miércoles, 30 de noviembre de 2011

Jot Down

No recuerdo cómo dimos con ELLA, seguramente aquella tarde escribimos en el google uno de esos nombres que admiramos: Enric González, Santiago Segurola, Manuel Jabois... No lo sé. El caso es que fue muy agradable decubrir en internet una revista que parecía hecha a la medida de nuestros gustos y afinidades. Como cuando te hacen un mueble para el baño. Allí estaban todos ellos, en columnas y reportajes, pero sobre todo en largas y pausadas entrevistas como las que ya es muy difícil encontrar en los periódicos -en estos, entrevistas tan extensas solo publican las que les hacen a algunos políticos encumbrados, presidentes de gobierno o algo semejante-. Más que entrevistas, se trata de conversaciones amables, inteligentes, reposadas... Siempre da muchísimo gusto leerlas.

Hace unos días, publicaron, efectivamente, una CONVERSACIÓN entre Martí Gómez y Enric González. Deliciosa y ejemplar. A Martí Gómez lo escuchamos todos los fines de semana en la radio, y nos da igual el asunto del que se ocupe, porque siempre lo hace maravillosamente bien, profundo y ligero al mismo tiempo, divertido, jugoso, didáctico. Escéptico y sentimental. Como el gran reportero que es, conoce multitud de historias y gentes, ha tratado con todo el mundo, hablado con estos y aquellos, visitado palacios y chozas,  y da la impresión de saberlo todo de casi todo. Pero lo más importante es cómo nos lo cuenta, la manera sencilla y natural de narrar todas esas cosas, sin darse ninguan importancia, sin levantar la voz ni impostarla... Consigue siempre que parezca que estamos escuchando a un  viejo amigo muy sabio y divertido en la barra de un bar y ante dos cervezas...

En esta conversación, en la que nada tiene desperdicio, me quedo muy pensativo, por lo que me toca, con lo que sigue:

" En general los blogs tienen un defecto, y es que son onanistas, se trata de alguien que habla de sí mismo". Como siempre, qué razón lleva.

martes, 29 de noviembre de 2011

Ténebre

El fin de semana anterior me lo pasé corrigiendo unos exámenes de 2º de Bachillerato, lo que antes se llamaba COU.

Este año tengo un curso de muchachos encantadores, sonrientes, amables, educados. Esto, que con la edad que tienen estos chavalotes debería ser moneda corriente, de un tiempo a esta parte se ha vuelto difícil de encontrar.

Últimamente lo normal es que el alumno de bachillerato sea un poco cazurro, bastante desinteresado, muy poco trabajador y mantenga ciertas actitudes absurdas y pueriles... Esos comportamientos, en un chiquillo de 1º de la ESO, uno los puede entender, y tratar de corregirlos con dulzura y compresión. Pero a unos mozarrones de 18 años nos entran ganas de mandarlos a la mierda...

Afortunadamente, este curso la gente que me ha tocado es, lo repito, encantadora. Hubo momentos en los que fantaseé con la idea de que iban a aprobar todos...  Yo a la mínima me dejo llevar por el idealismo y las imaginaciones más optimistas... Sin embargo, son ya muchos años en este oficio y algo me decía que a lo peor no iba a ser así, que iba a ser como siempre... Efectivamente, el examen ha sido un desastre. Han aprobado, de 24, cinco...

He tenido que leer cosas prodigiosas, como por ejemplo que fue un tal Martínez, y no Moratín, como se creía hasta ahora, quien escribió El sí de las niñas; que la conocida  fábula se titula La cigala y la hormiga; que Bécquer era un gran novelista... Bien es verdad que no me he encontrado con nada comparable a aquel alumno que subió a los altares a un personaje universal, canonizándolo, y como sigue lo escribió: "San Chopanza".

Pero de entre todo ese erial, me encuentro de pronto con una flor inesperada y llena de hermosura: la palabra ténebre, que una muchacha me escribe en lugar de tenebroso. Aunque se trata una palabra que no existe en español, merecería que le hiciéramos un hueco y la recogiésemos como hacían los conventos con los expósitos... La tienen los italianos, con el significado de tinieblas... A esa muchacha ya le he dicho que si en cada examen hace un descubrimiento semejante, aunque sus notas sean insuficientes, yo la apruebo... "Oscura y ténebre se presentaba la noche...." No me digan que no suena precioso... Le he pedido permiso para usarla, y este mismo jueves, en el artículo del periódico, la voy a sacar a escena.



P.D. Hace tan solo unos minutos he recibido un correo de mi amigo, colega, compañero y tocayo E. G., en el que me recordaba unas páginas de "Los cuadernos de la Romana", de Torrente: "Dispongo de tiempo suficiente. Como confío en que, en el Instituto en que voy a enseñar, no se lleven las cosas muy al pie de la letra, despacharé mi obligación con las catorce horas lectivas que la legislación me exige"(p. 8).
"15 de octubre. Primer día de clase. Todavía no tengo una impresión, ni buena ni mala" (p.20).
Y encima tendría unos alumnos estudiosísimos, aplicados y serios, que le escucharían con devoción y le sacarían unas notas excelentes en los exámenes. Los tiempos, qué duda cabe, mudan y se trastocan.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Domingo en El Bonillo (otra vez)

Hace 18 años lo hacíamos muy a menudo, acercarnos a este pueblo, los domingos, a comer, pasear un poco y airearnos. Lo primero lo hacíamos en un pequeño bar de la plaza con un camarero tan educado, fino y cortés que, comparado con la mayoría de los naturales de ese pueblo, parecía haber cursado estudios superiores en la Sorbona... Las  gentes de El Bonillo eran entonces muy particulares. No sé si lo seguirán siendo. En realidad solo conocíamos a los jóvenes de entonces, a los que dabamos clase en Alcaraz. Al resto de la población casi se podía decir que no la llegamos a ver nunca, pues cuando llegábamos no encontrábamos nunca a nadie en las calles, solitarias todas, y tampoco en el paseo o a la hora de marcharnos. Aquellos jóvenes bonilleros eran todos un poco sanchopancesco ellos, y muy dulcineas ellas. Porque El Bonillo siempre nos ha resultado muy quijotesco.


