miércoles, 23 de noviembre de 2011

En la barbería

Ayer fui a cortarme el pelo. Llevo haciéndolo en la misma barbería desde hace doce años, una que abrieron entonces al lado de casa, en un local que antes regentaba un zapatero remendón. Conserva un poco el aire de entonces. Al comienzo tenía, al lado de la ventana, un jaula con un papagayo que jamás consintió decir una sola palabra, a pesar de que quien se lo vendió al barbero le juró que en un negocio como el suyo raro sería que no empezase a articular algunas al poco tiempo. Luego el papagayo lo vendió y en su lugar hay ahora una imagen de cartón de Jaime Cantizano, tamaño natural, atusándose unos cabellos brillantísimos, que hasta el momento tampoco ha dicho nada.

 Una vez al mes acudo a esa barbería a que G. me discipline los pelos y a arreglar el mundo. Porque nada más entrar nos enredamos en una conversación que es siempre la misma, como si retomásemos el hilo de lo dicho en la anterior visita. Como Fray Luis, al abrir la puerta doy los buenos días y digo: "Como decíamos ayer...", y retomamos la conversación. Básicamente hablamos siempre de lo mismo, esto es, de lo mal que andan las cosas de este mundo. G., que es más joven que yo pero empezó en esto de la barbería muy pronto, es un gran descreído, aunque, como él mismo reconoce, carga un poco hacia la derecha. Pero ha visto mucho, ha escuchado mucho, y se ha vuelto ya muy escéptico.

Conoce a multitud de gentes, empleados en las más variadas actividades, y por tanto posee un enorme caudal de información sobre todo tipo de cuestiones prácticas y, cómo no, sobre el modo de vida de las gentes de hoy. Yo, si fuese sociólogo, iría a cortarme el pelo con una libreta y un bolígrafo. A G. la gente le cuenta su vida, sus glorias y sus miserias, y él les ecucha paciente y comprensivo. Yo le cuento poco, yo soy más de escuchar, y es allí donde una vez al mes me entero de las novedades del barrio, de los impuestos que deben soportar los autónomos y, sobre todo, de lo negras que se está poniendo las cosas.

Me lo paso muy bien porque G. es un narrador muy entretenido y guasón, y todas esas cuestiones las ilustra siempre con dos o tres historias ejemplares que le han sucedido a él o a algún colega. Como la de aquel señor que le llegó un día muy enfadado porque no le gustaba cómo le habían arreglado en otra peluquería cercana y luego no le quería pagar alegando que ya lo había hecho en la primera...

En la barbería de G., mi barbería, escuché yo hace ya muchos años, cuando nadie decía nada ni lo sospechaba, que esto iba a romper un día, y que esos encofradores que se cortaban el pelo en el mismo sillón en el que yo me siento, y que ganaban seis mil euros al mes y conducían unos BMW enormes como trasatlánticos, acabarían mal, que eso no podía ser... Y efectivamente, no ha sido. Ahora esos muchachos están en el paro y los ve pasar G. por delante de su puerta manejando unos viejos y descacharrados ibizas...


1 comentario:

  1. Demasiada devoción le tienen algunos a su barbero a J Cantizano y, puestos también, a J Vázquez. Yo por el primero no es devoción lo siento, es una profunda admiración.Admiración por la cantidad de palabras que puede pronunciar en un minuto.Roza la charlatanería.La última vez que visite su ilustre negocio me preguntó lo de siempre:"- ¿cómo quieres que te pele Jesús?. Yo respondí, frunciendo el ceño: -Callao. (Los otros mencionados me la traen al pairo.

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