sábado, 1 de enero de 2011

1 de enero

La niebla de año nuevo
AQUÍ todos los años comienzan de  este modo, con una niebla espesa que lo vela todo. La niebla, aquí, como el concierto de Año Nuevo en Viena, aparece con puntualidad cada uno de enero.  Lo sé porque he revisado estos días los diarios que llevamos escribiendo muchos años y allí aparecen consignados estos celajes. Quince cuadernos que comienzan todos de idéntica forma, entre nieblas, ausente el mundo, sin calles ni edificios, como si todo estuviese aún por hacer.
Está bien que los años comiencen así, poéticos y llenos de silencio, misteriosos e invisibles. Se hace uno la ilusión de que, cuando esa niebla se levante, surja otro paisaje, otra ciudad, otra vida, y sea verdaderamente un año nuevo, completamente distinto del anterior. Es como un regalo que nos trae cada nuevo año, una pequeña fantasía que nos entretiene un rato.
Pero no. Cuando al fin la niebla se disuelve y desaparece, todo es siempre exactamente igual al año pasado y es imposible encontrar diferencia alguna. Sin embargo, también esto nos parece bien.




Calendarios e ilusiones

Porque los calendarios y las fantasías no son, al cabo, más que eso: un entretenimiento, una distracción. O, como decía Baroja, una manera de pasar el rato, que es de lo que se trata.





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