En las alquerías arruinadas que se encuentran en el camino aún se pueden leer frases como esta: "El Bonillo es una nación" o "Los ojos de las bonilleras brillan más que las estrellas". Cómo no leerlas con una sonrisa en los labios. Y aún más, cómo no pensar en el melancólico hidalgo paseando silencioso y aburrido en un pueblo como este, y perdiendo la cabeza. 


Lo del nacionalismo acendrado es algo que, si te das una vuelta, no se acaba de entender bien, al comprobar que sigue sin verse un alma por las calles. Si les gustase tanto su pueblo, lo pasearían más, pensamos. Pero quién sabe. A lo mejor lo que les despierta ese orgullo es el Greco que guardan en la sascristía de la iglesia de Santa Catalina, o los quesos prodigiosos que se elaboran en algunas de sus casas, o la Fonda de Santiago, que fue donde comimos y que goza de merecida fama entre los glotones y sibaritas de más de trescientos kilómetros a la redonda...






Finalmente, lo de airearse, en noviembre, es facilísimo, pues es un lugar muy encumbrado, y soplan sobre él vientos muy fríos y destilados... Eso sí, vivifican de un modo indudable...


Ayer hacía un día precioso, de un azul muy limpio, con nubes deshechas como hilos de lana blanca... En la calle no había nadie, solo un par de chiquillos que jugaban al balón... En El Bonillo, ya queda dicho, nunca se ve a nadie por las calles...

viernes, 25 de noviembre de 2011

Las hojas huérfanas

Todos los otoños, cuando llega el frío y soplan vientos crudos e inclementes, algunas de las hojas caídas del paseo vienen a buscar refugio a nuestro portal y nos las encontramos, cada mañana, acurrucadas en una esquina o esparcidas en desorden. Doradas, oxidadas y quebradizas como las manos de los viejos, entran por debajo de la puerta y pasan allí la noche. A mí me gusta mucho encontrarme el portal así, lleno de hojas huérfanas. Sin embargo, los vecinos no son de la misma opinión, y las de la limpieza las recogen cada día y las echan a la basura...


jueves, 24 de noviembre de 2011

Iñaki Uriarte II

Cuando me enteré de que habían publicado el nuevo tomo de los diarios de Iñaqui Uriarte, corrí a la librería a por él. Como no lo tenían, lo dejé encargado.

El mismo día que me avisaron de su llegada, publicaba Trapiello en su blog una entrada curiosísima en la que abría un hueco en su bitácora a las palabras de su mujer, que le hace una crítica contundente al libro. En realidad, más que una crítica se trata de una enmienda a la totalidad...

A mí el primer volumen de esos diarios me gustó bastante, y creo que lo vinimos a contar aquí, pero como soy un hombre sin personalidad, los defectos que le señalaba la mujer de Trapiello me hicieron dudar y mantenerme un par de semanas sin acercarme al libro. 

La crítica es un correo electrónico que le manda su mujer a Trapiello estando los dos en casa, porque al parecer es una casa con un pasillo muy largo y a veces se comunican así, para evitar darse voces. No es un texto breve. Y está muy bien escrito. Y las cosas que le reprocha al libro de Uriarte seguramente son razonables: que es un libro sordo, que el autor compone una figura antipática y engreída, que se toma a Montaigne como una hacienda familiar en usufructo, que es literatura de balneario,etc.

Sin embargo, a mí ese asiento del blog de Trapiello me dejó muy mal sabor de boca. No sé, mientras pensaba en ello no dejaba de imaginarme al pobre de Uriarte cuando leyese esas cosas, y me parecía que era un buen bofetón que Trapiello le propinaba por mano de su mujer, y que no había ninguna necesidad de hacer tal cosa, y menos delante de todo el mundo.

Y en segundo lugar, una vez leído este segundo volumen, pienso que esa crítica, por muy bien fundada que esté, no le hace justicia a un libro que parece no pretender nada más que hacer pasar un buen rato, en primer lugar a su autor al escribirlo, y después a unos lectores que ya saben que no se van a encontrar en él la solución a las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Un rato como de balneario, efectivamente.

Es legítimo que  a la mujer de Trapiello no le guste este libro, y una vez leídas sus reservas, se comprende perfectamente. Ahora, sacarlo ahí, en el blog, como bajo palio, a mí no me ha parecido un buen gesto.

Mira que le profesamos una admiración enorme al señor Trapiello, y que sus libros nos gustan como pocos otros, pero esto que ha hecho -como eso de retratarse en tercera persona en algunos de los asientos de su bitácora, hermosísma casi siempre, por cierto- no nos ha gustado nada.




miércoles, 23 de noviembre de 2011

En la barbería

Ayer fui a cortarme el pelo. Llevo haciéndolo en la misma barbería desde hace doce años, una que abrieron entonces al lado de casa, en un local que antes regentaba un zapatero remendón. Conserva un poco el aire de entonces. Al comienzo tenía, al lado de la ventana, un jaula con un papagayo que jamás consintió decir una sola palabra, a pesar de que quien se lo vendió al barbero le juró que en un negocio como el suyo raro sería que no empezase a articular algunas al poco tiempo. Luego el papagayo lo vendió y en su lugar hay ahora una imagen de cartón de Jaime Cantizano, tamaño natural, atusándose unos cabellos brillantísimos, que hasta el momento tampoco ha dicho nada.

