miércoles, 29 de febrero de 2012

Calabazas

Hace un par de días llamé a una operadora de teléfonos para contratar sus servicios y darnos de baja en la que actualmente nos sirve el teléfono e internet. Me atendió una amable comercial, de voz sedosa y muy agradable, de acento indudablemente castellano. Hasta la /ll/ pronunciaba con esmero y perfección, igual que mi recordada profesora de COU. Me pidió mis datos, nombre, dirección, teléfono actual..., y tras unos segundos de consulta en su ordenador me dijo que no. Yo al principio no entendía nada:

-¿No?, ¿cómo que no? Me llamo Enrique, vivo en tal calle, número X, en la ciudad que le digo... Le aseguro que los datos que le estoy dando son los correctos...

-Por supuesto, caballero... A lo que me refiero es a que no podemos prestarle el servicio que nos solicita porque en esa dirección no tenemos cobertura.

-Pero si mi vecino tiene contrato con ustedes...

-Ya, pero es que en su zona, en este momento, no tenemos más líneas disponibles. Si usted llama dentro de un par de semanas, a lo mejor alguien se ha dado de baja y le podemos atender...

Me dejó anonadado. Yo, la verdad, una cosa así no me la esperaba. Rechazado, herido en lo más hondo, colgué desmayadamente el teléfono.

Que te diga que no una muchacha, por muy humillante que sea, es situación que entra dentro de lo razonable. En nuestra adolescencia sufrimos un par de rechazos (¿o fueron más?), y por más dolorosos que pudieron resultar (ya no me acuerdo muy bien), no nos parecieron extraños, pues al fin poca cosa podía uno ofrecer. 

Ahora, que quien te niegue toda clase de relación sea una operadora de teléfono, eso resulta intolerable...¿Le habrá sucedido a alguien más? No lo creo... Me pasé toda la tarde sombrío, cabizbajo, desolado como un adolescente al que la chica que le gusta le hubiese mandado a freír espárragos...





martes, 28 de febrero de 2012

El largo y dulce viaje (Vuelta)

El martes pasado dejábamos Asturias con un día luminoso, espléndido... Con una iluminación como esa, tan lujosa,  nuestra tierra parecía de esmeralda y plata. Brillaban felices los prados y con las aguas de sus ríos, antes de una reputación tan negra, podrían ese día los plateros componer las más maravillosas joyas... Joyas que bien podrían guardarse luego en Santa Cristina de Lena, ese pequeño relicario románico que se puede contemplar en un precioso y elegante plano-secuencia desde el tren, cuando este pasa a su lado, en una dulce y prolongada curva. Al salir de ella, en el horizonte al que nos dirigimos suave e inevitablemente, se levanta de pronto la monarquía de las montañas silenciosas, con el armiño de la nieve sobre sus hombros...



En Busdongo, el de los panes medievales y rotundos, redondos y enormes como ruedas de carro antiguo, dorados como el sol de Castilla, cambia definitivamente el paisaje. Es ahí donde nos despedimos de ese reino feliz de esmeralda y plata ...Y ya dejamos de mirar por la ventanilla porque lo demás es solo viaje, largo y dulce viaje, sí, pero solo eso. Dejada atrás Asturias, lo único que importa ya es el destino, nuestra casa, donde A. nos espera.


lunes, 27 de febrero de 2012

Cardiología y carnaval

Parece como si de todo hiciese una semana.

Hace exactamente siete días me fui muy temprano con mi padre a Oviedo, al ambulatorio de La Lila, para que lo viese un cardiólogo. Llegamos media hora antes de la cita, de manera que dimos un pequeño paseo. Quería mi padre comprarle un décimo de lotería al médico de ese centro, que por mediación de mi cuñada, que también trabaja allí, había accedido a atenderle cuando mi padre quisiese, evitándole esperar hasta mayo, que es cuando le habían citado en Mieres.

Nos acercamos a la calle Covadonga, donde había una administración, pero la encontramos cerrada. Era tan temprano que todavía andaba la ciudad desperezándose, y apenas se veía a dos o tres peatones como nosotros y a los operarios municipales que estaban terminando de regar las calles. Coches también pasaban  muy pocos, algún camión de reparto y poco más... Comenzó entonces mi padre a recordar que en esa calle había habido hace años una mercería regentada por una mujer muy guapa de la que su amigo J. anduvo mucho tiempo enamorado. Pero era viuda, y tenía tres hijos, y los amigos le decían que para qué se iba a meter en semejante lío... No se sabe si fue por esos consejos o por otras razones, el caso es que J. no se casó y continuó soltero toda su vida. Hoy ya no están ni J. ni la bella mercera para contarnos su versión, ni  tampoco aquel negocio, que en el local aquel venden ahora teléfonos móviles...

Algo más abajo le conté a mi padre que, cuando yo estudiaba, había en esa calle un mesón en el que ponían unos pinchos de tortilla pantagruélicos, como yo no he vuelto a ver jamás. "Pues ese mesón ya estaba abierto cuando fui a la mili, y en él dejamos las maletas unos cuantos el día que marchamos, porque el tren no salía hasta las siete de la mañana y pasamos toda la noche paseando por ahí...", me contestó mi padre.

El médico no lo vio mal del todo, pero además del electro le pidió alguna prueba más, que tendrá que hacerse esta semana. Luego, por la tarde, nos fuimos P. y yo hasta Gijón, al carnaval, a cenar con N. y A. Como siempre que nos vemos, se nos hacen las mil, y volvimos a casa un poco tarde. Encontramos a mi padre enfadadísimo, y me echó una bronca tremebunda por llegar a esas horas (en realidad eran poco más de las doce), y además con el chiquillo... Le expliqué que estábamos de vacaciones, que P. podía dormir al día siguiente hasta la hora que quisiese, que era carnaval y en Gijón andaba todo el mundo disfrazado y feliz... No conseguí aplacarle. "Excusas, excusas", me replicaba sin querer abandonar su disgusto, enérgico y firme.

