viernes, 11 de mayo de 2012

Pedagogías

Se me olvidó decir ayer, a propósito de La bufanda, que al ser el protagonista profesor de soldadura en una fundación en el polígono de Silvota, se pueden leer en la novela algunas reflexiones de carácter pedagógico. Por ejemplo, tras una escena en la que, harto de un alumno impertinente que siempre llega tarde -y además es ultra del Oviedo-, le recrimina su enésimo retraso. Al contestarle este con descaro, el protagonista estalla: 

"-Pues a lo mejor, la próxima vez que llegues tarde, en lugar de ponerte falta, igual te arranco la cabeza de una hostia!- le grité dando un puñetazo en la pared.

No se movió nadie. Ni él, ni ninguno de los otros. La verdad es que no los sentí ni respirar. Aquella jornada lectiva fue de las más agradables que recuerdo, gracias a la facilidad con la que se explican las cosas cuando el comportamiento es formal. Qué disciplina, qué maravilla. Muchos problemas se arreglarían en la enseñanza secundaria si dejasen a los profesores dar un hostia a los alumnos de vez en cuando. Pero la norma no permite a los profesores de secundaria actuar de esa manera. Y a los de soldadura tampoco."

No es una reflexión de gran hondura, y además la tesis es falsa. Si a los profesores nos dejaran hacer eso, las cosas irían sin duda mucho peor, que era exactamente como marchaban cuando se podía hacer. Ahora bien, tengo para mí que ciertas libertades podrían llegar a funcionar. Me explico.

Como uno da sus clases con verbo florido y cuidado, por ofrecerles a nuestros alumnos un modelo lingüístico como ha de ser, si un día se te ocurre soltar un taco o una palabra malsonante, se llevan las manos a la cabeza, les sube el arrebol a las mejillas y quedan espantados y conmocionados, y no lo olvidan en lo que queda de curso. Y como lo que se trata es de eso, de dejarles en la memoria huella de las lecciones que les impartimos, hice uso el otro día de este recurso, cuando les explicaba que ciertos pronombres átonos no pueden realizar jamás la función de sujeto. Y para grabarlo a fuego en sus memorias, les dije así:

-Cuando os encontréis en un oración con uno de estos pronombres, haced como cuando os tropezáis por la calle con una mierda -y pronuncié esta palabra con todas la letras, regodeándome es su fonética perfecta, apoyándome en sus dos sílabas como quien da dos golpes de tambor: MIER-DA-. Paraos en seco, no piséis esa cagada. Y buscad el sujeto en otro sitio.

La conmoción fue total. Se miraban unos a otros incrédulos, diciéndose con los ojos: "¿Ha dicho mierda? ¡Síiii, lo ha dicho", y se les dibujaban en los labios unas sonrisas nerviosas. Ya ves, la palabra "mierda", alterándolos a ellos, que en los pasillos utilizan un lenguaje de grueso calibre... 

La única pega de este novedoso y sencillísimo método pedagógico es que se puede usar muy poco, pues si empiezas a soltar palabras como esas, desusadas en tu discurso habitual, dejan inmediatamente de ser una novedad y pierden toda su carga de sorpresa... Sin embargo, empleadas en el momento justo, para dos o tres veces por curso te pueden servir.

Ahora queda comprobar si el método da resultado y han aprendido cómo se encuentra el sujeto o por el contrario solo se acuerdan de la mierda.






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