 Una vez al mes acudo a esa barbería a que G. me discipline los pelos y a arreglar el mundo. Porque nada más entrar nos enredamos en una conversación que es siempre la misma, como si retomásemos el hilo de lo dicho en la anterior visita. Como Fray Luis, al abrir la puerta doy los buenos días y digo: "Como decíamos ayer...", y retomamos la conversación. Básicamente hablamos siempre de lo mismo, esto es, de lo mal que andan las cosas de este mundo. G., que es más joven que yo pero empezó en esto de la barbería muy pronto, es un gran descreído, aunque, como él mismo reconoce, carga un poco hacia la derecha. Pero ha visto mucho, ha escuchado mucho, y se ha vuelto ya muy escéptico.

Conoce a multitud de gentes, empleados en las más variadas actividades, y por tanto posee un enorme caudal de información sobre todo tipo de cuestiones prácticas y, cómo no, sobre el modo de vida de las gentes de hoy. Yo, si fuese sociólogo, iría a cortarme el pelo con una libreta y un bolígrafo. A G. la gente le cuenta su vida, sus glorias y sus miserias, y él les ecucha paciente y comprensivo. Yo le cuento poco, yo soy más de escuchar, y es allí donde una vez al mes me entero de las novedades del barrio, de los impuestos que deben soportar los autónomos y, sobre todo, de lo negras que se está poniendo las cosas.

Me lo paso muy bien porque G. es un narrador muy entretenido y guasón, y todas esas cuestiones las ilustra siempre con dos o tres historias ejemplares que le han sucedido a él o a algún colega. Como la de aquel señor que le llegó un día muy enfadado porque no le gustaba cómo le habían arreglado en otra peluquería cercana y luego no le quería pagar alegando que ya lo había hecho en la primera...

En la barbería de G., mi barbería, escuché yo hace ya muchos años, cuando nadie decía nada ni lo sospechaba, que esto iba a romper un día, y que esos encofradores que se cortaban el pelo en el mismo sillón en el que yo me siento, y que ganaban seis mil euros al mes y conducían unos BMW enormes como trasatlánticos, acabarían mal, que eso no podía ser... Y efectivamente, no ha sido. Ahora esos muchachos están en el paro y los ve pasar G. por delante de su puerta manejando unos viejos y descacharrados ibizas...


martes, 22 de noviembre de 2011

Resistiré

El señor Artur Mas, que es un señor de derechas, ha anunciado hoy una serie de medidas muy ocurrentes para arreglar esto de la crisis. A saber: bajarle el sueldo a los funcionarios catalanes -él, adulador, les ha llamado servidores públicos-, subir las tasas del agua y las basuras y cobrar más por utilizar los transportes públicos. Él se ve que no es servidor público, porque que se sepa va a seguir cobrando lo mismo, y que suba el billete del autobús tampoco le va a  afectar demasiado pues viaja en coche oficial y hasta le pagan dietas de desplazamiento, supongo que para las propinas que le dará al chófer... Son medidas tan brillantes e imaginativas que no me extraña lo abultado de su sueldo y de esas dietas. Me imagino que don Mariano ya habrá tomado buena nota. Porque estos catalanes han sido siempre vanguardia y saben muy bien lo que se hacen...

De manera que, ante lo que se avecina, hemos decidido que cada mañana, antes de poner un pie en la calle, vamos a ver este vídeo, para cargarnos de moral y poder continuar riéndonos un poco...


lunes, 21 de noviembre de 2011

Votando

Ayer fuimos a votar con nuestras camisetas verdes, esas que llevan una leyenda en favor de la educación pública.

Yo albergaba la secreta esperanza, que no le comuniqué a A. ni a P., de que algún interventor nos llamase la atención, o, mejor aún, que nos quisiera impedir dar nuestro voto enfundados en ella. Llevaba preparada una respuesta de casa. Fantaseaba con el pequeño escándalo que íbamos a provocar. Se ve que es uno un poco camorrista.

Pero no sucedió nada. Nadie nos dijo nada, salvo los amigos a los que encontramos, que tampoco se refirieron a nuestra vestimenta, sino a una próxima comida, el domingo que viene, en El Bonillo. Tan solo sorprendí dos o tres miradas curiosas, pero nada más. En un intento desesperado, me acerqué a un señor que llevaba colgada del pecho una credencial con el logotipo del PP, con el pretexto de preguntarle por la ubicación de la mesa electoral que nos correspondía. Me aproximé a él a pecho descubierto, esto es, con el chaquetón bien abierto, para que me viese claramente la camiseta, pero nada. Me contestó el hombre muy educadamente, con enorma cortesía, y ni se inmutó.

Volví a casa muy decepcionado.


domingo, 20 de noviembre de 2011

Jornada electoral

Antes de votar, es importante desayunar...


 

Me levanté temprano, a ver qué se veía por la calle, si aparecían los marianistas llenos de euforia, cogidos de la mano, camino de  las urnas. Pero no. Como cualquier otro domingo, a las nueve no se veía un alma por la calle. Solo las hojas caídas del otoño y un cielo un poco agrio.

Para aprovechar que ya estábamos allí, nos fuimos a por los periódicos y a una pastelería muy exquisita, a por cruasanes y el pan. Después de pagarle, me despedí del pastelero como si no lo fuésemos a volver a ver en la vida. Quién sabe, a lo mejor don Mariano y los suyos nos vuelven a todos tan austeros que ya no podremos permitirnos estos manjares dominicales. Quién lo puede decir...

