viernes, 16 de septiembre de 2011

Londres (II)

Primer día



Tres horas en el Museo Británico. Egipto, Persia, Grecia, la E. M. europea, algo de México y los Antípodas… Extenuante… Frente a la piedra Rosetta un gentío inquieto e incontable disparando sus cámaras digitales… Algo  más llevadero era el río de gente entre las urnas que muestran las momias…  Pero son bien poca cosa todas ellas al lado de ese pobre hombre, Ginger, encogido en un pequeño y estrechísimo hoyo, rodeado de unas pocas vasijas, al que enterraron casi a ras de tierra… ¡Cómo se parece a nosotros! ¡Qué pudor asomarse a mirarlo, como si fuese fenómeno de feria!







En las salas dedicadas a Grecia, además del expolio, se ve que, en lo artístico, desde entonces no hemos avanzado nada. Al contrario, la regresión ha sido considerable… Y si no, pensemos en las esculturas modernas de las ciudades y autopistas…
Después estuvimos en Covent Garden… Encontramos allí mucha más gente que en el museo, una romería difícil de digerir… A J.Á. le parecía todo como un parque temático, un poco falso…



Huimos en el metro hasta Camden, a curiosear por el mercado y los canales… Allí, aunque el ambiente también era festivo, resultaba todo menos tumultuoso… Además, fue precioso el paseo por el canal, casi solitario…





La contemplación de un curso de agua, lo decía Cunqueiro, alivia el espíritu… Los jardines de las casas, las gabarras atracadas en la orilla (una de ellas una librería) o las que surcaban silenciosas y mansas las aguas verdes y oscuras…, todo resultaba un bálsamo para nuestras almas viajeras y, sobre todo, para nuestros traqueteados pies…


Desembarcamos en Regent´s Park. Al parecer, en Londres hay 1700 parques. Este es de los enormes e inabarcables… De parques así se puede decir lo mismo que Cunqueiro de los ríos, los canales y los puertos… Paseamos, nos sentamos en un banco extrañamente cómodo… Observamos a las gentes variopintas que nos cruzábamos…




 
Piccadilly es el fruto de una serie encadenada de malentendidos y desafortunadas decisiones: la estatuilla de Eros no representa a Eros, la fuente ya no es una fuente y los anuncios luminosos resistieron un largo pleito. Todo esto lo cuenta maravillosamente bien Enric González en sus deliciosas Historias de Londres, que nos hemos traído con nosotros. El monumento, que iba a ser una fuente y no lo es, coronado por un Eros que tampoco es tal cosa, se levantó para homenajear a Earl Shaftesbury, un filántropo victoriano. Le encomendaron la obra al escultor Sir Arthur Gilbert. Enric González lo narra así: "El escultor decidió que la memoria del filántropo merecía pasar a la historia con la imagen del Ángel de la Caridad Cristiana y diseñó un querubín desnudo. Según explicó el propio Gilbert, la figura mostraba "el Amor, con los ojos vendados, disparando su proyectil de bondad". Pero, ay, el angelote no apuntaba al cielo, sino a la tierra. Y en su arco no había ya flecha alguna. Al conocerse los primeros bocetos, las malas lenguas difundieron que la estatua encerraba una broma sobre la impotencia del filántropo, y ya antes de la inauguración el ángel había sido rebautizado como Eros, dios del amor carnal".



Pero el desastre realmente grande fue cuando el ayuntamiento decidió, por su cuenta y riesgo, reducir el tamaño de la fuente que el escultor había proyectado. Protestó este con energía, anunciando que, de hacerse de ese modo, el agua de la fuente saltaría a la acera y no habría quien se acercase a ella a no ser que quisiera ponerse pingando... No le hicieron caso y, efectivamente, resultaba imposible arrimarse a ella sin mojarse... La gente, que no sabía de quién era la culpa de semejantes salpicaduras, responsabilizó al escultor, que ya casi no pudo ni salir de su casa. Poco antes de morir lo dejó claro: "El asunto Piccadilly destrozó mi vida", afirmó amargamente...




El caso de los anuncios tampoco fue fácil. La mayoría de los vecinos de los nuevos edificios recibieron suculentas ofertas para instalar en ellos los nuevos anuncios luminosos, pero el ayuntamiento trató de impedirlo. Finalmente, los tribunales les dieron la razón a los vecinos y hasta hoy... Y nos explica Enric González: "Un detalle: sólo hay anuncios en un lado del circus. Porque los edificios del otro lado se alzan sobre terrenos de la Corona, y en los contratos de leasing estaba estipulado desde mediados del XIX que ni en las fachadas ni en las azoteas podía colocarse publicidad alguna. Gente previsora, los abogados de la monarquía". 



A lo que nosotros fuimos hasta allí es a  que P. viese la juguetería que  hay en Regent Street. 250 años de antigüedad y cinco pisos repletos de golosinas. Quedó, P., anonadado…




Terminamos cenando en el Soho y a la vuelta nos perdimos en el metro, por culpa de unas obras y unas estaciones cerradas. A cambio, vimos unas cuantas muy bonitas, al aire libre y con viejas columnas de hierro… Como de película de Hichtcock...



Al ir a echar las cortinas, una luna llena preciosa iluminaba la ciudad… Solo faltaba que cruzase delante de ella la fantástica figura de Peter Pan…



N.B. En esta serie de Londres, las fotos buenas son de J.Á. Las otras, nuestras.


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