Fue una bronca tranquilizadora y revitalizante. En el primr caso porque comprobé que mi padre no está ni mucho menos tan mal como yo pensaba, y verle así me tranquilizó tanto como las palabras del cardiólogo esa mañana; y en el segundo porque me sentí, con mis cuarenta y tantos, rejuvenecido. Con esa edad, y tu padre poniéndote verde por llegar tarde a casa..., no me digan que no es como para sentirse bien joven.

Gijón, hace una semana
(Foto sacada del blog Luciérnagas de Luna llena)



domingo, 26 de febrero de 2012

Descanso dominical

Hace una semana, y parece que fue ayer, estábamos en Mieres, comiendo con mi hermano y jugando con los sobrinos. Hoy ha llamado G., que tiene cinco años, para comunicarnos que le estaba escribiendo una carta a P. donde le dice lo mucho que se acuerda de él.

Hace una semana, y es como si hubiese sido ayer, P. y yo nos fuimos a pasar la tarde a Oviedo, a casa de C. y de H. Desde la cocina de esa casa se ve la sierra del Aramo, y mientras hablábamos de esto y lo otro, mientras los chiquillos jugaban en el salón, a mí se me iba la vista hacia esas montañas tras las que se iba ocultando el sol de invierno, perezoso y dulce...

Hoy hace una semana de esa tarde, y ahora que la recordamos nos comienza a parecer ya muy lejana...



viernes, 24 de febrero de 2012

Del paso del tiempo

El sábado por la tarde fuimos al pabellón deportivo que la universidad de Oviedo tiene en mi pueblo. Está levantado en lo que fue, no hace mucho, el mercado de ganado, al lado de las facultades que se trajeron hace tan solo unos años para evitar la decadencia del valle. Esto ha cambiado ese barrio en el límite del pueblo, fronterizo con los polígonos industriales y los centros comerciales, una barbaridad. Los edificios son modernos, las aceras muy anchas, con su carril para las bicicletas, y hay pistas de tenis, aparcamientos, ese pabellón deportivo... Sin embargo, supongo que por ser sábado por la tarde y vísperas de caranaval, no vimos ni a un solo estudiante, tampoco ninguna bicicleta, únicamente parejas de ancianos apuntalados por sus bastones, mineros jubilados, que aprovechaban lo templado del día...


 Desde que todo eso cambió, no habíamos pasado por allí... Luego, mientras P. y M. colocaban en las gradas unas pancartas de apoyo al equipo de baloncesto de la universidad, di un largo paseo con H. por la Villa... Iba tomando nota de lo que falta: las casas bajas donde vivían los abuelos de J. y D., el colegio que derribaron, los viejos juzgados que se llevaron a otra plaza, algunos bares turbios, oscuros y patibularios a los que me llevaba C. (¿Qué será de C.? Creo que se casó con un dentista)... Rodeamos también nuestro viejo instituto, que han pintado de blanco tarta y tiene ahora un aspecto muy raro, y unos pabellones muy modernos, los nuevos aularios, que más parecen cosa de fábrica o factoría, hecho del que podrían sacarse conclusiones bien sombrías... Y ya no existe el campo de fútbol de Las Moreras, que han dividido en dos partes, para jugar al futbito y al baloncesto...


Luego fuimos, también por primera vez, a la estación de autobuses... Camino de Oviedo, le iba contando a P. lo que había sido cada cosa, dónde debíamos tomar el autobús, cómo el río bajaba entonces tan negro como el carbón, por qué largos caminos teníamos que viajar a la capital, cuando no existía el túnel que pasa bajo El Padrún... P. me escuchaba medio distraído, sin mucho entusiasmo. Al pasar por Olloniego, jugaba el Nalón (desde el autobús se veía el campo perfectamente), y como llovía estaban los jugadores tan embarrados que tenían todos un aspecto terrible y salvaje... Un típico partido del norte, invernal y sin tregua, de tercera división..., algo muy semejante al rugby...

Por la noche, a propósito de un programa de TPA sobre Pimiango, fue mi padre el que comenzó a contarme viejas historias a mí. La mayoría nos las ha narrado tantas veces mi padre que se las escuchamos como P. en el autobús las del suyo. Sin embargo, no conviene despistarse, porque siempre termina por deslizar, en mitad de las ya conocidas, alguna nueva y nunca oída. En esta ocasión fue la del vecino que, cuando el Almirante Cervera comenzó a bombardear desde el mar el pueblo y los alrededores, cogió su escopeta y se fue hasta el acantilado, cerca del faro de San Emeterio, a dispararle a esa fragata... O la de mi abuelo, que se escondía en el cementerio de Colombres, a orilla de la carretera, para asustar a los que pasaban por la noche moviendo una cadena...


Antes de irme a acostar, me quedo un rato mirando por la ventana del salón. Frente a la casa de mis padres el viejo cuartel de la Guardia Civil lo han rodeado con unas vallas. Está vacío porque dentro de unos meses lo van a derribar. Puede que la próxima vez que volvamos nos encontremos, en su lugar, un montón de desolados escombros. Melancólico, bajo al fin las persianas y me voy a dormir.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El largo y dulce viaje (Ida)

Cuando los trenes son puntuales resultan, seguramente, una de las mejores cosas de este mundo. Así fue el viernes, y así el viaje, largo, sí, pero también muy corto, con sus pasos contados - Cuenca, Madrid, Segovia, Valladolid, Palencia...-, deslizándose los paisajes tras las ventanillas como las horas, como la tarde, que comenzó a desmayarse, granada y violeta, cuando empezamos a ascender el puerto.