El aroma de la repostería fina que llevaba entre mis brazos aventó tan sombríos pensamientos y volví a casa muy contento. Y mientras P. y A. se despertaban, dispuse las compras en la mesa de la cocina, como un regalo precioso, para que se lo encontrasen  cuando se levantasen al fin.
Dentro de un rato iremos los tres hasta el colegio de P., a depositar nuestro sagrado voto en una urna de plástico. Todavía no sabemos a quién le haremos la gracia. ¿A estos, a aquellos, a ninguno? No lo sé. Lo que sí está claro es que iremos debidamente desayunados.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El operario

Qué estampa la otra tarde al salir de casa. Era temprano, ni siquiera las tres y media aún, y se veía la calle vacía, pues a esa hora anda la gente todavía en la sobremesa, tomándose un café, recogiendo la mesa y el mantel o, desmayada sobre ellos, echándose una cabezadita antes de proseguir con los afanes del día... Solo lo vimos a él, un pequeño hombre enfundado en un mono azul, contemplando atentamente el anuncio del circo que acababa de llegar a la ciudad, colgado en lo alto de la farola. Lo miraba muy fijamente, con gran atención, y le brillaban en los ojos entusiasmos infantiles, recuerdos que debían ser muy felices, viejas risas que aún estaban vivas en él, allá en lo hondo de su memoria  y que le salían en ese momento, al contemplar ese cartel de colores, como quien saca un agua muy pura de un viejo pozo. 

Si hubiésemos tenido la cámara de fotos, le habríamos sacado una. Pero no la llevábamos encima.


jueves, 17 de noviembre de 2011

"¡El autor!, ¡el autor!"

Ya en su edad madura, Henry James decidió aprender a montar en bicicleta. Como era un hombre muy metódico, contrató los servicios de un instructor, John Plater, que todas las tardes le daba unas lecciones.



"¡Qué maravillosa invención era la bicicleta! Qué sencilla y sin embargo qué ingeniosa. ¿Por qué la humanidad había tardado tanto en comprender que, si se le imprimía cierto ímpetu, un ser humano podía equilibrarse sobre dos ruedas durante un tiempo indefinido? El secreto residía en la combinación entre ímpetu y equilibrio..., y aquí era posible extraer una analogía con el arte de la ficción: el ímpetu era el impulso hacia delante de la narrativa, la formulación de preguntas cuyas respuestas quería conocer la audiencia, y el equilibrio era la simetría de estructura, la eliminación de lo impertinente, la repetición de motivos y símbolos, la elegante variación de..." Y en ese momento una niña se le cruzó al novelista en su camino y lo hizo caer. No le ocurrió nada, tan solo alguna leve magulladura. La niña se llamaba Agatha, y de mayor también escribiría novelas, aunque bien distintas de la de Henry James. Novelas policíacas que firmaría con el nombre de Agatha Cristie.



Todo esto lo hemos leído en una hermosa novela de David Lodge, "¡El autor, el autor!", en la que se cuentan los intentos de conseguir el éxito como dramaturgo del señor James. Lo de aprender a montar en bicicleta es verdad. Lo del encuentro con esa niña que se haría famosa, no, tan solo el fruto de la imaginación del novelista.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

La Sinagoga del Agua

Como no me llevaron a Jaén, además de leerme la novel ade Toíbín, una mañana nos acercamos a la Sinagoga del Agua, que está recién abierta a las públicas visitas...



Es un caso curioso. Al parecer, todo comenzó cuando un constructor compró cinco casas contiguas y abandonadas de la calle la Parra para echarlas abajo y levantar allí un bloque de apartamentos, varios locales comerciales y algunas cocheras. Cuando iniciaron el derribo, como suele suceder en ese barrio antiguo aparecieron algunos restos de valor: piedras labradas, un arco de medio punto, pilares antiquísimos... Lo normal habría sido que se interrumpiesen los trabajos un par de días y, tras estos, se echase tierra encima -nunca mejor dicho-, sin investigar más, y se hubieran reanudado las tareas. Pero resultó ser el promotor  un hombre amante de las cosa antiguas, coleccionista y curioso de la historia de su pueblo, de manera que paralizó el proyecto inicial y cambió la labor de los albañiles que, en lugar de meter la piqueta sin preocupaciones ni miramientos, comenzaron a desescombrar cuidadosamente y con la ayuda de arqueológos llamados hasta allí, hasta que, efectivamente, hicieron el gran descubrimiento: una sinagoga con su correspondiete sala del baño ritual. En España, al parecer, no hay una sola que conserve estos dos espacios.

Es un lugar precioso. Y eso que se entra por una cámara que hace temer lo peor, amueblada con mesas oscuras y sillones frailunos que parece una sala del museo de cera de la que hubiesen sacado las figuras para restaurarlas... Si de pronto entrasen unos operarios llevando a la sillita la reina la figura cerúlea de Carlos V o de don Francisco de los Cobos, nos habría resultado a todos de lo más natural. Pero a partir de ahí, al traspasar la preciosa Puerta del Alma, todo resulta ya una maravilla.



El espacio del templo es bellísimo, y aunque hay que compartirlo con un docena de turistas, siente uno allí, si se me permite el decirlo, el soplo de los siglos, y no cuesta imaginar la llegada del rabino, y el rumor de los rezos y las oraciones. Hay allí una alta galería de madera, y, en cada esquina, un pozo profundo con su alma de agua temblando en lo profundo...



