martes, 25 de enero de 2011

Frío

Como la mayoría de la gente vivimos ahora, afortunadamente, rodeados de comodidades, con calefacción en las casas y buenos abrigos, el invierno y el frío nos parecen cosas antiguas, como de otro tiempo muy lejano. Por eso salimos estas mañanas como quien se va a una guerra -también muy antigua-, abrigados hasta los dientes con gruesas bufandas, guantes de lana, gorros, tapabocas...


Salimos avisados por la información meteorológica de los telediarios, que no puede ser más detallada, minuciosa y exacta. En realidad, se ha separado ya del telediario, se ha ganado un espacio propio y dura casi media hora. Pero resulta muy entretenida y saludable. Después de los deportes, que ocupan también largo tiempo interpretando los crípticos mensajes del entrenador del Real Madrid,  esta información sobre el tiempo atmosférico hace que nos olvidemos de las noticias que nos han contado las leticias del momento, porque tantos datos no pueden caber, de ninguna manera, en cabeza humana. Así logran que no nos entristezcamos con las desgracias de este mundo y, sobre todo, que no nos arrebate la cólera loca.




Sirven también estas separatas meteorológicas para recordar algunos lugares que conocemos, por ejemplo Teruel, y conformarse con lo que uno tiene, por modesto que sea. Aquí habremos estado a siete bajo cero, sí, pero allí..., allí han llegado, los pobres, a ¡catorce! Lástima de gentes.


Aunque a veces, tanta insistencia con esto de las bajas temperaturas, las borrascas, los hielos y los fríos tremendos, nos amosca un tanto y llegamos a pensar si no estarán, estos avisos meteorológicos, subvencionados por las compañías del gas y la electricidad, porque, tras oír de ellos tan a menudo y durante tantos minutos, a ver quién es el valiente que no se sugestiona y  no sube la calefacción unos cuantos  grados o deja de tener encendidos, todo el santo día, los radiadores y braseros.

Pero es el caso que allá vamos estos días, camino a la batalla, quiero decir al trabajo, igual que caballeros bajo su armadura, con un par de camisetas, calcetines de montaña, un enorme jersey y el más pesado de nuestros gabanes. Caminamos con cierta dificultad bajo tanto peso y no se nos ve la cara, apenas un poco los ojos, que se nos cuajan de lágrimas, no por ningún pesar o emoción, sino por la bajísima temperatura. Y vamos pensando, todo el rato, en la dulce primavera, lejana aún como un sueño.

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