sábado, 10 de septiembre de 2011

Ardisana (IV)

Todas las mañanas, muy temprano, pasan por delante de la casa dos franceses hablando en voz muy alta. Como sigan con esa costumbre, seguramente algún turista cogerá una escopeta de postas y les llenará el culo de perdigones…


Al rato cruza La estrella de Castilla, que les trae el pan a la mayor parte de los vecinos... Con un nombre como este, debe saber, ese pan, a gloria bendita...
Delante de la casa, tres montañas: La Peña, La Cuesta y la Boriza… Pero apenas se dejan ver, y amanecen cada día veladas por una niebla que casi nunca acaba por disiparse del todo...



Hemos hecho amistad con los vecinos, que son madrileños y tienen alquilada su casa todo el año.  Los tres meses del verano se los pasan enteros y verdaderos aquí. Él es escultor, escultor de grandes esculturas, de esas que colocan los municipios en las glorietas y rotondas, y las diputaciones en las autopistas… Son una gente amabilísima con la que pegamos cada día la hebra un buen rato. Poco a poco nos vamos contando nuestras vidas, de un modo natural y desenfadado. El otro día, hablando de lugares para comer, nos  dejaron una guía que ha resultado ser de muy entretenida lectura. Yo, al menos, la he leído sin saltarme una línea, compaginándola con los relatos de Stevenson. El autor, que confiesa haber sido cocinero antes que fraile, se nota que disfruta con todas estas cosas de la gastronomía, y escribe llano y natural. A los dueños de los negocios de los que habla los llama por su nombre… El libro está lleno de datos de interés, sociológicos (“el gijonés es citófago, y no entiende una comida sin alguna clase de pescado, así como las raciones pequeñas…”; “Entre un llanisco y un cangués hay más diferencias que entre un esquimal y un watusi"), geográficas (“Baldornón es uno de los rincones más fascinantes de Gijón”), etnográficos (“El chigre es un sacacorchos de palanca que inventó un marinero”), o filosóficos (“ un buen chigrero no solo compra y vende sidra, él termina de hacerla…”). De un lugar muy alabado dice: “Una vez terminada la reforma, parecía que el local tenía más años que cuando cerró”; de otro: “Es un buen sitio para librarse de una suegra fartona, porque entre el pote, el repollo relleno y el cachopo, no hay viuda que lo resista. Si aún así ven que aguanta, pidan el surtido de postres, todos caseros, atómicos, sin posibilidad de supervivencia”. El buen hombre se llama Pepe Iglesias y aunque es más que probable que no pisemos ni uno de esos restaurantes que glosa, hemos pasado un buen rato con la lectura de su guía…


Los caminos, los árboles, los ríos… Día de largos paseos…

Un hotel perdido en lo alto de la montaña, más allá de El Allende, que ya es estar lejos… En un prado, asturcones, cabras blancas y negras, como piezas de ajedrez. De pronto, seis cuervos levantan el vuelo, uno de tras de otro, como en formación…


La naturaleza y el arte moderno...




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