Luego el tren baja esas montañas abrazándolas, en zig-zag, para salvar esas pendientes tremendas sin vértigos ni inclinaciones extremosas, de manera que durante bastante tiempo no se deja de ver el mismo panorama, ora desde la diestra, ora desde la siniestra, descendiendo muy poco a poco...

Y así, casi sin darnos cuenta, llegamos al destino, y cruzamos el río estruendoso por el Puente de la Perra...

P. iba muy contento, por estar de nuevo allí, y también por ser el primer viernes en que no había perdido un partido de baloncesto. Al contrario, todos los que jugó, durante el viaje, en la PSP, los ganó con claridad y con jugadas espectaculares.

jueves, 16 de febrero de 2012

Vísperas de viaje

Como no se puede ir andando, que es la manera más honesta de viajar, ni en bicicleta, que sería la opción más aproximada, vamos en tren, que también es, sin duda alguna, forma muy honrada de ir de un sitio a otro, y que tiene, además, una abultada literatura. Nos llevamos para el camino, eso sí, el Viaje a pie de Pla, para hacernos la ilusión...


Nos vamos P. y yo, que A. no tiene vacaciones hasta la próxima semana. Es un viaje muy hermoso que hacemos, desde hace tres, cada año por estas fechas. Cruzamos casi todo el país, y vemos cómo va cambiando el paisaje: las llanuras manchegas, con sus cepas y sus molinos de viento -los antiguos y los modernos-, los cerros color ceniza del sur de Madrid, los altos rascacielos cerca de Chamartín, el Guadarrama, los roquedales de Ávila, la torre de la catedral de Segovia -solo la parte más alta, hundido el resto, y la ciudad, bajo la línea del horizonte-; y luego Valladolid, Medina del Campo, Palencia, Sahagún, León, y ya muy cerca de casa, las imponentes montañas cantábricas, casi todos los años cubiertas de nieve. Cuando comienza a anochecer, llegamos nosotros a nuestro destino.

miércoles, 15 de febrero de 2012

The Artist

El sábado llevé a P. y a su amigo A., que son muy aficionados, a ver La amenaza fantasma en 3D. Yo tenía pensado entrar con ellos y verla también, pero P., en su lucha diaria por conseguir mayor autonomía, me comentó que podía muy bien irme yo a otra sala, a ver algo más acorde con mis gustos. Al principio me negué, pero comenzó pronto a picarme el gusanillo, pues no sabía muy bien si me apetecía estar tres horas enfrascado en las luchas galácticas. Y más aumentó mi desazón cuando vi que media hora después de empezada la suya, proyectaban The artist, de la que había leído muy buenas cosas y que me tenía intrigadísimo por esa osadía de atreverse a rodar hoy una película muda.


Llamé a los padres de A., el amigo de P, a contarles mis dudas, pues no me parecía bien ofrecerme a llevarles al hijo al cine y luego dejarlo solo, junto con el mío, en una sala inmensa... Me dijeron que les parecía muy bien, que ya era hora de hacer esas cosas, y que no me preocupase.

De manera que saqué dos entradas 3 D para ellos y una normal para mí. Los acompañé hasta su sala, busqué con ellos su fila y sus butacas, les di algunos consejos, les dije que no se pusiesen las gafas del 3D hasta que empezase la película, les recordé que yo iba a estar en la sala 2, y que si necesitaban algo saliesen y me buscasen... Todo eso les dije y unas cuantas cosas más.

P., entonces, informó a su amigo: "Mi padre se piensa que a lo mejor se derrumba el cine, o se imagina que puede haber un incendio, o que igual viene alguien y nos secuestra... Tiene mucha imaginación mi padre, y es muy optimista".

Entendí que era la hora de retirarme a mi sala 2. Mientras esperaba que comenzase mi película, proveché para corregir unos exámenes que me había llevado en previsión de esa media hora muerta. Cuando se apagaron las luces, éramos cuatro en la sala. Mejor, pensé. Y efectivamente, fue una delicia de película, una osadía, sí, pero una osadía sorprendente. Una película como las viejas películas mudas y, al mismo tiempo, una película tan actual y moderna como cualquier otra, que se podrá ver toda la vida. Tal vez no una gran película, no lo sé, pero es seguro que hará reír y llorar, emocionante y tierna, cada vez que alguien la vea... Casi hasta me olvidé de que P. y A. estaban solos en otra sala. Casi.






martes, 14 de febrero de 2012

Slow city

¿Por qué vamos a todas partes corriendo? Yo, al menos, ando por la vida así, como si alguien me persiguiera, o fuese yo el perseguidor.

Esta tarde, por ejemplo, me planteé hacer tres cosas, cada una de ellas en un extremo de la ciudad. Así que esperaba que me ocuparan, esos mandados, más de una hora al menos.

Primero dejé a P. en la academia de inglés, y a pasos largos y rápidos, me encaminé a la óptica, a recoger una factura. Justo en el primer semáforo, me abordó un muchacho que se pegó a mí como el defensa central al delantero centro antes de un córner (siempre con las fantasías futbolisticas). Me pedía algo para tomarse un café, una moneda. Hablaba también muy rápidamente, y con los brazos pegados al cuerpo, parecía un autómata de movimientos mecánicos y urgentes . Aunque le dije que no, cuando el semáforo se abrió para los peatones, me siguió unos pasos, acordados a los míos tan rápidos, igual de pegado, en férreo marcaje, hasta que nos cruzamos con una señora y, en un movimiento de ballet muy meritorio, como si se tratase de una coreografía largamente ensayada, el muchacho se giró, se pegó a ella y comenzó a decirle al oído su petición apresurada.

