domingo, 6 de febrero de 2011

Domingo

Los domingos salgo siempre muy de mañana, a por el pan y los periódicos, y, a veces, a encargar un pollo asado, para la comida. Las primitivas tareas de recolección y caza, ahora muy simplificadas y cómodas, prefiero hacerlas temprano.

A esas horas casi no hay nadie por las calles, ni ves pasar un coche. El único sitio poblado de nuestro barrio es el interior de una cafetería, que a esas horas ya está siempre lleno, por lo general con gentes mayores, que se toman un café, juegan al dominó y  leen el Marca o el As.

Hoy había un par de fumadores en la puerta, donde les han puesto un pequeño velador y unas banquetas. Charlaban muy plácidamente, hasta que salió un parroquiano y se unió a la tertulia. Estaba muy enfadado por tener que estar así, a la intemperie, para echarse un cigarro y, mientras lo encendía, se quejaba a los otros dos: "¿Cuántos críos de ocho años veis ahí dentro?, ¿cuántos?... Esto es un lugar de ocio, coño, de ocio... Como el académico aquel, podría haber dicho a continuación que él no fumaba casi nunca, que ese cigarrillo que acababa de encender era el único que se iba a fumar en todo el día, pero la voz calcinada que tenía, y las toses que le acometieron nada más terminar de hablar le habrían desmentido. Los que ya estaban allí no le dijeron nada, ni que sí ni que no, tan solo fumaban sus pitillos en silencio, estoicos y serios, resignados no solo a la ley que les obliga a estar al fresco sino también a tener que aguantar a todos estos glosadores y comentaristas, pesadísimos la mayoría, que les deben de estar dando la tabarra a cada instante. Se veía que les incomodaba la presencia del espontáneo y no abrían la boca. Sin embargo, el otro no se callaba y seguía, entre caladas que acometía con desesperación, con su perorata: "Esto es una infamia, hombre. Yo creo que lo hacen por joder, fíjaos en lo que os digo, por joder". Pero la pareja nada. Mudos, la mirada perdida en la distancia como el abuelo de Víctor Manuel, continuaban fumando sin prisas ni entusiasmo.

De manera que ya no tuvo más remedio, el charlatán, que acabar rápidamente su cigarro y meterse de nuevo en el bar. Solo entonces retomaron su conversación aquellos dos silenciosos, subidos en los altos taburetes, con las piernas colgando.

2 comentarios:

  1. Esta mañana he salido por el canal de Mª Cristina y me he acordado de ti.
    Había muchísima gente, menos mal que aún quedan gentes sanas; aunque igual te los encuentras luego fumando en la puerta del bar, como esos de los que hablas...

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  2. Yo, en cambio, estuve un ratito en La Pulgosa, a llevar a P. a un cumpleaños, y aquello era inenarrable. La gente casi que tenía que bajarse del coche, y ponérselo encima de la cabeza para poder pasar. ¡Menuda romería! Y yo con pantalones de tergal, bufanda y abrigo, rodeado de chándales y todo tipo de ropajes deportivos.

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