viernes, 27 de enero de 2012

Pensamientos vagabundos (el fluir de la conciencia)

Todos los jueves jugamos el partido de los jueves. Después del café de sobremesa y de unos breves minutos en el limbo, con la cabeza reclinada en los cojines del sofá, cogemos nuestra mochila y nos vamos caminando lentamente hasta el polideportivo. Como seguimos siempre idéntica ruta -plaza de la Veleta, Zapateros, Mayor, Teodoro Camino, Nueva...-, hacemos ese paseo casi a ciegas, con el piloto automático,  y vamos por ello con el pensamiento vagabundo, recordando ahora una cosa y al momento otra, imaginando esto y aquello...

Ayer me adelantó una pareja de la Policía Montada de Albacete. Montada en bicicleta. Hace un año más o menos que algunos de estos agentes patrullan así, centauros y pedaleadores. Al verlos sentí de nuevo dolorosa nostalgia de la mía. ¿Dónde andará?, pensé, ¿a quién llevará ahora de aquí para allá?



Doscientos metros más tarde, me  encontré de nuevo a los dos policías. Habían descabalgado para pedirle la documentación a un indigente que pedía limosna de rodillas y con los brazos en cruz. Tenían las bicis descuidadas en mitad de la calle. Al cruzar a su lado, se me pasó por la cabeza que estaría bien subirme en una de ellas y huir pedaleando. ¿Qué cara se les quedaría? Naturalmente, lo pensé pero, como tantas veces, no convertí el pensamiento en acción, pues es seguro que me habría traído, esa travesura, muchos y desagradables inconvenientes. Y entonces me vino a la memoria mi profesora de Lengua de COU, que era también la directora del instituto, doña Carmen Díaz Castañón, y aquello que nos contó más de una vez sobre las ganas locas que le entraban, cuando acudía a escuchar una conferencia, de levantarse, acercarse al estrado y beberse ese vaso de agua que les ponen a todos los charlistas y conferenciantes. Recordé todo eso, supongo, porque encontré que ese impulso de mi profesora era primo hermano de este que se me había despertado a mí al pasar delante de la bicicleta sin ciclista...

Doña Carmen... ¡Qué mujer!, ¡qué recuerdos! Se murió muy joven, y en el instituto acabó mal, por no sé qué asunto con el seguro escolar... No lo recuerdo bien, pero parece ser que un año utilizó parte de ese dinero para comprar un cuadro o una escultura para el museo del instituto. Sí, en mi instituto, que era público, había un museo de arte moderno. Había, también, una jerarquía, y los alumnos de primero, tan asilvestrados, ocupábamos las antiguas cuadras del palacio -porque mi instituto fue un palacio, el de los Bernaldo de Quirós, y sobre la puerta principal, que daba a un hermoso patio, se podía leer la divisa de aquella familia: "Después de Dios, la casa de Quirós", y en él durmió Jovellanos alguna noche, camino de la corte-, y solo accedías al cuerpo principal del noble edificio a medida que ibas pasando los cursos. Tenía también, no podía ser de otra manera,  un enorme y solemne salón de actos, donde se realizaba la apertura de curso cada año, con una conferencia y premios para los mejores estudiantes del  anterior, y, cada poco, los viernes, acudían gentes como Camilo José Cela, Torrente Ballester, Alberti, Juan Benet, Antonio Gala, Buero Vallejo, José Hierro, y no recuerdo cuántos más de semejante calibre. Todo eso lo consiguió aquella mujer menuda, inteligente y fea a la que daba gusto escuchar. Discípula de Dámaso Alonso, por qué se quedó en mi pueblo y no continuó su trabajo de brillante filóloga en Madrid lo explicaba ella con sencillez: se enamoró, se casó, y, gracias a eso, el instituo en el que uno estudió era público y de élite, con su museo de arte moderno, y sus conferenciantes ilustres...



Clases nos dio pocas, la verdad, porque cuando no estaba en un congreso, estaba recibiendo a Gil de Biedma en el aeropuerto, pero las recuerdo magníficas, amenas, sugerentes, provechosísimas... A las conferencias íbamos obligados, y teníamos que presentarle el lunes un resumen de lo dicho por el conferenciante... Recuerdo a Torrente maravilloso, toda su charla de pie, al borde del estrado, contándonos cómo se le ocurrían aquellas novelas suyas maravillosas,  a un Benet displicente y antipático, pesadísismo al sobrino de Menéndez Pidal , y emocionante hasta las lágrimas a Félix Grande aquella tarde que nos contó de su amistad con Julio Cortázar, al que nosotros queríamos tanto, y que acababa de morir en París sin aguacero... Cuando doña Carmen fue directora de aquel instituto, en mi pueblo, minero y oscuro, sucedían, algunos viernes, cosas prodigiosas...

Al museo nos llevaba don Prisciliano, el profesor de Geografía e Historia, cuando no tenía ganas de darnos clase, y se burlaba de aquellas figuras abstractas y de aquellos cuadros que nadie sabía si estaban colgados de derecho o del revés... Yo guardo memoria, sobre todo, de un cubo de metal oxidado que se titulaba "La cabeza del Cid"... Don Prisciliano... ¿qué habrá sido de él? Una tarde nos contó cómo había llegado a profesor, habiendo sido, nos aseguró, tan mal estudiante. Al parecer, ante el desinterés de su hijo por los libros y el estudio de estos, su padre lo llevó un día consigo a la mina. Un solo día. Al siguiente, el joven Prisciliano retomó las clases con desesperación, acabó la carrera y hasta se sacó las oposiciones...


Terminada la carrera, me encontré de nuevo con doña Carmen en un curso del CAP. Ya la tenía asediada la enfermedad, pero ella acudía animosa cada tarde muy arreglada y compuesta, pintada y maquillada. La recuerdo una de aquellas tardes con un vestido rojo de cuero, agarrándose a la vida con todas sus fuerzas... Siempre estaba alabando lo guapos que erámos -ella, tan poco agraciada, valoraba mucho la belleza - y lo jóvenes, y nos daba muchos ánimos...

Y recordando todo esto, sin darme casi cuenta, ya llego al pabellón , me visto de corto, salto a la cancha y lo doy todo que, a esta edad nuestra, ya no es mucho...

5 comentarios:

  1. Muy hermoso tu artículo de hoy.
    Por cierto, ¡menudo instituto! Yo hablaría del mío, pero creo que bastante bien lo conoces.

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  2. Enrique, con esos mimbres culturales ya entiendo yo tus dotes de buen narrador.Y aprovecho para darte las gracias por tu generosidad al compartir tus reflexiones porque su lectura me hace pasar unos ratos estupendos.

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  3. ¡Qué lujo de instituto! Y ahora en provincias, pero mira tú le sacas provecho a todo.
    Nos tienes picaditos con tus posts. Esta mañana entro y me encuentro que hay dos y me he puesto de contenta. A veces es como tomarse un café contigo, otras con la tertulia con caña, sea lo que sea lo que compartes con nosotros es muy entretenido e interesantes tus reflexiones.

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  4. exactamente lo que hacía, era utilizar el dinero del seguro escolar para comprar obras de arte? y para pagar (en B) a los conferenciantes...en febrero te sigo contando...
    saludos y besos...

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  5. Llevaba varios días sin ponerme al ídem con tus entradas y, aunque todas me están gustando mucho, como siempre, con esta me he emocionado. Casi, casi como si doña Carmen me hubiera dado clase a mí. Gracias.

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