viernes, 18 de noviembre de 2011

El operario

Qué estampa la otra tarde al salir de casa. Era temprano, ni siquiera las tres y media aún, y se veía la calle vacía, pues a esa hora anda la gente todavía en la sobremesa, tomándose un café, recogiendo la mesa y el mantel o, desmayada sobre ellos, echándose una cabezadita antes de proseguir con los afanes del día... Solo lo vimos a él, un pequeño hombre enfundado en un mono azul, contemplando atentamente el anuncio del circo que acababa de llegar a la ciudad, colgado en lo alto de la farola. Lo miraba muy fijamente, con gran atención, y le brillaban en los ojos entusiasmos infantiles, recuerdos que debían ser muy felices, viejas risas que aún estaban vivas en él, allá en lo hondo de su memoria  y que le salían en ese momento, al contemplar ese cartel de colores, como quien saca un agua muy pura de un viejo pozo. 

Si hubiésemos tenido la cámara de fotos, le habríamos sacado una. Pero no la llevábamos encima.


1 comentario:

  1. Esto me recuerda mucho a un libro que he leído recientemente: Agua para elefantes.
    Muy recomendable.

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