miércoles, 18 de enero de 2012

Carlos Puyol, in memoriam

No te voy a contar
nada nuevo: vivimos
en una casa demasiado llena.
Con muebles, versos, chismes,
perifollos y plantas de interior,
palabras que no quieren decir nada
y soberbias locuras
para pasar el rato.
Es lo que llaman calidad de vida.
El día en que nos llames estaremos
doblemente desnudos,
echando en falta en medio de la luz
el engaño a los ojos de las cosas.
Hace apenas tres días que leíamos estos versos, de su último libro, El corazón de Dios. Y el lunes por la noche lo llamaron. Fue de repente, como le gustaría que le sucediera a mi padre, a mi suegra, como lo logró Maruja, la compañera de teatro de mi madre. Nos enteramos por la mañana, viendo el periódico en internet. Como la página avanza en vertical, de arriba abajo, lo primero que se nos apareció fue su foto, y pensamos con ilusión que sería una entrevista, que habría sacado ya la novela de este año. Hace apenas tres días, cuando leímos esos versos, estuvimos luego revolviendo por las estanterías, ojeando el resto de sus libros, y nos preguntábamos cuándo sacaría uno nuevo, tan ligero, tan leve y hondo, tan feliz como siempre, uno de esos libros suyos que tan alegres horas nos han procurado... Sin embargo, el titular que aparecía bajo su foto era el anuncio de su muerte. Nos quedamos helados.

A Carlos Pujol nunca le agradeceremos bastante todo lo que ha escrito y nos ha dado a leer: los versos y los prólogos, las novelas y los ensayos... Los tenemos siempre muy cerca, al lado de donde tecleamos cada tarde en el ordenador, y nos gusta cogerlos de vez en cuando, igual que el otro día, para abrirlos, leer una o dos páginas, dos o tres aforismos, tres o cuatro versos... Como escribió mucho, unos noventa libros dicen sus necrológicas, de vez en cuando buscamos por internet alguno de los que nos faltan. Eso es, hoy, el único consuelo, saber que aún nos quedan varios libros suyos sin abrir, y que también volveremos a leer -si nadie nos llama antes-, los que ya tenemos, porque sabemos que nos parecerán nuevos y seremos, una vez más, durante el tiempo que dure su lectura, más ligeros, alegres y buenos...

Hace aproximadamente un año estuvimos en Barcelona. Una mañana me descolgué del grupo familiar para buscar una librería de viejo. Quería recuperar una novela suya que había perdido en una mudanza, El lugar del aire. Quería volver a tenerla por dos razones: por lo hermosa que es y porque se abre con las misma palabras que pronunció  mi madre una tarde memorable: "-¿Y si no nos muriéramos nunca?"... 

No creo que haya hoy en nuestro país un escritor mejor, tan valioso, tan alegre, tan cervantino... Ayer en el telediario hablaron del entierro de Fraga, y nada dijeron de este escritor maravilloso. Esa es una buena radiografía del mundo. El día que todo vaya como es debido, sucederá al revés. Aunque es muy incierto que el mundo marche alguna vez de esa manera, y también que vuelva a haber un escritor como este...

Carlos Pujol era un hombre creyente, y por eso hoy nada nos gustaría más a nosotros, tan escépticos y descreídos, que tuviese su fe razón. Por lo que nos pudiese tocar, desde luego, pero sobre todo por saberlo, aunque nostálgico del engaño a los ojos de las cosas, en medio de la luz.


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