Luego pasas a las bodegas y los hornos, donde guardaban las provisiones y cocían el pan ácimo. Algunas tinajas, enterradas en el suelo, son del siglo XIII. A su lado el baño ritual, una sala desnuda con una pequeña piscina en el centro, a la que se accedía por unos altos escalones de piedra. Si uno se sugestionaba un poco y se olvidaba de los turistas que nos rodeaban, volvía a sentir ese vientecillo de los siglos, y no era difícil imaginarse judío, escuchar de nuevo el bordoneo de los rezos y creerse a punto de entrar en esa pileta.



La guía, con un marcado acento ubedí, tenía unos ojos enormes y antiguos, y hablaba con tanta pasión y conocimiento que yo salí convencido de que seguramente habría vivido siglos atrás en la comunidad hebrea de esa ciudad, rezaría cada tarde en esa sinagoga y se acerca ahora cada día, por arte mágica, a explicarnos cómo era ese mundo a las descreídas gentes del día.

No fuimos a Jaén, no, pero esta visita nos gustó mucho.

martes, 15 de noviembre de 2011

El mundo que nos espera

"En el mundo actual se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura del alzheimer. De aquí a algunos años tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven".

Drauzio Varella  (oncólogo brasileño, premio Nobel de Medicina).




lunes, 14 de noviembre de 2011

La envidia

Todos los envidiosos son idealistas. Envidian esto o aquello porque lo creen mucho mejor de lo que realmente es. Sin embargo, como no están en el secreto,  les falta imaginación para vislumbrarlo, o bien se niegan a verlo, pues envidian...



Esto lo sé porque, como Unamuno cuando escribió su Abel Sánchez, lo ha vivido uno en carne propia. Me explico.

Yo he sido siempre muy envidioso de los libreros. Me parecía el colmo de la gloria pasarse el día rodeado de libros, recibir las novedades editoriales antes de que saliesen a la venta, poder leer todos los libros que uno quisiera, tratar con los clientes, lectores como uno, solitarios como uno...



Pues bien, mi amiga A., que viene a ser como nuestra librera personal, me ha ido, a lo largo de todos estos años, desengañando.

Lo primero y principal, un librero tiene muy poco tiempo para leer, ya que se pasa todo el día en su comercio y, si un día llega a tenerlo mucho, mal asunto, pues será porque apenas entren clientes, y dejará de ser librero en muy breve tiempo.

Después, cuando leen, no leen lo que más les gusta, sino aquello que se supone va a ser lo preferido por el   público, para poder así darles el consejo. A saber, best-sellers y otros títulos inclasificables -biografías de políticos, recetarios gastronómicos o para conseguir el éxito en esta o aquella actividad, textos firmados por algún famoso de la televisión...-, algunos de los cuales son ciertamente entretenidos, pero la mayoría no.

Los clientes no suelen tener los mismos gustos de uno. Incluso piden libros de derecho o medicina u otras materias por el estilo, y uno debe conocer esos títulos, y otro porción de asuntos bien aburridos...

Y, por último, hay que tratar con las editoriales, hacer pedidos, albaranes, facturas, colocar precios, elaborar catálogos, arreglar los escaparates...

En fin, que uno, después de esas conversaciones, ya no envidia en absoluto a los libreros. Los hemos cambiado por los bibliotecarios...  Hasta que conozcamos a alguno y comience a hablarnos de sus desdichas y de la Clasificación Decimal Universal...


viernes, 11 de noviembre de 2011

El "Brooklyn" de Tóibín

Como no me llevaron a Jaén, los tres días en Úbeda me los pasé en la lectura de esta novela de Colm Tóibín. Nos gustó muchísimo.


Como en una novela del XIX, seguimos la trama al lado de la protagonista, tal que  fuésemos su propia sombra; como en tantas novelas de ese siglo, el narrador es la conciencia de ese personaje al que la vida lleva de un lado a otro; como monsieur Flaubert, bien podría decir el señor Tóibín: "Eilis soy yo..."

Eilis, la muchacha que, casi sin saber cómo, abandona Irlanda y se va a Nueva York, donde también la vida la irá arrastrando sin que ella sepa muy bien qué hacer... Eilis, la muchacha que  se le queda a uno grabada en la memoria para siempre, tal vez como un emblema de la vida de todos... Eilis, como aquellas heroínas decimonónicas, aunque con una fatalidad más fría, menos dramática, más sorda...

Porque a pesar de su filiación realista y tradicional, se trata de una novela plenamente moderna, sin necesidad de ocurrencias vanguardistas. Novela del siglo XXI con la densidad, la fluidez  y el aroma de las viejas narraciones realistas.¿Cómo se ha logrado ese maridaje? No me lo pregunten. Uno se ha limitado tan solo a leerla en unos pocos días y a disfrutarla con entusiasmo.



jueves, 10 de noviembre de 2011

Un Ydáñez en Albacete

El día de la huelga, antes de la concentración, haciendo unos mandados, pasamos A. y yo por una calle del centro y nos encontramos, en un local en el que antes había un negocio de baños y saneamientos, una tienda de marcos y estampas. Pero lo que llamó nuestra atención fue ver en su escaparate un cuadro de Santi, uno de esos autorretratos que se hace con la cara embadurnada de crema de afeitar. Era un lienzo de grandes proporciones, un primer plano tremendamente expresionista...



Entramos en la tienda. La dependienta, una mujer muy fina y atildada que debía de ser la dueña, nos atendió sin levantarse de la silla. Estaba enfrascada frente al ordenador, y tan solo demostró haberse percatado de nuestra presencia apartándose levemente de su portátil y levantando unos pocos centímetros sus gafas del caballete de una nariz muy estrecha.