A la óptica iba  a que me diesen la factura de las lentillas que usamos los jueves en el futbito (siempre el fútbol), para solicitar una ayuda que te da Muface. La cosa me urgía porque mucho me temo que, a no tardar, esta clase de ayudas va a decirnos el señor Rajoy que nos las dé Rita...

Resuelto el trámite, me acerqué hasta una tienda de videojuegos, porque mañana es el cumpleaños de C. y se ha pedido un juego de la wii (creo que se escribe así, pero no estoy seguro). El dependiente, un hombre honrado, me comentó que el juego que buscaba lo tenían también de segunda mano, a un precio mucho menor. Tal y como están las cosas, debo confesar que me tentó ese ofrecimiento... Pero mi ángel bueno me susurró: "No te olvides de que es para C., tu sobrina y ahijada...", de manera que rápidamente me  sacudí de encima tan fea tentación. "Es para un regalo", le dije con aires de lord con la cartera llena, y ya no hubo necesidad de más comentarios ni preguntas...

Y finalmente, con la lengua fuera, me alargué hasta el laboratorio fotográfico donde debía hacerme unas fotos para la orla de mis tutorandos de 2º. A uno, la verdad, lo de salir en una orla no le entusiasma en absoluto, pues encontramos en todas algo muy fúnebre y triste, y hasta los jóvenes estudiantes salen en ellas como disecados, como si, en lugar de haberse puesto en manos de un fotógrafo lo hubiesen hecho en las de un taxidermista... Pero, nueva confesión, resulta que te dan luego un montón de fotos tamaño carnet, que  vienen muy bien... Desde que me hago orlas, calculo que tengo suficientes fotos para la renovación del DNI y del de conducir para los restos...

El laboratorio tenía su encanto. Era un local destartalado en el que solo se veían un par de ordenadores, uno de ellos muy antiguo. Parecían, allí, dos máquinas extrañas. Todo lo demás era de cuando los estudios de fotografía eran otra cosa, más poética y sentimental... Llevaba el fotógrafo una rebeca de punto y me sentó, después de quitar de en medio una bicicleta y una docena de cosas sin identificar, en una silla de enea, de esas que sacan los abuelos a la puerta de sus casas, en los pueblos, al llegar el verano... Eché un par de sonrisas forzadas, el hombre dijo que le valían y me fui.

Cuando al fin acabé solo había pasado media hora... "Y ahora -pensé- ¿qué hago yo?"




lunes, 13 de febrero de 2012

Frío

Esta mañana, 8º bajo cero, me dejé olvidadas en casa las orejeras.

Cuando al fin llegué al instituto, tenía las orejas como porcelana. En cuanto entré en el departamento, con el cambio de temperatura, se me quebraron. Primero una, y luego la otra, se cayeron al suelo y  resultó muy difícil recomponerlas.

Si un día extravío, como me temo, las manos en los bolsillos del abrigo, me voy a ir quedando en muy poca cosa...


viernes, 10 de febrero de 2012

Este país

Ayer le abrieron las puertas de la judicatura a Garzón y lo pusieron de patitas en la calle como los taberneros echaban antes a los borrachos, con cajas destempladas.

Muy poco entiende uno de leyes, pero al parecer han obrado así porque conculcó un derecho fundamental, aquel que indica que cualquier ciudadano debe poder defenderse debidamente, y  hacerlo con un abogado que le sepa guiar por los laberínticos caminos del mundo judicial, sin que nadie los espíe mientras preparan su estrategia. Y dicen que este es el derecho sobre el que se asienta cualquier justicia que quiera hacer honor a su nombre... Y así debe ser, sin duda. Se explica muy bien todo esto, muy didáctica y ordenadamente, en el siguiente artículo. Y sin embargo..., no sé, nos queda un prurito...

Poco entiedo de leyes, repito, pero es curioso que un policía pueda pedirte el carnet por el simple hecho de estar protestando en mitad de la calle contra los recortes sociales, y  no pueda un juez, con fundadas razones, investigar a unos abogados que representan a unos ladrones evidentes... No sé.




Garzón, confesémoslo aquí, nunca nos ha caído muy simpático. Jueces y policías siempre nos han provocado cierta prevención. Y en el caso que nos ocupa, sus coqueteos con la política y su presencia casi ubicua en todo tipo de grandes causas nos lo hicieron siempre un tanto antipático. Lo cual no quita para que entendamos que todas esas denuncias suyas contra los dictadores del mundo resultaban justísimas y deseables. También imposibles, es verdad, casi como quien te promete la luna, pero no por ello menos necesarias,. Trajeron, cada una de ellas, un poco de esperanza a miles de víctimas a las que nunca nadie les había concedido algo semejante.

Además, son muchos los casos graves que se han dejado pasar de largo mientras estos mismos jueces que ayer condenaron a Garzón  silbaban distraídos o salían a la puerta de tan alto tribunal a echarse un cigarrito. Muchos. Que vengan ahora a mostrarse tan puristas, tan pulcros y tan serios, es, por tanto, bastante sospechoso.

Por todas estas cosas nos incomoda lo que sucedió ayer con este juez. Porque tengan o no razón las señorías que lo han juzgado y condenado, el caso es que han juzgado y condenado a quien investigaba una caso grave de corrupción.

