martes, 3 de mayo de 2011

Semana Santa en Úbeda (II)

Jueves Santo

Bajamos, arrastrados por P., a ver la Oración del Huerto. Mientras la aguardábamos, quedamos fascinados por una pareja que estaba parada en la acera de enfrente, también en la espera. Eran los dos muy bajitos, redondos y lustrosos. Ella con una minifalda vaquera que dejaba ver unas piernas muy gruesas, llenas de bultos, y él con una chaleco que a duras penas cubría un vientre patriarcal y redondo como un globo terráqueo. Lo que nos hipnotizó fue su habilidad y presteza para comer pipas, que sacaban de unas bolsas enormes y rápidamente se llevaban a la boca, rompiendo su cáscara y engulléndoselas en un visto y no visto. Parecían dos hamsters hambrientos.


 

Mientras pasaba la procesión se me ocurrió pensar que el tambor es una más entre las muchas abominaciones que ha industriado el hombre.


Probablemente la culpa fue del tiempo, del frío que corría por las calles y doblaba agresivo las esquinas, o del haber tenido que esperar, a pie firme, algo más de media hora. Seguramente fue por las dos cosas al mismo tiempo, pero el caso es que empecé a pensar en lo poco que me gustan estas manifestaciones religiosas, y en lo poco y mal que las comprendemos. Nos parecen ridículos, y siniestros, los penitentes tocados con sus pirulís de seda;  ridículos y absurdos los pies descalzos de muchos de ellos; ridículos y tristes los niños disfrazados, igual que las manolas de barbilla alzada y repujadas peinetas... Si dios existe, que todo puede ser, todo esto está claro que no es obra suya, sino de los hombres y de ese gusto nuestro tan dudoso.


Lo mejor son las cosas que me van contando mis cuñados. Delante de este paso nos señala J. al cura X., el del Alsina, y me narra su historia. Hombre extremadamente piadoso, al quedarse viudo ya mayor, decidió entrar en el seminario y se consagró como sacerdote. Sin embargo, todo el mundo en el pueblo lo recuerda al otro lado del mostrador, en la estación de autobuses, afanado en la venta de billetes, actividad a la que ha dedicado la mayor parte de su vida.


O, al Paso de la Columna, cómo han tenido que expulsar al camarero de la Virgen de esta misma cofradía, porque con el pretexto de un arreglo o restauración del manto, se lo llevó a Sevilla y se lo alquiló, a espaldas de sus hermanos cofrades, a una procesión de esa ciudad. Lo descubrieron en internet, cuando vieron ese manto suyo cubriendo las espaldas de otra Virgen. O la de la Rubia, voz de oro, que todos los años les cantaba saetas desde su balcón a estas vírgenes dolientes, pero que va a tener que faltar durante una larga temporada a esta costumbre porque está en la cárcel por intentar envenenar a su marido.


Y así vamos pasando el día.



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