-Ese cuadro, el que tiene en el escaparate, ¿es de Santiago Ydáñez, verdad?

Cabeceó afirmativa.

-¿Está en venta?

Volvió a mover la cabeza arriba y abajo como esos perretes que se veían antes en las bandejas de los coches.

-¿Y su precio?

Ya pensábamos que era la mujer muda, y que nos lo iba a apuntar en un papel, o a señalárnoslo con los dedos. Pero no. Habló al fin y dijo:

-7000 euros.

-Ya.- Pusimos cara de comprarnos cada semana dos o tres cuadros de semejante cotización.- Fíjese que  pensábamos que aquí solo vendían marcos-le dijimos por rebajarla.

Vuelta a su estado de mudez, movió de nuevo su cabeza, esta vez de un lado a otro.

Se volvió a colocar las gafas sobre el delicado caballete de sus narices, se acercó al ordenador y siguió a lo suyo.

Abandonamos el local comentando lo simpática que era esa mujer, pero enseguida nos pusimos a hacer cuentas y a fantasear: cinco cuadros de Santi que tenemos en casa, a 7000 euros cada uno... Como secretarias del Un, dos, tres...



miércoles, 9 de noviembre de 2011

El rechazo

Íbamos los tres, A. , P.  y yo por la calle, camino de la óptica.

-Papá, como sigas vistiendo así yo no voy a poder salir contigo. No me gusta que vayas así... 
-¿Así? ¿Qué quiere decir "así"?

Yo llevaba la chaqueta del muerto, que ahora ya me parece a mí que me queda bien, porque he engordado un poco, y una camisa.

-Pues así..., con esa chaqueta como de señor, y esa camisa. Me gusta más cuando llevas camisetas...
-Ya, pero eso que has dicho, eso de no salir a mi lado..., solo por cómo vaya vestido... Eso no puede ser...
-Es que, si vas así, a mí me da un poco de vergüenza...

Esto de la vergüenza ya fue superior a mis fuerzas, y si no me doblé por la mitad, como cuando te dan un golpe en el estómago, fue por puro milagro...

A. mientras tanto, como le sigue sin gustar la chaqueta, se partía también, pero de la risa. Acepta que, efectivamente, esa chaqueta me sienta mejor que antes, pero añade que eso no quiere decir que me vaya bien, y que cuando me ve con ella sigue pensando que el difunto era más grande...

Yo no daba crédito... Comencé a explicarle a P. que las apariencias no importan y que no puede juzgar a la gente por su manera de vestir, que eso es una gran tontería... Pero él insitía en que le daba vergüenza ir a mi lado si yo llevaba esa chaqueta y A. no dejaba de reírse...

-Pues que sepas -probé con el conocido método pedagógico de si no quieres taza, taza y media-, que a partir de ahora voy a ir siempre a sí, y además con corbata...

Pero no me creyó, y se unió a su madre en las risas...


martes, 8 de noviembre de 2011

Cagar ciriales

Estábamos en Úbeda, el otro día, hablando de la crisis y, de pronto, alguien dijo: "No, si las vamos a cagar ciriales". Y a pesar de que todo apunta a que así va a ser, ya nos entró a todos mucha risa, sobre todo a los que no habíamos escuchado jamás semejante dicho. Én una página llamada jaenpedia localizan la expresión en Rus (pronúnciese /¬ruuu/),  muy cerquita de Úbeda.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Reparaciones

En una sola semana he tenido que arreglar un nuevo pinchazo en la bici, la dentista me ha colocado un puente que me ha costado lo mismo que los ayuntamientos pagan por los que les monta Calatrava y hemos encargado unas nuevas gafas porque, según el oftalmólogo, estoy, así lo dijo literalmente, "al borde del precipicio de la presbicia".

De manera que se puede decir que vivimos en un taller.

El de las bicicletas es como la cueva de Alí Babá. Pertenece a una asociación benéfica que se ocupa de jóvenes que han dado algún mal paso, o varios, y a los que tratan de rehabilitar. La primera vez que entré daba un poco de miedo. Es un lugar bastante oscuro, y los muchachos parecen todos recién sacados de la tripulación de un barco pirata. Cuando abres la puerta se te quedan mirando de un modo muy teatral, oscuros y retadores, pero si no te arredras y te diriges a ellos con naturalidad te das cuenta de que son todos unas almas de cántaro. Y me tratan la bicicleta con mucho cariño. El otro día llegué a recogerla cuando ya iban a cerrar. Estaban esperándome y, para entretenerse miraban un vídeo flamenco en internet. En cuanto les pagué y recogí la bici se apresuraron a recogerlo todo, apagaron el ordenador y las luces y se enfundaron en sus cazadoras. Todo esto dando palmas. Me dieron ganas de decirles que tuvieran cuidado ahí fuera, no fuesen a tropezar de nuevo en las piedras del vicio y la perdición y caerse, como decía aquel, en la drogaína... ¿Quién me iba a cuidar la bici, que para mí es como para nuestra vecina del primero su perro, como ellos? Pero no dije nada, les deseé muy buenas noches y me fui.



La dentista, a la que llevamos acudiendo desde hace casi veinte años, es una mujer encantadora... Se pasa la vida trabajando... Su consulta es menos oscura que el taller de esos muchachos, pero siempre hay que esperar muchísimo tiempo y, por ello, acaba resultando un lugar opresivo y claustrofóbico, sobre todo cuando enchufan el hilo musical y comienzan a sonar los discos de Richard Clayderman. Yo creo que es una estrategia, porque cuando al fin llega tu turno te da igual lo que te hagan a cambio de escapar de esa sala de espera... Hasta pagas gustoso la factura, que en esta ocasión, si en lugar de ser yo el cliente hubiese sido la señora Mª. Dolores de Cospedal, no se la habría pagado de ninguna manera, por lo abultadísima.