Y con los crímenes del franquismo sucede algo semejante. Pretender abrir, a estas alturas, una causa general contra aquella dictadura no deja de ser un brindis al sol. Ahora que ya están los asesinos y su cómplices muertos o a punto de morirse, puede uno preguntarse, ¿para qué? Y sospechar que es un modo más de agrandar una fama, de alimentar un ego... No sé, puede uno pensar todo esto, desde luego. Pero al mismo tiempo no deberíamos olvidar que aún hay muchas personas en este país a las que un juicio como este que se pretende aliviaría largas penalidades y cauterizaría heridas profundas...Y que aunque llegue  muy tarde, nadie podrá negar que se trata de un acto de justicia. 


Para terminar, miren qué casualidad, ayer decidieron investigar al juez que instruye la causa contra Urdangarín...También con fundados argumentos legales, como lo es el haberse incumplido el secreto del sumario. Habría sido mucho mejor, qué duda cabe, que no nos hubiésemos enterado de nada. Habría sido mucho más fácil, de ese modo, echarle toda la tierra encima. No nos puede extrañar, por tanto, la indignación, santa y justa, del bueno de Urdangarín.



No sé. Pensando en todo esto, entré en La Lamentable, que es para mí página predilecta,  me encontré con este vídeo impagable y pensé que quedaría bien aquí...







jueves, 9 de febrero de 2012

Charlatán de soledades

Yo soy muy partidario, en casa, en el ascensor, y hasta en la calle, cuando va uno paseando por ahí... Desde chicos hemos mostrado gran inclinación por esta actividad del hablar con uno mismo. Hemos sido siempre, se podría decir, unos grandes charlatanes solitarios.


 
Es moneda común asegurar que esto del hablar solo es signo evidente y claro de locura, pero también podríamos traer hasta aquí a Machado, don Antonio, y citar aquello de que quien habla solo sueña con hablar con Dios un día..., aunque seguramente sea también ese sueño una gran locura.

No lo sé, pero no vamos a entrar ahora en estas filosofías. Sea locura o no, tan solo queremos dejar testimonio de lo sano que nos ha resultado siempre este ejercicio del hablar en soledad y en voz alta, de lo bien que nos ha venido para desahogar nuestros malos humores sin ofender ni fatigar al prójimo, para sacar al fresco nuestras imaginaciones y fantasías verbales sin atorrar a nadie, y para mejorar  al mismo tiempo nuestra oratoria y nuestro arte gramático.

Por ejemplo, algunas indignaciones, nosotros las destilamos de esa manera, y les decimos unas frescas tremendas a estos y a aquellos...¡Nos quedamos luego tan a gusto! Y algunas de las entradas de este blog, antes de pasar al ordenador, han nacido así, esperando el ascensor, o en el cuarto de baño, incluso también alguno de los artículos de los jueves han germinado en estos monólogos solitarios, en  estos soliloquios, que es palabra que no viene del maridaje de solo y loco, pero lo merecería.

De manera que, desde aquí lo recomendamos muy vivamente. El único riesgo, como queda apuntado más arriba, es que sus vecinos lo tomen a uno por loco. Y si uno es un loco o no lo es, eso es cosa de muy difícil discernimiento.

Nosotros, como lo hacemos en voz muy baja, a veces nos creemos que no se nos puede comparar de ningún modo con esos dos o tres señores que se pasean por esta ciudad dando grande voces... Esos sí que están locos de verdad, pensamos cuando nos los cruzamos por la calle... Nosotros, diciéndolo bajito, nos creemos que no estamos idos, lo cual, si uno se detiene a reflexionar un rato, resulta muy inquietante, ya que parece que lo primero que piensa un loco, por ejemplo esos que van voceando por ahí, es que no lo son en absoluto... De forma que, en esto de la locura, uno casi nunca puede estar seguro de nada.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Bolsillos insondables

"El misterioso fondo de mis bolsillos", "Viaje al fondo de mis bolsillos", "Bolsillos profundos"... De todas estas maneras podríamos haber titulado esta entrada, y todas para hablar de los sustos que me llevo cada vez que meto mi mano en uno de ellos y no acabo de encontrar las llaves del coche, o las de casa, o, peor aún, tampoco la cartera. Cuando estoy a punto de darme por vencido, aparecen al fin, como por arte mágica. Sin embargo, esos segundos de zozobra no nos los ahorra ya nadie.

Me ocurre esto con casi todos los chaquetones y cazadoras, incluso con la chaqueta del muerto, pero el peor es, sin duda, el abrigo de lana que me compré hace ya unos cuantos años en unas rebajas de enero. Es un abrigo de señor que tengo impecable porque es un abrigo bueno, de esos que duran para toda la vida, y también porque durante un tiempo no me lo puse apenas. Decía A. que se había pasado de moda. Afortunadamente, como la moda es de naturaleza circular y no deja de rodar ni un solo momento, ahora ya no parece un abrigo antiguo, y aquí está otra vez sobre mis hombros, tan elegante y tan al día.

Es este abrigo, por ser de lana, prenda de mucho abrigo, y como estas últimas semanas ha afilado el invierno su navaja manchega, y vienen las mañanas aguzadas y cortantes, me lo pongo cada vez que tengo que salir de casa. Y, claro, cada vez que busco la cartera, o las llaves de casa, o las del coche, me llevo unos sustos imponentes. Y ando así desasosegado y sin aliento.

Porque tiene mi abrigo unos bolsillos insondables, y aunque no lo parezca, estoy convencido de que podría perfectamente echarme en ellos el mismísmo ordenador portátil, como si se tratase de un mechero, y hasta a alguno de mis alumnos de 1º, tan chiquitillos, podría llevar dentro de ellos, y darles una vuelta. El problema sería tratar de recuperarlos.

Tan prodigiosos son estos bolsillos que temo perder en ellos, cualquier día, mis propias manos, extraviadas en esas galerías y profundidades, sin saber cómo encontrar la salida...


