jueves, 17 de noviembre de 2011

"¡El autor!, ¡el autor!"

Ya en su edad madura, Henry James decidió aprender a montar en bicicleta. Como era un hombre muy metódico, contrató los servicios de un instructor, John Plater, que todas las tardes le daba unas lecciones.



"¡Qué maravillosa invención era la bicicleta! Qué sencilla y sin embargo qué ingeniosa. ¿Por qué la humanidad había tardado tanto en comprender que, si se le imprimía cierto ímpetu, un ser humano podía equilibrarse sobre dos ruedas durante un tiempo indefinido? El secreto residía en la combinación entre ímpetu y equilibrio..., y aquí era posible extraer una analogía con el arte de la ficción: el ímpetu era el impulso hacia delante de la narrativa, la formulación de preguntas cuyas respuestas quería conocer la audiencia, y el equilibrio era la simetría de estructura, la eliminación de lo impertinente, la repetición de motivos y símbolos, la elegante variación de..." Y en ese momento una niña se le cruzó al novelista en su camino y lo hizo caer. No le ocurrió nada, tan solo alguna leve magulladura. La niña se llamaba Agatha, y de mayor también escribiría novelas, aunque bien distintas de la de Henry James. Novelas policíacas que firmaría con el nombre de Agatha Cristie.



Todo esto lo hemos leído en una hermosa novela de David Lodge, "¡El autor, el autor!", en la que se cuentan los intentos de conseguir el éxito como dramaturgo del señor James. Lo de aprender a montar en bicicleta es verdad. Lo del encuentro con esa niña que se haría famosa, no, tan solo el fruto de la imaginación del novelista.


No hay comentarios:

Publicar un comentario