El oftalmólogo es un hombre muy pedagógico... Fuimos P. y yo. Descubrió que P. es miope y, tras este hallazgo, estuvo una hora larga explicándonos lo que esto suponía, las cosas que debía hacer para que no le creciesen las dioptrías, informándonos de los más recientes estudios... Salimos de allí sabiendo por qué en África no hay miopes y que los asiáticos han desbancado a los americanos en el estudio de la miopía, y que han descubierto unos cristales que la frenan y tienen ya muy avanzadas unas lentillas que funcionan igual...

Luego me miró a mí y fue cuando dijo eso del barranco y la presbicia.  "No te has caído aún, pero estás a punto, como quien cuelga sujeto a una rama que no va a tardar en desprenderse".

Y ya nos fuimos a elegir las gafas nuevas...



viernes, 4 de noviembre de 2011

Saber perder II

Hoy ha jugado el equipo de P., el EBA, el primer partido de la liga de baloncesto. Contra el CABA (me parece que todos tienen nombres así, con siglas).


El primer cuarto ha resultado muy igualado: 6-4 perdía el EBA.

P. salió en el quinteto titular y no lo hizo mal. Se movió con soltura, pasó el balón con rapidez, y defendió con firmeza. Jugó casi todo el partido. Sin embargo, los dos cuartos siguientes resultaron demoledores. El equipo de P. no consiguó meter ni una sola canasta, y los del CABA, poco a poco, se fueron distanciando. En el último cuarto, P. casi mete una canasta y recogió un par de rebotes. El resultado final -yo ya había dejado de llevar la cuenta- parece que fue 48 - 8.

Pero P. y sus compañeros terminaron muy dignos, y fueron saludando a sus contrincantes con gran cortesía. Yo estaba orgullosísimo... "Así se pierde, hombre..." Casi se me saltaban las lágrimas.

Concentración, manifestación, huelga y chaparrón

Estábamos frente al edificio de la Delegación -un rascacielos muy feo- pitando sin parar con grave riesgo de volvernos sordos completos... Llevábamos allí una hora. El cielo, gris y plomizo, amenazaba lluvia y habían caído ya algunas gotas, aunque pocas e inconstantes... Pero de pronto comenzó el diluvio universal.... Si no llega a ser porque se veía cómo el aguacero caía por todas partes, habría parecido que nos estabn tirando calderos desde las ventanas de ese rascacielos...

Alguien dijo, por eso de ponerle al mal tiempo buena cara, que seguramente era, esa lluvia huracanada, responsabilidad de la presidenta, que habría obligado a los servicios de meteorología regionales a desatar ese temporal para dispersarnos del mismo modo que en otras ocasiones semejantes envían a los antidisturbios, a limpiar las calles y restaurar el orden y la paz... La mayoría reímos el chiste educadamente mientras buscábamos un lugar donde resguardarnos. Sin embargo, una muchacha comentó muy seria que con esas cosas del tiempo no se debía bromear, pues son señales y avisos muy serios que deben tenerse siempre en cuenta.

 -Puede que Dios no quiera que nos manifestemos y nos pongamos en huelga, y ha sido este chaparrón su modo de comunicárnoslo...

La miramos asombrados. Aunque habíamos escuchado todos excusas bien peregrinas para no adherirse a este paro, esta resultaba, sin duda, la más prodigiosa. Era una muchacha menuda y muy pálida, que miraba hacia el cielo de un modo penetrante y sagaz. Sin paraguas y con la capucha de su chaquetón caída, aceptaba la cantidad de agua que le estaba cayendo encima como un mártir el sacrificio.

-Yo no vuelvo a hacer huelga-comentó con trémula voz sin quitar sus ojos de lo alto.

-¿Cómo que no?-le respondieron los que la rodeaban. Y al mismo tiempo que la cogían por los brazos tratando de llevarla bajo techo, intentaban también sacarla de aquel trance místico y absurdo.

-Pero bueno, Llanos, no te das cuenta de que si Dios no viese con buenos ojos estas manifestaciones habría mandado esta tormenta mucho antes, justo al comienzo, y nos habría desarbolado como a la Armada Invencible...

-Lo que ocurre -trató de ayudar otro- es que ya debe andar Dios muy mayor, y tanto pito, bocina y silbato, le habrán terminado por molestar, a pesar de lo sordo que parece a veces. Y habrá pensado que con una hora ya estaba bien, y por eso nos ha aventado a todos.

Pero Llanos, completamente empapada y con los ojos blancos, insistía: "No, Señor, jamás volveré a hacer una huelga".

Por la tarde volvimos a la calle -ya sin lluvia-, al Altozano... Nuestra amiga J. nos llamó desde la comisaría, que es policía municipal, a preguntarnos dónde iba a ser, que andaban un poco despistados con la información que habían recibido, y si sería concentración o manifestación. Como es una buena amiga, le contestamos puntualmente, y resolvimos todas sus dudas.

No pudimos estar mucho tiempo porque P. todavía tenía algunos deberes que terminar, y estudiar para un examen de matemáticas, de manera que cada poco nos tiraba de la manga y nos recordaba esas obligaciones y, también, que se estaba aburriendo. Solo se animó un poco cuando nuestro amigo E. le pidió que lanzase unas consignas por el megáfono. Era un megáfono muy moderno, que te grababa antes, y luego, con darle únicamente a un botón, reproducía cuantas veces quisieses los pareados y clopillas que le hubieses dictado...

