viernes, 4 de febrero de 2011

Vecinos

Ayer, cuando ya eran más de las once de la noche y veíamos la tele, comenzamos a escuchar quejarse a los vecinos de abajo. No es raro que se hagan notar, pues suelen hablar a grandes voces y, de tarde en tarde, reúnen a toda su parentela, que debe de ser numerosa, y organizan unas fiestas muy animadas, con cante y baile y mucha zambra. Zapatean con  arte, dan palmas con ritmo impecable y las muchachas tiene unas voces privilegiadas, tanto que cuando cantan parecen un disco. Salvo esto, son unos vecinos muy educados, muy bien vestidos los jóvenes, con ropas caras, ellas muy guapas, morenas, con unas melenas como de anuncio de champú. A la madre se la suele ver viniendo siempre del supermercado, arrastrando un carro cargado hasta los bordes. El patriarca acostumba a ir en chándal, pero se le ve poco.

La que se lamentaba era la madre, y uno de sus hijos, con una voz más elevada, le pedía, por favor, que se calmase. Pero la madre no le hacía ningún caso y, al contrario, se dolía cada vez de un modo más agudo. No entendíamos muy bien lo que decía, pero lo que fuese lo declaraba al borde de las lágrimas, implorante, sufriente. Se dirigía a ese hijo que la trataba de calmar, y parecía estarle recordando lo que debe de ser un hombre, un hombre como es debido. Pero no se escuchaba bien todo lo que decía. No tuvimos más remedio que buscar el modo de informarnos con mayor claridad de lo que allí abajo estaba sucediendo. Nos tumbamos en el suelo y pegamos la oreja al parqué. (Ya sé que no fue este un gesto noble, tampoco cómodo, se lo aseguro, pero si no lo hubiésemos hecho así no nos abríamos enterado de qué era lo que pasaba y, por tanto, no podría venir ahora a contárselo aquí a ustedes).

"¿En tan poco te tienes, hijo mío, tan poco crees que vales? La mujer que tú quieras la tienes, hijo, a la que tú le digas algo te va a decir que sí, cariño, pero esta..., esta noooooo, esta te va a perder, porque no es buena, escúchame lo que te digo, que conozco a la familia, y te va a hacer un desgraciao, hijo..."  Lo decía con un tono de salmodia y una voz quejosa y lastimera. Y seguía: "¿Pero es que no te das cuenta? Yo siempre te he apoyao, hijo, cuando viniste con una paya yo no dije na, pero esto..., esto no. Ahora tú lo ves todo muy bonico, pero cuando te veas allí, solo, entre esa familia, vas a ser un desgraciao, un desgraciao", y rompía a llorar con un llanto muy sentido.




Al hijo ahora ya no se le escuchaba ni una palabra. Tal vez por eso, la madre decidió hacer uso de otros argumentos, menos dulces: "Te vas a perder, hijo, te vas a perder... Que los conozco y no son buenos..., el padre un maricón y la madre una puta..."

A. había bajado el volumen de la tele y yo levantaba un poco la cabeza del suelo para retrasmitirle todo con puntualidad.

Luego, de repente, apareció la voz del padre, gruesa, grave, colérica, que tomaba las riendas a su manera: "Pero di algo, hombre, di algo. ¡Reacciona! ¡Son lo peor, esa familia, vas a acabar muerto, porque te vas a dar cuenta de que te equivocaste y te van a matar! ¡Que solo es un coño, coño, y coños hay muchos!"


Nosotros estábamos ya un tanto incómodos, pero la historia, convendrán conmigo, merecía el sacrificio.

Luego reanudaba la madre sus lamentos. Era un poco como si estuviesen barajando entre los dos a Lorca y a Shakespeare. Este, por boca paterna, volvió enseguida: "Coge las maletas, coge ahora mismo las maletas y lárgate, idiota, lárgate con esa gente, y cuando te maten..., ya nos avisarán, y entonces vamos, te enterramos y se acabó". 


Pensamos entonces que escucharíamos gritar a la madre, ante la posibilidad de ver irse de un modo tan inmediato a su hijo, camino a la perdición, en mitad de la noche. Pensamos que se escucharía cierto revuelo: el hijo que abandona el salón camino de su destino fatal, no sin antes pasar por su habitación, abrir las puertas de su armario, recoger su ropa y, finalmente, dejar atrás el domicilio paterno cerrando la puerta de la calle a sus espaldas. Pero no. Volvieron a repetirle un par de veces más los  mismos argumentos, la madre los lorquianos, los isabelinos el padre, de nuevo sin respuesta. Lo demás es silencio.





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