sábado, 17 de septiembre de 2011

Londres (III)

Segundo día

 Frente al Parlamento había plantadas unas treinta tiendas de campaña. Eran los indignados de aquí. J.Á. les sacó unas fotos. Excepto uno, que estaba leyendo tranquilamente, los demás aún dormían...


Al Big Ben le sucede como a todos los edificios famosos que existen por el ancho mundo… Los hemos visto tanto, en estampas, postales y fotografías, o por la tele o en el cine, que, al encontrárnoslos de pronto frente a nosotros, nos parecen de… mentira. Como el edificio original del Parlamento ardió en 1834 "los arquitectos Charles Barry y Augustus Pugin crearon un edificio nuevo con vocación de antiguo: la gran fachada neogótica en tonos ocres -con reflejos de un dorado veneciano en días soleados- y la torre del Big Ben son más o menos de la misma época que el Palacio de las Cortes de Madrid. Barry y Pugin hicieron un denodado esfuerzo por recargar espacios y dar a los muros un aspecto medieval que armonizara con la contigua abadía de Westminster, un monumento de estilo gótico pero igualemente truculento, ya que sus torres fueron terminadas en 1745. La carrera de ambos arquitectos culminó y concluyó con aquel trabajo: al poco de rematarla, Barry murió de agotamiento y Pugin fue internado de por vida en un manicomio" (Enric González, Historias de Londres, Península, Barcelona, 1999)




El Eye London está bien, pero va muy despacio y, al rato, ya te aburres un poco… Desde lo más alto parece todo una de esas maquetas de los aficionados a los trenes eléctricos que le ocupan a la familia una habitación  entera y verdadera para embutir en ella esa afición suya… Veíamos salir los vagones diminutos de Charing Cross y Waterloo y también los autobuses, los coches cruzando los puentes sobre el río, los liliputienses peatones… El Parlamento semejaba, desde esa altura, uno de esos recortables de papel que vendían antes en los quioscos, puesto en pie por manos expertas…






Paseamos luego por South Bank: celebraban la  feria de verano, había muchísima gente y, al lado del río, un montón de arena para que jugasen los niños…



Por la tarde nos fuimos a Notting Hill. Es un barrio inmenso, con casas de aspecto muy próspero y una larga historia de luchas raciales ( ver Enric González)…


 Portobello, a esas horas y con el cielo encapotado estaba prácticamente vacío… Es una calle preciosa, con sus casas de colores, los puestos de los anticuarios y, un poco más allá, los carros cargados de fruta… En ocasiones, tan solitario y tranquilo lo encontramos que parecía la calle de un pueblo…



Pasamos al lado de un viejo cine-club con una más que apetitosa programación, y algunos metros más allá  nos tropezamos con un edificio del Ejército de Salvación. Cuando George Orwell vivió en la indigencia, visitó alguno de estos lugares, para dormir bajo techo y tomar una taza de té y un pedazo de pan: "... he dormido en varios refugios del Ejército de Salvación y, aunque varían poco entre sí, en todos he notado la misma disciplina semimilitar. Son baratos, sin duda, pero, para mi gusto, se parecen demasiado a los hospicios. En algunos de ellos, incluso, hay oficios religiosos obligatorios una vez o dos a la semana, a los que se tiene que acudir so pena de dejar el refugio. El hecho es que el Ejército de Salvación está tan acostumbrado a considerarse un organismo benéfico, que no puede tener siquiera una casa de dormir sin que huela a limosna" (George Orwell, Sin blanca en París y Londres, Destino, Barcelona, 1973). 




Luego comenzó a llover y nos resguardamos en un pub, a esperar que escampara. Como no lo hacía, pensando que ojos que no ven corazón que no siente, nos metimos en el metro con la esperanza de que al salir de nuevo a la superficie hubiese parado… Íbamos hacia Shepherd Market, que había leído en la guía que era un lugar con mucho encanto. Sin embargo, continuaba lloviendo y allí, en aquellas calles peatonales, solo había ya restaurantes ocupados por ejecutivos de la City, además de uno llamado Alhambra lleno de árabes ricos… Dimos unas vueltas con nuestros impermeables modestos y nuestros torcidos paraguas, como mendigos orwellianos, y nos fuimos de nuevo hasta el Soho…


Hablando de mendigos, apenas hemos visto alguno en este par de días, tan solo dos o tres a la salida del metro. Para las olimpiadas, dentro de menos de un año, ya se habrán deshecho de ellos. Las palomas, eso sí, las hemos visto a todas muy gordas y lustrosas…
De vuelta al hotel, como las dos noches anteriores, nos encontramos a la misma anciana acompañada de su perro, desalojada del café Nero, ya cerrado. Estaba allí, en la esquina, sin saber muy bien qué hacer ni a dónde ir...


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