P.D. Esta entrada vana fue escrita, en un folio con membrete del instituto, en la tarde de ayer, para no aburrirme mientras mis alumnos de 2º de Bachillerato hacían el primer examen de esta evaluación, la mano en la mejilla casi todos, y sus miradas melancólicas y muy lejanas, perdidas, digo yo, en aquellos primeros años del siglo XX, tan vanguardistas y tan llenos de fiebre... O en cómo copiarse mientras yo me distraía con estas cosas.

martes, 7 de febrero de 2012

Titulares

Será cosa de la genética, pero hemos empezado a leer el periódico por el final, como lo lee mi padre desde que yo guardo memoria. Al principio lo hacía para ver antes que nada las esquelas, por si había muerto alguien de Ablaña, La Pereda o Baíña, e informar a mi madre de que no tardaría en llamar don Antonio para que fuese a tocar el armonio al funeral. Y ahora ya se le ha quedado esa costumbre, y pasa revista a los que se han muerto antes que él.

El caso es que, de un modo inconsciente, me he descubierto últimamente comenzando la lectura de la misma manera que mi padre, aunque el periódico que nosotros leemos no traiga esquelas. Lo que sí trae, en cambio, son, en la última página, unos titulares muy inquietantes.

Hace quince días, este: "Mi padre me leía a Homero en la cuna", declarado por una tal Miren Arzalluz, que es la conservadora del Museo Balenciaga; y antesdeayer, este de Toni Cantó: "Todo el mundo recuerda su primera oveja".



No sé. A mí se me quitan las ganas de seguir leyendo nada. Si a mí mi padre, en la cuna, me hubiese hecho lo que el suyo a la tal Miren, yo no lo contaría, desde luego. Y lo de las ovejas, en fin, lo de las ovejas prefiero ni comentarlo.




lunes, 6 de febrero de 2012

Crónica deportiva

El viernes el equipo de P. no perdió. Les tocaba contra los de las Seiscientas, pero como tenían estos una excursión, pidieron el aplazamiento, y lo jugarán, ese partido, otro día. 

El jueves, en cambio, en el futbito, no solo caímos derrotados después de un final de infarto, sino que yo volví a casa con el dedo gordo del pie derecho lastimado. Sucedió que me disponía a rematar a puerta con ese pie, el malo mío, tras un hermosa pared con A., que tiene un guante en el suyo, cuando un defensa rival se cruzó a la desesperada, como si la vida le fuese en ello, de tal modo que golpeé al balón y a su tibia juntamente. Yo apenas me quejé, que para algo soy del norte, pero él lanzó un dolorido lamento y se quedó unas segundos tumbado en el suelo. Puro teatro. Se levantó de inmediato y al poco nos coló dos goles como si tal cosa, mientras yo cojeaba pundonorosamente por la cancha. 

A la mañana siguiente, tenía el dedo del color de las berenjenas, y bastante hinchado. Lo cubrí con un grueso calcetín -el frío era afilado-, y me fui a la universidad, que teníamos cita para que les mostrasen a los alumnos de 2º de Bachillerato lo moderna que es la de Castilla-La Mancha. Uno de los profesores que los recibió hizo una intervención antológica alertándolos de los peligros de la inconsciencia juvenil, esa que les hace olvidarse de los plazos de las matrículas y las becas. Al lado de los de Muchachada Nui no habría desentonado lo más mínimo. Si llego a saber que íbamos a ser regalados con semejante monólogo, lo hubiese grabado con el móvil y lo habría podido colgar hoy aquí. Sin embargo, no disfruté del todo, porque sentía latir mi dedo gordo como si le estuviesen bombeando aire, y no quería ni imaginarme el color que tendría en esos momentos.

Al llegar a casa, como efectivamente el color era inquietante, y el aspecto el de una morcilla de Burgos, me fui al médico. Fui en coche, no solo por el pie, sino también por el frío, negrísimo, y porque también había que arreglarle a este la luz de cruce, también la derecha, que se había fundido.

Iba fantaseando con una escayola y una muleta, y con lo interesante que estaría uno así, con semejantes complementos. "¿Qué te ha pasado?", me preguntaría la gente, y yo, con aire desolado, les contestaría que jugando al fútbol, y se creerían todos que soy un futbolista magnífico y un gran deportista.

Pero al médico no le impresionó lo más mínimo mi dedo gordo, descartó la rotura y me recetó un gel antiinflamatorio y que dejase de jugar al menos durante quince días, que ya vamos teniendo una edad...

Luego, en el taller, también resolvieron lo del foco fundido en un santiamén. Mientras esperaba, una pareja que acababa de comprarse un coche nuevo se fotografiaba delante de él, y le pedían al comercial que los sacase guapos, y que se viese bien el coche...

Eso fue lo que pasó el primer viernes en el que el equipo de P. no perdió.




viernes, 3 de febrero de 2012

La culpa es huérfana

Hoy nadie quiere tener la culpa de nada. Antes era diferente, y por eso tenías que ir a confesarte regularmente. Aunque  rebuscases en tu memoria y no encontrase nada que declarar en tu contra, era seguro  que algo habrías hecho.  El sentimiento de culpa estaba, entonces, muy arraigado. Yo ya no me acuerdo de lo que le contaba al cura emboscado tras la rejilla del confesionario, pero algo le decía. Luego este te absolvía previo rezo de tres o cuatro padrenuestros, y ya te volvías para casa mucho mejor, aliviado y limpio. Hasta la próxima vez. Ahora ya nadie se confiesa y nadie tiene la culpa de nada. Yo mismo, cuando vuelvo de Mercadona y me he olvidado de traer algo de lo apuntado en la lista de la compra por A., cuando esta viene hacia mí para interrogarme, le digo que es que no había, que se había agotado y aún no lo habían repuesto... Y me quedo tan campante.



