martes, 24 de mayo de 2011

Planeta Benidorm (II)

Sábado mañana y tarde.

Terra Mítica.

En un cortado de la montaña, levantaron hace ya unos años este parque de atracciones. Como está colgado sobre el mar Mediterráneo, decidieron darle un barniz cultural e histórico y organizaron el parque en zonas dedicadas a cada una de las civilizaciones que comparten este mar o que incluso, intrépidas y navegantes, subieron a sus naves y llegaron hasta estas costas: nada más pasar por las taquillas, Egipto; a la derecha Grecia; más allá Roma; los fenicios a la izquierda...



Obeliscos, peristilos, frontones, circos, faros de Alejandría... Es todo de cartón piedra, claro, pero muy aparente y vistoso. Si se hiciesen películas como las de antes, podrían rodar aquí grandes historias. Además, en todo momento sonaba la música de Gladiator o algo parecido, épico y solemne.



Mientras caminábamos rumbo a los primeros cachivaches, me dio por pensar que no estaría mal contratar en Albacete a los mismos artífices de todo esto, y construir un barrio viejo, alguna ermita románica, dos o tres templos clásicos y, ya puestos y viendo lo bien que trabajan esos alarifes, hasta un vistoso acueducto. Pienso que, así, la ciudad mejoraría muchísimo y se dispararía el turismo.


Las atracciones eran casi todas de la categoría salvaje, de esas que ponen a la gente boca abajo y la sacuden y centrifugan después de haberla subido hasta lo alto. Montañas rusas y otros ingenios más sofisticados, para corazones jóvenes, sanos y en su sitio. Viendo lo que disfrutaban todos con esos estremecimientos, espasmos, alzamientos y caídas, sus caras de satisfacción y alegría, me dio por pensar que viene a ser lo mismo que sucede con la politica levantina, que la gente de estas tierras goza igualmente con que la pongan patas arriba para vaciarles mejor los bolsillos, y como se lo pasan tan bien, les votan en masa cada vez que se presenta la ocasión.

Como excepción, justo detrás del Pórtico de las Cariátides del templo de  Erecteión, un clásico tiovivo. Naturalmente, lo llamaban "El Vuelo de Ícaro", para no desentonar. Estaba un poco arrinconado, y sonaba allí una música distinta, viejas melodías napolitanas, melancólicas y suaves. Fue lo que más nos gustó. Y los chiquillos, a pesar de venir de distracciones que les habían zarandeado con violencia y les habían dejado caer a plomo desde treinta o cuarenta metros, se subieron tres o cuatro veces seguidas, muy felices... Era hermoso verlos girar al son de esa música antigua, recortados sobre un cielo azul inmaculado, con el mar al fondo. Parecía otro lugar.







Continuará


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