miércoles, 5 de enero de 2011

Noche de Reyes

YO TAMBIÉN CREO EN LOS REYES MAGOS. No se trata de una fe fácil. He tenido grandes altibajos. En la infancia fui, como todos, un devoto entusiasta e incondicional. Después, a los ocho o nueve años, no lo recuerdo bien, me dijeron que no existían tales majestades, que los regalos que cada 6 de enero encontrábamos en el salón  los habían comprado y colocado allí nuestros padres, que todo era una engañifa. Viví con esa herida –siempre abierta, en carne viva-, incrédulo, escéptico, con esa sequedad en el alma, durante mucho tiempo. Una larga travesía del desierto. Sin embargo, desde hace ya casi diez años, he vuelto a creer. Ahora, el hecho de que estos magos prodigiosos lleven siglos sin dar señales de vida, no me parece razón suficiente para dudar de ellos. Estarán distraídos. Caí del caballo leyendo a Pla. En un artículo bien hermoso, como la mayoría de los suyos, decía que una leyenda, cuando es capaz de proporcionar tal cantidad de felicidad e ilusión como ésa lo hace sin duda, no podía ser simplemente una leyenda  y se convertía inmediatamente en algo bien real y cierto. Amén. Vi la luz. Volví a la fe verdadera. Lo escribí todo en un ARTÍCULO navideño de hace un par de años.


Sin embargo, ahora es P. el que comienza dudar. Está en la edad peligrosa. El otro día, camino del kun-fú, en mitad de una conversación sobre otro asunto, me lanzó la temida pregunta: “Una cosa”, me dijo, “¿no seréis vosotros, mamá y tú, los Reyes Magos?” Sentí un frío helado recorriéndome el espinazo, como si me hubiese puesto una pistola en la espalda – tengo que dejar de leer novelas policiacas-. “Noooooooooo”, contesté como el rayo, “¿cómo vamos  a ser nosotros los Reyes? Claro que no… ¿Por qué me preguntas eso?” “Algunos chiquillos lo dicen en el colegio”, me explicó. Se me pasó por la cabeza anular la matrícula, sacarlo al día siguiente de ese colegio, darle una educación como es debido… en casa. “No tienen ni idea, P., ni idea de lo que dicen”. Y ahí quedó la cosa.


Cuando se lo conté a A., esta me regañó. Piensa que hay que ir desvelándole un poco ese misterio. Ve con simpatía esa fe recobrada de uno, pero piensa que hay que buscar una explicación más plausible para nuestro hijo. “Perdiste una oportunidad estupenda para hacerlo”, me riñó.
Camino de Asturias, a la altura de Fuentidueña de Tajo -lo recuerdo perfectamente-, mientras íbamos tan campantes escuchando a los Beatles, inesperadamente, volvió P. a preguntar: “Oye, pero de verdad, ¿vosotros no sois los Reyes Magos?” “Creo que tu madre tiene algo que decirte, hijo”, le pasé la pelota a A. Y allí le contó, con gran delicadeza, que, aunque existen, claro que existen, todos los padres somos una especie de agentes especiales de sus majestades, comisionados secretos o pajes, que les tienen que hacer ciertos recados o mandados, para conseguir que los regalos lleguen puntuales esa mágica noche, y a hasta colaborar económicamente, sobre todo en estos tiempos de crisis. “Ah, ahora ya me encaja todo un poco mejor”, reaccionó. Pareció quedarse conforme, pero yo no me fío.
De todos modos, todo creyente se ve asaltado de vez en cuando por las dudas. Es natural. Pero a pesar de ellas, esta noche volverá a ser especial, dormiremos todos un poco inquietos y, al levantarnos, nos encontraremos, como cada año, algunos regalos en el balcón. Prueba irrefutable.


1 comentario:

  1. Yo estoy recuperado para la "causa", la travesía del desierto ya pasó. Formo parte en primera fila de la logia de agentes secretos de la ilusión. Y esta noche dormiré inquieto

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