martes, 10 de enero de 2012

Funebrismo

Nunca es buen momento para morirse, pero según nuestro amigo N. diciembre y sus alrededores es época terriblemente propicia para ello. Y así debe ser, por lo visto. Se han muerto, casi al mismo tiempo, los padres de C. y de J., y en Asturias encontramos a mi madre conmocionada por la de una amiga muy querida, inesperada y repentina. "Pobre Amalia", suspiraba mi madre, "con lo buena y elegante que era...".


Con este panorama, muchas de las conversaciones que mantuvimos estas vacaciones giraron en torno a esta rara costumbre de morirnos que tenemos las gentes -que decía Borges-. Hasta mi padre, que nunca ha sido muy partidario de tratar el tema, comentaba, sin venir a cuento y mientras dábamos un paseo, que qué suerte eso de morirse de súbito, sin sufrimiento y sin dar guerra. Nosotros, cuando salía el asunto, tratábamos de dar, toreros, una larga cambiada, pero los acontecimientos no ayudaban. Una mañana nos estaba contando mi madre de una compañera suya del grupo de teatro, Maruja, que también opina lo mismo sobre las ventajas de morirse así, de repente y por sorpresa, sin avisar a nadie. Al parecer está la mujer bastante descacharrada, y nada más levantarse, casi sin poner el pie en el suelo, ya tiene que tomarse diez pastillas. Sin embargo, a pesar de sus muchos achaques, se ve que esos medicamentos le sientan estupendamente, no le duele nada y es una de las actrices principales del elenco. Pues bien, a los diez minutos de terminar su relato mi madre, sonó el teléfono. La avisaban de que Maruja había conseguido lo que quería: se había acostado como cada noche y ya no despertó.

Sugestionada de este modo, no es extraño que mi madre se asustase al volver de misa, esa misma tarde. Poco antes de llegar a casa vio venir hacia ella a un grupo numeroso que llevaba cogido de brazos y piernas el cuerpo de alguien grande, alto, corpulento. "¿Qué habrá pasado?", se preguntó. "Pobre", y se persignó. Sin embargo, al acercarse comprobó que a quien así llevaban no era ningún hombre desvanecido, malherido o muerto, sino el figurón de Elvis que tienen en la entrada del Charly, el bar que hay debajo de casa, y que seguramente irían a darle algún arreglo antes de la Nochevieja, que es cuando acostumbran a sacarlo a pasear en un coche descapotable y le hacen una gira por el pueblo, que hasta Ujo y Santullano lo llevan...

1 comentario:

  1. Como buen admirador que soy del amigo Peret. Yo soy de los de "Y no estaba muerto, no, no
    Que estaba tomando cañas. Y no estaba muerto,no,no. Que estaba de parranda"

    ResponderEliminar