lunes, 2 de enero de 2012

Doce uvas, doce páginas

Como la de las uvas, mantenemos nosotros, desde hace tiempo, otra costumbre para saludar al año nuevo. Justo tras las campanadas, cuando al fin terminamos de comernos la última- comemos cada una con tranquilidad y sin prisas, de manera que todos los años terminamos cinco o seis minutos después de la última campanada, cuando ya hay alguien - La Oreja de Van Gogh, Davis Bisbal, Ana Torroja o cualquier otro semejante- cantado una de esas canciones que suenan siempre igual-; cuando al fin terminamos con las uvas, decíamos, abrimos un libro de Cunqueiro, uno cualquiera, y leemos un buen rato. Cunqueiro es lectura para cualquier día del año, para cualquier estación, para cualquier hora, pero no imaginamos otra mejor para recibir a un año recién nacido. Son las de sus libros páginas siempre felices, cantarinas como un río, luminosas, llenas de vida y sueños, como la mejor de las sonrisas... Y ya que no de champán, cava o sidra, nos vamos embriagando dulcemente con sus historias, tan poéticas y fabulosas, y nos dormimos llenos de alegrías y esperanzas...


El de este año -centenario de su nacimiento- fue El descanso del camillero, que es un libro, al parecer, difícil de conseguir, y que nosotros encontramos, por casualidad y por internet, en una librería anticuaria de Olney, en U.S.A., muy cerca de Filadelfia, y por el que pagamos, hace un par de años, una cantidad que no voy a contar aquí. Está compuesto, como El envés y Laberinto y Cía -que también le editó Perucho en la editorial Taber-, por una  dorada gavilla de los artículos que publicaba en El Faro de Vigo cuando fue su director. Son, todos y cada uno de ellos, una maravilla. Dejo aquí unas líneas del prólogo:

"(...) Los temas saltan como los días, y los artículos son hijos más bien de mi sorpresa ante la fauna y la flora mundanal, el hombre -al fin, según el filósofo griego "el animal más extraño"-, y los rostros que toma en cada siglo, y las estaciones, las dulces sonrisas femeninas, y los grandes y pequeños trabajos humanos, que componen eso que se llama historia. Y el respeto a las verdaderas riquezas, el pan, el pensamiento libre, el vino, los sueños, el derecho a la limosna y al milagro, etc.

Había imaginado que este libro fuese iniciado con una carta dedicatoria al que allá en el siglo XVI fue obispo de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara. Y no solamente por lo que aprendí en él, aprendí a escribir, sino porque conforme van pasando los años, me encuentro muy fiel a él -como Borges, por ejemplo-, en la invención de erudiciones, sin temor a ningún bachiler Rhua que salga diciendo que no hay tal griego, que tampoco sabio chino dijo tal verso, y que en la "Heimskringla" no muere de amor ninguna doncella rubia... Al final, con nuestras invenciones, damos un rostro más complejo del mundo, y por ende más veraz. Le prestamos gratuitamente imaginación a quien no la tuvo, y componemos la imagen de un hombre o una edad, yendo más allá de la figura o la crónica, a buscar perfiles y sombras en el fondo de los espejos, o en la memoria parpadeante de las estrellas. Y al final, resulta siempre -y en esto hablo como ajeno a mí, como si predicase de otros-, que hemos ancheado el mapa de la sensibilidad humana, hecho inteligibles muchos misterios, inventado nuevos secretos y formas de azar, y encendido lámparas a cuya luz se ven claramente las urdimbres de los tapices donde se figuran los sueños... Puedo pedir, pues, desde este rincón, que mis invenciones sean aceptadas por sí mismas, por su coherencia con el tema. Y que se vea bien que se scherehadiza siempre un poco en cada capítulo, aun en aquellos de la más profunda y melancólica gravedad. ¿No tiene pena de la vida quien en la larga noche no sepa decirse un cuento?

Por otra parte, los primeros romanos que llegaron a Galicia, mi enorme y antiguo y lejano reino, cuando pisaron la ribera del lento río Limia, creyeron estar  a orillas del Letheo, el río del Olvido, tan funesta agua que aquel que la cruzase, quedaría para siempre vagante amnésico por el mundo, sin saber de patria, sin lengua, sin memoria de mujer e hijos... Por si esto fuese de algún modo verdad, yo he querido poner del otro lado del río, este haz de noticias a salvo. Como quien en cabaña de monte nevado, conserva el tesoro del fuego.

A. C.

Mondoñedo, marzo de 1970"



3 comentarios:

  1. ¡Feliz año nuevo!
    Que sea próspero y sigas escribiendo muchas más entradas en el blog.

    Un beso hacia el sur.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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