lunes, 28 de febrero de 2011

Crónica urgente de una mañana de lunes

Los lunes, como salgo pronto del trabajo, aprovecho para hacer cosas que el resto de la semana me son más difíciles. A veces voy al banco, otras al supermercado, a la biblioteca municipal, de librerías. Casi siempre me quedan unos minutos para, antes de volver a casa, tomar una cerveza y leer los periódicos.

Acostumbro a ir a una café muy bonito que hay cerca de casa, lleno de objetos de anticuario y de cuadros. El dueño, además de este café, se dedica a la compraventa de esa clase de objetos y a la correduría de obras de arte. Algunos de los cuadros con los que negocia los tiene colgados en el local hasta que los vende. Por ello, no es raro poder contemplar, durante una temporada, muy cerca de la entrada, unas veces un bores, otras un tapies... Siempre obras de este estilo. Yo intento sentarme en algún lugar desde el que no se vean bien.

También hay, colgadas por todas partes, fotografías enmarcadas donde se ve al dueño al lado de todos los escritores, músicos y actores que han pasado por este pueblo, a echar la conferencia, montar un concierto o representar un drama. La mayoría están hechas en el bar, adonde los trae después de sus actuaciones, y hace que alguien lo fotografíe pasándoles el brazo por el hombro. También tiene, encima de la barra, retratos de una docena de escritores: Faulkner, Hemingway, García Márquez, Vargas-Llosa, Octavio Paz... Es un café artístico y literario. Sin embargo, los lunes por la mañana, cuando yo lo frecuento, solo se habla de fútbol.

Yo doy los buenos días, me siento en una esquina, cojo un par de periódicos y pido una cerveza o, si anda el tiempo despacible y frío, un café. Y no digo esta boca es mía. Cuando llego suele estar el dueño solo, pero al cabo de unos minutos aparecen siempre los mismos parroquianos, tres o cuatro que deben de ser clientes fijos, y se ponen de inmediato a repasar la jornada futbolística con el artístico barman. Comienza siempre este, lamentando la trayectoria lamentable del equipo de aquí. Luego, como en el telediario, repasan con mucho detalle lo hecho por Madrid y Barcelona. Lo hacen a grandes voces, dándose todos la razón y poniendo verdes a otros clientes que no son de su cuerda y que a esa hora nunca están presentes.

Antes también solía aparecer, a esas mismas horas, el portero titular del Alba. Venía con su mujer, muertos de frío los dos, que son de Costa Rica. Por lo que he visto y oído, es un portero bastante bueno. Seguramente el próximo año ya no estará aquí porque lo fichará un equipo mejor. Dicen que tiene ofertas de Inglaterra y de algunos equipos de la 1ª división. El dueño, en cuanto los veía entrar, se iba hacia ellos y ya no los dejaba solos ni un segundo. Los trataba con mucha confianza, se reía del frío que decían sentir, adelantándoles que todavía no había llegado lo bueno, que se preparasen, que eso de lo que se quejaban ni era frío ni ná, que aquí el frío de verdad, que es negro, llega más tarde, y las nieves. Luego le preguntaba a él por el partido del domingo,  le comentaba las jugadas más importantes y le decía que el árbitro que habían tenido era un tonto completo. Hace ya muchos lunes que el portero y su mujer no aparecen.

Hoy, sin embargo, me encontré el café cerrado. No me había enterado de que la hostelería había programado un día de huelga. Me sentí abandonado. ¿Y ahora a dónde iba a ir yo? Me sentí estafado. ¿Desde cuándo puede un bar cerrar de ese modo, sin avisar? Deberían ser como los cuarteles, las comisarías o los dispensarios, y tener prohibido el derecho a la huelga. ¿A dónde vamos a llegar?, me preguntaba indignado. Además, pensaba mientras deambulaba sin dirección, si al menos la huelga fuese seria y por un motivo razonable... Pero resulta que la protesta se fundaba en la ley contra el tabaco y que solo van a cerrar este lunes, un día tan solo, y además el que menos les puede doler. Si de verdad están disgustados y sus intereses realmente dañados, que cierren una, dos o tres semanas, y entonces ya verán cómo la gente se queja  y les apoya. Pero así... Ganas de molestar a un pobre hombre como yo. Sumido en estas amargas reflexiones, acerté a tropezar con una cafetería que sí estaba abierta. Refugié en ella mi desamparo -que además estaba la mañana muy fría para andar arrastrando sombríos pensamientos por ahí-, pedí un descacafeinado y abrí el estupendo libro que ando leyendo -ya les contaré-.

Al cabo de un rato, cuando ya me disponía a marchar, apareció un piquete. Lo formaban no más de veinte personas, casi todos varones muy bien abrigados, que iban riéndose y charlando muy relajadamente. Se pararon delante de la cafetería, hablaron con un par de policías que los iban pastoreando, pegaron una pegatina naranja en el escaparate -"No eres hostelero, eres usurero", rezaba en rima consonante-, y se marcharon con igual tranquilidad , serenos y satisfechos.

Así, yo no me creo que tengan problema ninguno. Si de verdad estuvieran perdiendo algo, habrían montado una huelga como es debido, por ejemplo el fin de semana, y el piquete habría sido más numeroso, más aguerrido y mucho menos complaciente. De manera que me fui a casa pensando que, igual que hay quien cree que Zapatero ha hecho esa ley del tabaco para hacerle la puñeta personalmente a ellos o Mourinho que todos -excepto Dios- le tienen envidia y hacen las cosas para jorobarle, los hosteleros han hecho este cierre para fastidiarme a mí.  

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