Todo esto viene a cuento de las declaraciones del dueño del Banco de Santander, que declaró el otro día que la culpa de toda esta crisis era de los políticos. A mí me dio mucha risa, porque no me digan que no es divertido que venga un banquero a hablar de culpas. No seré yo quien defienda a uno solo de nuestros políticos (ya podían ser de otros), pero que un señor banquero con tirantes venga ahora con esas es para partirse de la risa. Un señor, por cierto, que se llama Botín, lo cual a mí siempre me ha fascinado. Ni a Galdós, al que tanto le gustaba ponerles nombres significativos y sonoros a sus personajes (Doña Perfecta, Fortunata, Ido  del Sagrario, Santa Cruz...), se le habría ocurrido uno tan ajustado. No Emilio Fortuna, o Emilio Beneficiado, no, Emilio Botín, como el de los bandoleros que asaltaban diligencias... Con un apellido así, se ve que está uno obligado...

Nuestro amigo P., que es catedrático de empresariales, les plantea cada año a sus alumnos el siguiente dilema: saca un euro de su bolsillo, lo levanta entre el índice y el pulgar y les pregunta que a quién se lo darían antes, ¿a él o a Botín? La respuesta correcta, según nuestro amigo, es la segunda, pues ese señor podrá obrar, con ese euro, el milagro de la multiplicación, mientras que él te lo devolverá igual que se lo diste, ni más ni menos. Seguramente tiene razón nuestro amigo P., pero siempre que nos lo cuenta le objetamos que si se lo das a Botín también puede pasar que nunca te lo devuelva, o que te devuelva cincuenta, treinta, veinte céntimos... Así que, siempre le decimos lo mismo, nosotros se lo daríamos a él, que sabemos que es persona decente y muy honrada. Porque si Botín no nos lo devolviese, la culpa no sería suya, sino de la volatilidad de los mercados o, peor, sería nuestra, por haber querido vivir por encima de nuestras posibilidades y albergar la fantasía de que unos pobres hombres puedan beneficiarse del milagro aquel de la multiplicación de los panes, los peces y los euros...


jueves, 2 de febrero de 2012

Con el agua al cuello

La primera vez que oímos hablar de las novelas del comisario Jaritos fue por boca de mi prima M.J., que nos las alabó mucho. A nosotros las novelas negras, que se les dice ahora, nos gustan bastante. El motivo de esta afición tal vez sea porque en ellas, incluso en las mejores, la muerte tiene muy poca importancia y es, podríamos decirlo así, un asunto secundario. Si se trata de novelas de crímenes, resulta inevitable que algunos personajes se mueran y sea además la suya una muerte repentina y violenta. Porque el interés de esta clase de relatos radica en cómo se las va arreglando el héroe para resolver esos asesinatos y de qué modo termina por descubrir al culpable. De modo que si no fuese por ellos, los pobres asesinados, adiós novela. Así que lee uno todos esos descubrimientos de cadáveres con la mayor de las tranquilidades, y hasta hay ocasiones en las que pasamos las páginas deseosos de que aparezca un nuevo fiambre (usemos la terminología del género). Cuando  lee uno esta clase de novelas, se vuelve cruel y despiadado. Son, desde este punto de vista, narraciones deshumanizadas. Pero qué gusto da leerlas, incluso algunas rematadamente malas. ¡Cómo relajan el espíritu y disuelven las murrias que nos acongojan! 

El caso es que, llevados por la recomendación de mi prima, leímos hace ya un tiempo Muerte en Estambul, y, efectivamente, nos gustó bastante. Al margen de la trama, que ya no recordamos, nos quedó la memoria del comisario Jaritos, y la relación con su mujer, la señora Adrianí, él tan griego y tan machista, ella tan autoritaria, tan aguerrida, con tanto carácter... Luego, aunque nos hicimos el propósito de leer el resto de las protagonizadas por este comisario gris e inteligente, otras lecturas nos fueron apartando de esa decisión nuestra, y no leímos más. Hasta hace un par de semanas.

Un sábado por la mañana, mientras nos afeitábamos muy lentamente, escuchamos en la radio una entrevista con el padre de Jaritos, Petros Márkaris. Hablaban de la última novela del comisario, Con el agua al cuello, y de cómo reflejaba en ella la crisis de su país, y de que el misterio al que se enfrentaba en ella Jaritos era una serie de asesinatos de banqueros, corredores de bolsa, especuladores financieros, altos ejecutivos de las agencias de calificación... Nos puso los diente largos. Estas navidades, en una muy coqueta librería de Úbeda, nos la regalamos a nosotros mismos.



Hemos pasado momentos muy agradables recogidos en su lectura. No creo que haya, además, un libro donde se explique mejor cómo están los griegos hoy, sus problemas con las pensiones y los sueldos, los atascos de Atenas, las manifestaciones. Y será difícil encontrar en ningún sesudo estudio económico una explicación más transparente del modus operandi de los bancos y de este capitalismo salvaje que todo lo devora, especialmente los ahorros de los más débiles.

No voy a contar nada más, tan solo que por fin el comisario cambia de coche y que, por consejo de su yerno, se compra un seat, por solidaridad con otro país en dificultades, y que sale la final del mundial de Sudáfrica, y que aunque a Jaritos no le gusta nada el fútbol, ni lo entiende en absoluto, también por influencia de su yerno y su hija, que sí son aficionados, desea que gane España. Bueno, y antes de irme, también voy a dejar aquí una teoría muy sugerente de la señora Adrianí para resolver algunos de los graves problemas económicos de su país:

"-Dime una cosa-le pregunta la señora Adrianí- ¿se han vuelto locos?

