sábado, 8 de enero de 2011

Días en Úbeda

De Úbeda tenía escrito uno  hace tiempo un texto muy breve y lírico, lírico-breve, como una estampa un poco torpe y antigua. Y como los ordenadores son un verdadero desván donde todo queda arrumbado, después de buscarlo un rato, lo he encontrado y, tras sacudirle el polvo, lo traigo hasta aquí:


REUNIÓN DE FANTASMAS
Es una ciudad de provincias, es decir, un pueblo un poco grande. Es el invierno. Cae una lluvia fina y es temprano. Hay por la calle poca gente, casi toda con paraguas menos yo -que lo he perdido-. Suenan las campanas del ayuntamiento y los coches pasan murmurando sobre las calles empedradas. Viejas torres y antiguas iglesias. En los soportales, racimos de viejos madrugadores y ociosos comentan el tiempo. Uno no es de aquí sino de otra tierra, al Norte, y no es suya la memoria de estas calles ni suyo este acento de la voz en los portales; pero no le importaría haberlo sido, poseer una infancia de inviernos oscuros como éste, tener raíces en estas calles antiguas y empinadas, haber jugado en sus plazas y en los patios de viejos palacios arruinados, haber bebido aquí el veneno amargo de una nostalgia por algo que  probablemente no existe en ningún lugar, y, a su tiempo, haber huido en su busca .

Ama uno estos lugares casi tanto como los propios, de los que huyó un día para no tener que perderlos jamás y así poder volver cada cierto tiempo a curarse las heridas y  nostalgias. Ama uno mucho estas calles y este pueblo y, aunque llueva cada vez con más fuerza y no lleve paraguas, doy un rodeo y me acerco a la plaza grande, la que se parece tanto a la que hay en Recanati, el pueblo del que apenas salió Leopardi, pero más hermosa. Hay naranjas por el suelo, tiradas por el viento que dobla los árboles. Allí está la fuente que un ministro de Carlos V trajo desde Italia, y al fondo el templo que mandó levantar, El Salvador, pardo y mojado. Santa María, la antigua mezquita, permanece muda y silenciosa en una de las esquinas. Cierran la plaza las piedras doradas de dos o tres palacios.

Todo es en esta mañana imagen melancólica del invierno. Tras recoger en los ojos este cuadro difuminado y gris, vuelvo, como una sombra, hacia la casa de F., al resguardo de un libro y el brasero. Leopardi va a mi lado.
En el camino, me detengo en una librería muy pequeña. Y descubro que existe en este pueblo alguien, que podría ser yo si viviese aquí, que ha encargado un libro de poemas de Ramón Gaya y las mismas novelas que no hace mucho terminé de leer. Regreso con las manos en los bolsillos calle Real arriba. Ya no me acompaña Leopardi sino la sombra de ese otro fantasma que pide los mismos libros que yo leo en la librería diminuta del Paseo Mercado. Hay una tertulia en la tintorería que está frente a un palacio que fue, en mejores tiempos, colegio de muchachas, y que ahora se ve abandonado y con las ventanas cegadas por tablones. Cerca se escucha un piano torpe y desmañado. En una calle estrecha, por los muros pardos del palacio, se desliza la sombra lenta de un vencido y triste profesor de francés. Arrecia la lluvia y los carteles de forja de los anticuarios bailan en los vástagos con el viento, al son de una misma canción:
Belerda tiene un pastor;
tiene Alicún su poeta;
Úbeda la plazoleta
del Desengaño Mayor...



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