viernes, 30 de septiembre de 2011

La terraza del cuarto (la madre)

Volvía un poco fatigado del instituto, viernes a las dos y media, cuando al abrirse el ascensor escuché la voz de una mujer en el rellano. Era la del cuarto, la madre de la de la terraza, que estaba hablando con A. En cuanto me vieron aparecer, A. se metió para la casa, y la madre se me abalanzó como si fuese el cartero y estuviese esperando ella un mensaje urgente e importantísimo...

Lo que aconteció a continuación debería haberlo grabado con un magnetofón, y colgarlo aquí para que se comprobase que no exagero lo más mínimo.

-Mira, estaba contándole a tu mujer lo de la reunión de vecinos, porque me dijo la administradora que tú habías asistido y claro, nosotros no fuimos porque no podemos, que ya sabes que yo ahora trabajo, media jornada, estoy muy a gusto, pero salgo tarde y no me da tiempo, y a mi marido tampoco... Al principio sí que íbamos, pero ahora... Y claro, nos hemos enterado de lo que se dijo y yo, que estoy mal del corazón,  llevo tres días que no duermo, y me paso las noches llorando... Porque eso es mentira, mi hija no ha tirado nada a nadie, y ese muchacho del segundo miente, miente, porque te lo digo yo, que siempre he vivido en comunidad, y jamás he tenido ningún problema, y que ya sabéis vosotros que soy una vecina ejemplar, y que si hay que pasar por mi terraza para hacer alguna obra, nunca he puesto el más mínimo inconveniente, aunque luego no te lo agradezcan, y ya sabes que si vosotros tenéis aire acondicionado es gracias a mí, porque P. no quería que pusieséis el aparato en la ventana, y fui yo a hablar con la administradora y bla, bla, bla...

Juro que todo esto, y mucho más, todo mezclado y en gran revoltijo, salió de su boca en apenas una docena de segundos y sin tomar aire... Yo la miraba asombrado: "¡Qué pulmones!", pensaba... También resultaba fascinante el modo en que enhebraba asuntos tan dispares, y cómo sacaba la mano para, de pasada y a la carrera, irle soltando un bofetón a todos y cada uno de los vecinos...

-Por ejemplo, los que llevan dos años sin pagar las cuotas, pues esos también tienen hijos adolescentes, y ponen la música bien alta, a todas horas, y a mí nunca se me ha ocurrido quejarme, porque yo sé lo que es un adolescente... Aunque en mi casa, puedes subir a verlo, no hay ningún equipo de música, solo un transistor muy pequeño que uso yo cuando estoy en el baño, porque hay que ser tolerante, y además subí a la administradora a mi casa para que viese que desde mi terraza es imposible tirar nada a la de ese hombre mentiroso...


Tampoco en esta ocasión tuvo necesidad de pararse para tomar aliento.
Yo a duras penas conseguía colar alguna frase, tratando de tranquilizarla y asegurándole que todos los vecinos habíamos demostardo ser, en todos estos años, gentes finísimas y discretas y en particular el vecino del segundo,  hombre extremadamente cortés y sin ninguna mala intención...

Pero ella repetía una y otra vez las mismas cosas, en tiradas larguísimas y monótonas en las que negaba la mayor y se lamentaba de lo que calificaba como una calumnia infame...

Llévabamos así unos veinte minutos...
-Todo es ya me lo has dicho y te aseguro que lo he entendido perfectamente; no te preocupes, seguro que todo se aclara- logré al fin decir en un tono  imperioso, y señalándole la barra de pan que llevaba bajo el sobaco-igual que un camarero de Campomanes cuando atendía las mesas a la hora de las comidas-, le hice ver que era ya la hora de comer y que  no podía seguir escuchándola. Cerré la puerta y me apoyé en ella resoplando, con la misma sensación del que acaba de librarse de un fenómeno natural devastador, uno de esos huracanes terribles que se desatan allá por los trópicos...

Cuando entré en la cocina me encontré a A. al borde de un ataque:

-¡Un hora, me ha tenido una hora escuchándola! ¡Una hora de reloj! Me la encontré en el portal, nos subimos juntas en el ascensor y al llegar aquí se bajó y se vino conmigo hasta la puerta... Y yo le decía que no había ido a la reunión, que no sabía de qué me estaba hablando... Pero nada, ni caso...


Y yo que pensaba reprocharle que me hubiese dejado solo a merced de esa mujer desatada; y yo que creía que la reunión había sido muy entretenida...

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