Me pilla desprevenido (el narrador es el mismo comisario).

-¿De quién hablas?

-De esos que os han cargado con cinco años laborables más. No entiendo  cómo os resignáis sin hacer nada.

-¿Qué quieres que hagamos? Somos policías. No podemos salir la mitad de nosotros a la calle a romper escaparates mientras la otra mitad se dedica a perseguirnos y detenernos.

-Lo que podéis hacer, yo no lo sé, pero recuerda el viejo dicho: los primeros ochenta años son los difíciles, después te mueres y te quedas muy tranquilo.. Pues bien, ahora los primeros ochenta años no solo son difíciles, sino que, a este paso, pronto serán todos laborables. (Todo un carácter, la señora Adrianí).

-¿Tienes tú una solución mejor? (Casi todas las conversaciones entre ellos son así, como un ejercicio de esgrima).

-Sí. Que reduzcan la población  del país a la mitad. Quedaremos cinco millones y medio de habitantes, y los gastos se reducirán también a la mitad. Los franceses echan a los gitanos rumanos, ¿no?

-Si echamos a la mitad de la población, no sólo se reducirán los gastos, sino también los ingresos, ¿no te das cuenta?

-Claro que sí. Que expulsen a los que deben los veinticuatro mil millones en impuestos. De todas formas, el Estado no cobrará esos impuestos ni en los próximos ochenta años laborables. Que se queden solo los idiotas que pagan impuestos. Los gastos y la corrupción se reducirán con la marcha de los evasores de impuestos, pero los ingresos no mermarán, porque los idiotas que pagan seguirán aquí.

La miro asombrado.

-¿Cuándo te licenciaste en ciencias económicas?"

A mí me ha parecido una teoría muy acertada.







miércoles, 1 de febrero de 2012

Cosas que leemos por ahí

Ahí es internet. Ayer fue un día fructífero. Paseando por un sitio y por otro, sin salir de casa, nos enteramos de todo esto:

Los pliegues de la memoria y de la historia son misteriosos. El tribunal que decide si se ha de juzgar a Garzón por este caso tiene entre sus miembros a Perfecto Andrés, magistrado por el que personalmente siento gran afecto y al que valoro como jurista. Además, escribe muy bien. Tiene un libro de memorias sobre sus primeros años como juez, en Toro, en el que relata como supo de la historia de Manuel Calvo, médico culto y buena persona, al que los sublevados el 36 fusilaron junto a la tapia del cementerio de Fresno de la Ribera. Años después, en la barra del bar Alegría, el hijo del fusilado vio el reloj de su padre en la muñeca del ciudadano que condujo la furgoneta hasta el cementerio. Perfecto Andrés quizá recuerda esa anécdota personal debatiendo si procede o no sentar a Garzón en el banquillo por los crímenes del franquismo. Y habrá recordado también la hermosa cita con la que abría su libro: “No contar ya la vida en años sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras, en furores, en penas y alegrías”. 
Hace años un joven fiscal dijo que en España el peligro para la democracia no eran los militares sino la judicatura. Sobre la reforma de la ley del aborto, dejo la palabra a las mujeres. Vi demasiados juicios sobre abortos clandestinos para no comprender lo que hay de drama en cada una de esas historias y el derecho de la mujer a que el aborto esté bien legalizado. Nunca olvidaré la frase de una madre contando al tribunal las últimas palabras de su hija adolescente, antes de morir. “Mamá, no le hables mal”, le dijo refiriéndose al chico que la embarazó y luego la dejó.
 Extraído de la intervención del gran Martí Gómez -al que tanto admiramos-, y que está transcrito en La Lamentable.

De la entrevista a Roger Scruton en New Stateman sobre su nuevo libro, Green Philosophy: How to Think Seriously About the Planet (Filosofía verde. Cómo pensar seriamente sobre el planeta):
“P. Qué piensan sus amigos de la derecha americana sobre su afirmación de que  conservadurismo no es lo mismo que la ideología del libre mercado?
R. Son muy gentiles y dicen ‘Scruton es un poco excéntrico, aunque quizás tiene algo de razón’. Hay, en cualquier caso, un gran movimiento en la derecha americana hacia un conservadurismo a la vieja usanza; reconocen que hay una límite a esas soluciones radicales de negocio para todas las cosas.
Mi libro es una defensa del asentamiento, que es algo que he tenido siempre como el sine qua non de una sociedad bien gobernada. No significa que la gente no pueda moverse, pero debe moverse primariamente en busca de asentamiento.
P. Es decir que, según su opinión, un sentido de lealtad a un lugar es esencial para tener una vida humana floreciente.
R. Sí. Un sentido de asentamiento. El amor es esencial y el amor no llega a la carrera, viene cuando uno se detiene.
P. El amor a un lugar no es siempre políticamente benigno.
R. Todo tipo de cosas pueden ir de mala manera. La gente es una mierda. Pero, cuando es contenida, puedes vivir con ella.”

Esto último es del blog de Íñigo Gurruchaga, en el que nos enteramos de cómo van las cosas por las islas británicas, porque a veces tenemos la fantasía de la anglofilia. Nos ha parecido llena de interés la última respuesta, y también eso de que el amor no llega a la carrera, sino cuando uno se detiene.

Y para acabar, esta cita tomada en Hemeroflexia, la bitácora de Trapiello:

"... el axioma crotalógico del Padre Fernández de Rojas, citado por Francisco A. Barbieri y recordado a su vez por Ferlosio: "En suposición de tocar [las castañuelas], mejor es tocar bien que mal".

Como se ve, la entrada de hoy nos la han hecho unos amigos.