miércoles, 7 de septiembre de 2011

Ardisana (II)

Como sigue el tiempo difícil, hemos hecho una excursión a un zoo que hay a la entrada de Cangas de Onís. Aunque está en mitad de un bosque frondoso, es también un lugar triste… Tres tristes lobos, tres tristes  linces, tres tristes osos… Tigres no había... Tenían, eso sí, canguros, que parecían todos un poco desquiciados, sacándose las pulgas unos a otros… Lo que más nos impresionó fue una cabra siciliana, muy peluda y con unos cuernos imponentes y huecos que, según rezaba un cartel colgado en la alambrada, había sido utilizada por la mafia, para enviarse mensajes y avisos…



Al final nos dieron un espectáculo de cetrería, que los chiquillos celebraron mucho, porque les dejaron que diesen de comer a una lechuza llamada Virginia. Luego sacaron unos lobos siberianos, que se acercaron a husmear a los críos, y a chupetarlos. Yo pensaba: "Ahora alguno de estos bichos se va a volver loco y los va a devorar a todos...", y cerraba los ojos para no verlo... Finalmente, aparecieron unos buitres naturales del África que se pasearon entre todos nosotros -¡qué repelús!- con los mismos andares que se gastan los usureros de Dickens… Cuando al fin terminó todo y dejaron de sacar animales, celebré mucho que nos marcháramos de semejante lugar...



Visita a Posada, a por el pan y un frasco de betadine para P., que se ha lastimado un dedo… No bajamos mucho porque la carretera es sinuosa y estrecha. Como iba solo, marchaba a una velocidad antigua, muy lenta, como de carro del país… En la farmacia, cuando  estaba esperando a que me atendiesen, entró un muchacho que llevaba un camión de mensajería, a preguntar por un par de direcciones:
-¿Edificio Peñasanta?, ¿los Castellanos?
A nadie le sonaban, tales señas, de nada.
-¿A qué nombre van dirigidas?- le preguntó la boticaría.
-A tal y a tal- leyó el mensajero en los albaranes.
-¡Ah!-exclamaron todos, farmacéuticos, mancebos y clientes, como una coral bien afinada que ensayase cada tarde en la Casa de la Cultura- Esa es la dentista, al final de la calle, a la izquierda. Y el otro está en la gasolinera, abajo, en el cruce



Di luego una vuelta rápida, para comprobar que todo sigue igual que el verano pasado, y el anterior, y el otro… Allí seguían la Cafetería Moderna, la Sidrería Jovino, el parque, la ferretería de la plaza, el supermercado, el bazar, la mercería… Se me olvidó entrar en el quiosco, a ver si continuaba regentándolo aquella mujer tan contundente, que despachaba los periódicos y revistas con unos atuendos fantásticos y espectaculares, llenos de transparencias y raros adornos…
Andaba también por Posada el vagabundo que vimos la otra tarde en Llanes y que se pasa el día durmiendo en los bancos… Parecía estar buscando uno…
Desde el baño escucho de pronto grandes voces, campanudas y ásperas. Al asomarme a la ventana veo a un vaquero con los brazos en alto, en mitad de un prado, tratando de que dos o tres vacas que se le han insolentado y se le han salido del camino, vuelvan a la carretera con las demás. Le cuesta un rato, porque se ve que son unas vacas desobedientes y desvergonzadas. En un prado vecino, varias que estaban pastando filosóficamente, han dejado de hacerlo y se acercan al vallado, a contemplar a sus díscolas parientes y ver en qué acaba todo. Igual que nosotros. Finalmente, el vaquero, su bastón y sus destempladas voces, acaban por imponerse y todo vuelve a su curso, las vacas rebeldes al camino con el resto, rumbo a la cuadra, y nosotros a lo nuestro. Las otras, las espectadoras, aún se quedan un rato en el mismo lugar, seguramente rumiando el incidente.


Desde el prado donde dejamos aparcados los coches, cuando está el cielo limpio y despejado, se puede ver el mar...



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