sábado, 3 de septiembre de 2011

Apuntes de Alcaraz (II)

El nacimiento del río Mundo. Es un nombre precioso para un río, redondo, pleno, y da mucho gusto acercarse a él para luego contarlo: "Vengo del nacimiento del Mundo", y quedarse tan anchos… Hacía varios años desde la última vez que lo visitamos y nos llevamos un sorpresa: ¡han echado abajo el bar que había en el aparcamiento! Debe de ser este el único lugar donde han derribado un negocio de esta clase… "Este Mundo no parece el mundo", pensamos con pesadumbre...

Mientras comemos, vemos en el telediario las noticias sobre la marcha de los Sanfermines. Nos pone del mejor humor encontrarnos tan lejos de Pamplona…

En el coche, J.Á. nos cuenta cómo tuvieron que volver en autostop la noche de San Juan, desde una playa en Motril. Los recogió un hombre de unos cincuenta años, marroquí, que llevaba puesta en el radiocasete del coche una cinta de El Padre Abraham y los Pitufos… La ponía una y otra vez…


Volvimos a la plaza, ya de noche, a tomarnos una café y unos helados tras la cena. Había más gente que al mediodía. Diez o doce personas contándonos a nosotros… Las torres las tenían iluminadas, pero los focos que alumbraban la del Tardón se iban y venían como si estuviesen a punto de cortocircuitarse o como si un crío estuviese jugando con el interruptor y las fuese a fundir… Estaban esas luces, como todo aquí hace años, manga por hombro, destartaladas y como con la cabeza a pájaros… Seguramente a causa de la soledad. De todas formas, se las veía preciosas, igual que la plaza toda, y se estaba allí, sabiendo que nos iremos dentro de un par de días, en la gloria…

Mientras los chiquillos veían una película y A. la novela de la tele, le he dejado a J. Á. el libro de Tolstoi para que se leyese “Cuánta tierra…”. Y con esa buena acción me he quedado durmiendo la siesta como un bendito…

En los campos de olivos, aquí y allí, se pueden ver dos o tres encinas, firmes y serias, como pastoreándolos…

En la sobremesa, leyendo tumbado en el pequeño sofá, me distraigo contemplando el techo de madera, cóncavo como el casco de un viejo barco, y las vigas que lo cruzan el lugar donde colocarse los remeros…

Llegó L. y le puso nombre a los árboles y las plantas: robles, chopos, pinos y sauces, almendros, higueras y nísperos, aligustres, adelfas…

Al marchar, conversación con la dueña sobre las alfombras de Alcaraz. Está tejiendo ella una, en un enorme bastidor. Nos contó cómo hay un taller en el pueblo, donde aprenden, y que es el único que tiene el permiso de la Real Fábrica de Tapices, que es la que custodia los diseños de las que se tejían aquí, en este rincón apartado del mundo, en el siglo XVII, y que la que tiene ahora entre las manos es un dibujo de una que hay en el Museo Británico, que lo sacó de una foto que le hizo con el móvil su hijo cuando viajó allá, etc., etc...


Y allí la dejamos, a la buena señora, rumbo nosotros hacia el Norte...



N.B. De las fotos de esta entrada, dos son de J. Á., y no creo necesario señalarlas ya que se nota a la legua...

No hay comentarios:

Publicar un comentario