Seguramente tiene razón nuestro amigo P., pero siempre que nos lo cuenta le objetamos que si se lo das a Botín también puede pasar que nunca te lo devuelva, o que te devuelva cincuenta, treinta, veinte céntimos... Así que, siempre le decimos lo mismo, nosotros se lo daríamos a él, que sabemos que es persona decente y muy honrada. Porque si Botín no nos lo devolviese, la culpa no sería suya, sino de la volatilidad de los mercados o, peor, sería nuestra, por haber querido vivir por encima de nuestras posibilidades y albergar la fantasía de que unos pobres hombres puedan beneficiarse del milagro aquel de la multiplicación de los panes, los peces y los euros...


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