Me levanté temprano, a ver qué se veía por la calle, si aparecían los marianistas llenos de euforia, cogidos de la mano, camino de las urnas. Pero no. Como cualquier otro domingo, a las nueve no se veía un alma por la calle. Solo las hojas caídas del otoño y un cielo un poco agrio.
Para aprovechar que ya estábamos allí, nos fuimos a por los periódicos y a una pastelería muy exquisita, a por cruasanes y el pan. Después de pagarle, me despedí del pastelero como si no lo fuésemos a volver a ver en la vida. Quién sabe, a lo mejor don Mariano y los suyos nos vuelven a todos tan austeros que ya no podremos permitirnos estos manjares dominicales. Quién lo puede decir...
El aroma de la repostería fina que llevaba entre mis brazos aventó tan sombríos pensamientos y volví a casa muy contento. Y mientras P. y A. se despertaban, dispuse las compras en la mesa de la cocina, como un regalo precioso, para que se lo encontrasen cuando se levantasen al fin.
Dicen que para todo hay una primera vez, y hoy era la primera vez que ejercía mi derecho al voto.
ResponderEliminarMucha gente dice que vota con amargura, porque la situación no está como para tirar cohetes. Lo cierto es que a mí me hacía muchísima ilusión, tanta, que hasta me he hecho una foto metiendo el sobre en la urna, como los grandes políticos.