Y yo, mientras tanto, no dejaba de buscar por ver si descubría a la mística muchacha de la mañana, para comprobar si le habían salido ya las llagas. Pero no la vi.




jueves, 3 de noviembre de 2011

Como un buhonero

Como hoy estamos de huelga, podría haber aprovechado y hacer una entrada larga y tendida, bien corregida y revisada, pero en cambio, traigo el artículo que ha salido hoy y que, como verá quien lo lea, está hecho con los retales de algunas viejas entradas de este blog. Como un buhonero.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Viaje de vuelta

Tras un breve visita al cementerio, al que P. entraba por primera vez, tomamos el camino de vuelta a casa. Como era A. quien conducía, yo iba a su lado contemplando el paisaje.

Era el mediodía y estaba el cielo limpísimo, igual que los mausoleos que acabábamos de ver en el camposanto, y muy blanco el sol de noviembre. Dentro del coche sonaba la música amable de Manel, que le gusta mucho a P. Sin embargo, en esta ocasión comentó que si en lugar de ser aún de mañana, fuese ya por la tarde y estuviese a punto de anochecer, esas canciones le pondrían muy triste...

Entre la carretera y la sierra, el valle onduloso. Aquí y allá flotaba, como nube, un humo blanco y dormido sobre la rebeca vieja de los olivares. El calor, las canciones, que solo entendíamos a medias, y la frente en el cristal, todo junto iba adormeciéndonos poco a poco...

Después de la parada para comer, la carretera se volvíó lujosísima, como un salón cortesano. Estaban los chopos cargados de monedas de oro que iban dejando caer, como quien da una limosna, sobre todos los que por allí pasábamos...

En las cunetas de algunas curvas se veían esos tristísimos ramilletes de flores atados con un alambre a pequeñas cruces de madera. Seguramente, pensábamos, las habían colocado allí esa misma mañana, o la tarde anterior, y quisimos imaginarnos las manos que las trenzaron y sujetaron allí, en recuerdo de quienes perdieron la vida en ese mismo lugar y también como aviso para todos los que tracen esa revuelta del camino...

Más adelante, entre los bosques de chopos descubrimos viajeros que habían arrastrado hasta allí una mesa de camping y unas cuantas sillas, y comían tranquilamente. Eso, hasta hace poco, era muy raro encontrárselo en esta carretera, uno al menos no lo había visto nunca. Antes la gente se detenía en los bares y restaurantes a la orilla de la carretera, junto a las gasolineras, y se pedía el menú del día, o unas tapas, o una paella... Eso de apartarse del camino y autoabastecerse de ese modo -mesa, mantel, cubiertos, vajilla y alimentos- era, hasta hoy, cosa antigua, de otro tiempo... Tal vez por eso componían una peregrina estampa, sentados en medio de la chopera, sobre la suntuosa alfombra del otoño...

Y como noviembre a estos campos, así llegamos nosotros a casa.



 

martes, 1 de noviembre de 2011

Los peligros de Úbeda

El sábado, como los chiquillos ya se aburrían de estar en el bar, pidieron permiso para marcharse solos a casa de la abuela. Entre esta y ese bar no habrá más de cien metros, y solo hay que cruzar, en el camino, un cruce muy poco transitado. Se les concedió la venia, pero como ya eran más de las diez, y estaba la noche muy oscura, yo no me quedé tranquilo. De manera que, disimuladamente, porque si me llegan a descubrir se habrían enfadado y me lo habrían reprochado muy amargamente, salí tras ellos y, camuflado tras un higuera de la calle, me estuve allí apostado hasta comprobar cómo llegaban con bien hasta el portal, llamaban al timbre y traspasaban el umbral.

Cuando regresé al bar, se burlaron todos un poco, pues qué iba a suceder en un pueblo tan tranquilo como este, tan renacentista y hermoso...

Media hora más tarde nos levantamos nosotros. Estábamos despidiéndonos de J. y de J., que viven en el portal de al lado, cuando pasó por la acera un joven muy mal encarado, que nos miró con ferocidad. Caminaba tambaleándose e iba rumiando algo entre dientes. Al verlo, mi cuñado dio un paso atrás y, señalándolo, comenzó a hacer gestos con la mano como si estuviese blandiendo un arma blanca. "Este anda por ahí amenazando a la gente con un cuchillo. A. tiene pendiente un juicio con él, porque lo tuvo que echar del centro de salud y al día siguiente se le presentó en su casa con un cuchillo jamonero..."

Mientras nos contaba esas cosas, yo contemplaba al muchacho, que a duras penas lograba mantenerse en pie. Sin embargo, de repente, como si hubiese escuchado lo que nos estaba narrando nuestro cuñado, se dio la vuelta bruscamente, y se dirigió hacia nosotros con la misma mirada feroz de antes. "Adentro", murmuré, y empujé a todo el mundo hacia el fondo del portal mientras cerraba la puerta con estruendo. Estuvimos allí unos diez minutos sin que ocurriese nada ni el joven amante de los cuchillos pasase por delante. En ese tiempo, J. completó el retrato: al parecer anda todo el día metido en líos, pegándose con estos y aquellos, y nos narró una escena terrible, sucedida hacía apenas unas semanas, en la que se lo encontraron en mitad de la calle, con el torso desnudo y completamente ensangrentado, clamando venganza contra no se sabe quién...

Luego ya salimos del portal, y recorrimos los tres pasos hasta el portal de F. en menos de un segundo...

Menudo pueblo tranquilo, iba pensando, pero no dije nada...