viernes, 2 de septiembre de 2011

Apuntes de Alcaraz

La primera semana la pasamos en el campo de Alcaraz, en mitad de la nada, muy cerca del lugar de Solanilla, que era, al parecer, la antigua judería de esa ciudad que dejó de serlo hace ya mucho tiempo para convertirse en un pueblo ensimismado, solitario y pobre. Pero la finca en la que estamos es como un oasis en medio de estas tierras secas y rojizas que parecen las ascuas de un crepúsculo machadiano...

Como andamos leyendo los cuentos de Tolstoi, nos da por imaginar, cuando levantamos los ojos del libro y contemplamos los árboles numerosos, que nos encontramos en la mismísima Yasmina Polaina…

Leemos al borde de la piscina, acompañados por la música monótona y tenaz de las cigarras, a la sombra de un chopo. Frente a nosotros se abre un camino que los árboles sombrean dulcemente. Al levantar la vista de las páginas del libro y verlos balancearse suaves, fantaseamos con que aparezca de pronto, por ese sendero, la figura ofuscada del conde Tolstoi, su gran barba blanca tapándole todo el pecho, su mandilón y sus gruesas botas de mujik… Arrugado el entrecejo, planeando su fuga…

Al salir de la casa muy temprano, nos sorprende, en la mimosa que hay junto a la puerta, el rumor de decenas de abejas libando… Suenan, laboriosas y esforzadas, como una factoría o una industria…

Camiones con los que nos cruzamos en la carretera, o a los que adelantamos: Transportes “El Badil”; y unos kilómetros más adelante, “Hermanos Flores”, Transportes y Áridos, La Camorra S. L., Cabra (Córdoba)…

Todas las noches, antes de acostarnos, el canto del cuco…

Un banco de madera bajo un viejo roble. Allí leí esta mañana “Cuánta tierra necesita un hombre”, según Joyce, el mejor cuento jamás escrito…

A ese banco se llega por un camino que cubren las ramas de varios chopos, y hay, a su lado, nueve pinos encumbradísimos, y una alberca con dos o tres patos, y una hamaca colgada entre dos olivos, y un columpio de madera… Es difícil imaginar un lugar mejor para leer…



Esta mañana, leía ensimismado en ese banco cuando vino a posarse a mis pies una urraca. Tan cerca aterrizó, que me sobresalté, y llegué a pensar que seguramente venía a decirme algo… Iba vestida con traje de noche, de negro y blanco y, a la espalda, un chal azul brillante. Pero no me dirigió la palabra. Se puso a curiosear por todos lados con impertinencia, la cabeza muy levantada, sin hacerme ningún caso…

Estamos aquí como un mujik rico en su dacha…

La plaza de Alcaraz podría ser la de cualquier pueblo… italiano...



Cada día, tras la comida tomamos un café  en una terraza que tienen puesta debajo de las torres, a la entrada del juzgado. A esa hora ensimismada de la sobremesa está todo vacío y no se ve ni a un alma... (Bueno, a veces, como la de la foto, aparece alguna. ¿Dónde irá?...)




A veces pasa también algún coche, que cruza la plaza traqueteando sobre los adoquines y se pierde por una estrecha calleja…  Ayer, como había sido mañana de mercado, quedaban bolsas y papeles por el suelo que el viento arrastraba de una a otra esquina y, de vez en cuando, los levantaba por el aire en un torbellino idéntico al que describe Clarín  al comienzo de “La Regenta”…


2 comentarios:

  1. Me alegra leerte de nuevo, Enrique. Se te echaba de menos.

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  2. el conductor de LA CAMORRA S.L., no sería un Corleone? vaya miedo....

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