miércoles, 16 de noviembre de 2011

La Sinagoga del Agua

Como no me llevaron a Jaén, además de leerme la novel ade Toíbín, una mañana nos acercamos a la Sinagoga del Agua, que está recién abierta a las públicas visitas...



Es un caso curioso. Al parecer, todo comenzó cuando un constructor compró cinco casas contiguas y abandonadas de la calle la Parra para echarlas abajo y levantar allí un bloque de apartamentos, varios locales comerciales y algunas cocheras. Cuando iniciaron el derribo, como suele suceder en ese barrio antiguo aparecieron algunos restos de valor: piedras labradas, un arco de medio punto, pilares antiquísimos... Lo normal habría sido que se interrumpiesen los trabajos un par de días y, tras estos, se echase tierra encima -nunca mejor dicho-, sin investigar más, y se hubieran reanudado las tareas. Pero resultó ser el promotor  un hombre amante de las cosa antiguas, coleccionista y curioso de la historia de su pueblo, de manera que paralizó el proyecto inicial y cambió la labor de los albañiles que, en lugar de meter la piqueta sin preocupaciones ni miramientos, comenzaron a desescombrar cuidadosamente y con la ayuda de arqueológos llamados hasta allí, hasta que, efectivamente, hicieron el gran descubrimiento: una sinagoga con su correspondiete sala del baño ritual. En España, al parecer, no hay una sola que conserve estos dos espacios.

Es un lugar precioso. Y eso que se entra por una cámara que hace temer lo peor, amueblada con mesas oscuras y sillones frailunos que parece una sala del museo de cera de la que hubiesen sacado las figuras para restaurarlas... Si de pronto entrasen unos operarios llevando a la sillita la reina la figura cerúlea de Carlos V o de don Francisco de los Cobos, nos habría resultado a todos de lo más natural. Pero a partir de ahí, al traspasar la preciosa Puerta del Alma, todo resulta ya una maravilla.



El espacio del templo es bellísimo, y aunque hay que compartirlo con un docena de turistas, siente uno allí, si se me permite el decirlo, el soplo de los siglos, y no cuesta imaginar la llegada del rabino, y el rumor de los rezos y las oraciones. Hay allí una alta galería de madera, y, en cada esquina, un pozo profundo con su alma de agua temblando en lo profundo...



Luego pasas a las bodegas y los hornos, donde guardaban las provisiones y cocían el pan ácimo. Algunas tinajas, enterradas en el suelo, son del siglo XIII. A su lado el baño ritual, una sala desnuda con una pequeña piscina en el centro, a la que se accedía por unos altos escalones de piedra. Si uno se sugestionaba un poco y se olvidaba de los turistas que nos rodeaban, volvía a sentir ese vientecillo de los siglos, y no era difícil imaginarse judío, escuchar de nuevo el bordoneo de los rezos y creerse a punto de entrar en esa pileta.



La guía, con un marcado acento ubedí, tenía unos ojos enormes y antiguos, y hablaba con tanta pasión y conocimiento que yo salí convencido de que seguramente habría vivido siglos atrás en la comunidad hebrea de esa ciudad, rezaría cada tarde en esa sinagoga y se acerca ahora cada día, por arte mágica, a explicarnos cómo era ese mundo a las descreídas gentes del día.

No fuimos a Jaén, no, pero esta visita nos gustó mucho.

3 comentarios:

  1. ¿En Úbeda? ¿Y una servidora sin haberla visto? Como sabes que digo siempre, me vas a gobernar que vuelva. Me ha parecido muy hermosa, sí señor.

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  2. ¿Estás seguro de que era un constructor?
    Begoña

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  3. Eso nos dijeron, prima, y parece que es verdad. Como decía el abuelo de un amigo, para ver cosas, como en este mundo no hay igual...

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