lunes, 28 de mayo de 2012

Zascandileando

Estos días no hemos tenido tiempo de pasarnos por este desván porque en lugar de escribir hemos andado por ahí, zascandiles y vagabundos. Cada cierto tiempo se hace necesario airearse un poco. Son muchas las cosas que se pierde uno por quedarse en casa, sentado frente al ordenador.

Con alma de buhoneros nos hemos paseado por las calles, recogiendo lo que nos íbamos encontrando.Y como si esto fuese el Rastro, hasta aquí lo traemos hoy:

Gaudí en Albacete

El mismo día de la huelga, antes de ir a meter ruido frente a la Delegación, nos acercamos hasta una mueblería  para encargarle a P. una nueva habitación. Estaba, la carpintería, en un barrio por el que apenas pasamos. De manera que resultó agradable la caminata, como por ciudad nueva. En una de las calles nos llevamos un susto tremendo, un susto moderno, que diría Gaya. Un susto arquitectónico: nos encontramos de pronto frente a un edificio azul celeste, un bloque de viviendas al estilo de Gaudí, con las paredes ondulantes, los balcones de hierros forjados en una imaginación calenturienta y un portal gótico. Y azulejos, muchos azulejos. En realidad, a mí, tanto como a Gaudí, me recordó a un negocio de saneamientos.

Jaritos en Albacete

Luego, en la concentración de protesta, mi amigo E. me señaló a un  hombre gris, un hombre como cualquiera. "Es el comisario X.", me dijo. Me fijé en él. No sabría describirlo. De facciones regulares, anodinas, ni feo ni guapo, ni alto ni bajo, con una cazadora azul marino de entretiempo y pantalones oscuros de tergal y zapatos negros un poco abollados y polvorientos... Se mantenía en la periferia del foco reivindicativo, equidistante entre los manifestantes y la media docena de antidisturbios que nos vigilaban, sacaban fotos y apuntaban vaya usted a saber qué cosas en unas libretillas muy chicas. De vez en cuando se frotaba las manos con cierta desazón. Me recordó mucho a Kostas Jaritos, el detective de Petros Márkaris, un hombre normal y corriente. El Jaritos de Albacete. Seguramente, si tuviese un cronista que contase con gracia sus trabajos y afanes, resultarían también  estos bien ejemplares y entretenidos.

Los hombres de blanco

A veces discuten mis cuñados sobre quiénes visten con peor gusto, si los de Úbeda o los de Albacete. Yo, que soy de Mieres, me mantengo siempre al margen de semejantes debates. Sin embargo, hace un par de días me crucé con un señor vestido de la cabeza a los pies de un blanco inmaculado: sombrero, zapatos, pantalones y chaqueta de mezclilla..., todo blanquísimo. Caminaba con brío, marcando el ritmo con el diapasón de un bastón igualmente blanco. Caminaba feliz, contento, expansivo. Y parecía esta ciudad, con él en la calle, un barrio de Nueva York, un lugar más extravagante, sofisticado y cosmopolita.

Dos días después, en otro paseo, me adelantó un hombre negro, enorme y corpulento, también completamente ataviado de  blanco: pantalones bombachos, chaquetilla corta y zapatos de piel, todo de un blanco cirro, como el de nuestro coche. Llevaba además en la mano una cartera de piel del mismo color puro. Si no fuese porque creo que ya finó, yo habría dicho que se trataba del mítico cantante de Boney M, que habría engordado y  andaría de gira por aquí. 

De manera que la próxima vez que mis cuñados porfíen sobre este asunto de la elegancia y la geografía, yo me voy a poner del lado de mi cuñado.

Las gemelas

El sábado me acerqué con P. hasta el Decathlon, que quería comprarse unos patines con el dinero que sus abuelos le habían dado por su cumpleaños. A mí ese sitio me pone muy nervioso, de manera que habíamos quedado en que llegaríamos, nos dirigiríamos sin pausa ni distracción hasta el pasillo adecuado, elegiríamos los que más le gustasen, los pagaríamos y nos volveríamos para casa inmediatamente. Sin embargo, cuando íbamos veloces en busca de nuestro destino, nos tropezamos con una estampa curiosísima: delante de nosotros, dos mujeres absolutamente idénticas, que caminaban con sus pasos perfectamente acompasados y realizaban idénticos gestos (arreglarse las melenas iguales, acomodarse las asas de sus bolsos sobre sus hombros delgadísimos, llevarse la mano a la barbilla, pensativas...). Y aún más inquietante, a pesar de calcularles, más o menos, mi misma edad, vestían las dos exactamente igual: la misma rebeca rosa palo, idéntica falda negra, los mismos zapatos. Solo eran diferentes los bolsos. Si hubiesen sido tres, nadie me habría podido quitar de la cabeza que se se trataba de las trillizas de Julio Iglesias. Y si hubiese tenido allí la cámara de fotos, les habría pedido un retrato para traerlo hasta aquí, o hubiese disparado clandestino entre las bicicletas estáticas o las zapatillas de footing. Las seguimos un rato, por ver si resultaba ser alguna estrategia publicitaria de esa cadena, pero no. Nos fuimos de allí, yo al menos, muy intrigado.





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