sábado, 15 de enero de 2011

A Francisco Rico le crece la nariz

Filólogo eminente y académico erudito, a Francisco Rico le habría gustado mucho escribir el Quijote. Se le adelantó Cervantes.  Y como no acaba de perdonárselo, ha dedicado gran parte de su vida a corregirle la novela, hasta presentar, hace unos años, una edición definitiva, limpia al fin de todos los errores e impurezas con las que don Miguel nos la había presentado. Ha sido, qué duda cabe, labor de mucho mérito... aunque perfectamente inútil. Mal que le pese al erudito Rico, el Quijote no ha necesitado nunca, para estar vivo, de  correcciones, notas a pie de página o sesudos análisis y aclaraciones. Y Rico, que es sin duda un hombre inteligente y de vastos saberes, entiende también esto y lo soporta mal.



Porque al profesor Rico -no hay más que escucharle hablar para darse cuenta- le habría gustado mucho no solo escribir la inmortal novela cervantina, sino también ser un marqués ilustrado, uno de esos nobles diciochescos que se pasan la vida entre libros primorosamente encuadernados, recibiendo las adulaciones de sus súbditos o azotando a los criados. Ha sido siempre, más que un filólogo, una vedete, con un altísimo concepto de sí mismo. Posee la capacidad y la paciencia para hurgar en los viejos textos clásicos y para el conocimiento minucioso y exacto de los detalles más insignificantes de aquellos. Sin embargo, no quiso el cielo concederle el don de la creación, la gracia del poeta o el nervio del narrador, ni siquiera la capacidad para escribir con algo de claridad y sencillez. Tampoco la más mínima humildad, que es, pensamos nosotros,  lo que le ha perdido toda su vida. Sin humildad no se puede hacer nada que valga realmente la pena -poema, novela o estudio- y muy a menudo se cae en el ridículo.


Suele hacerlo, el ridículo, cuando habla de Cervantes, al que, como no se puede quejar, acostumbra a meterle el codo en las costillas o el dedo en el ojo, para quitárselo de encima. Y acaba de volver a  hacerlo, hace apenas un par de días, a propósito de la ley antitabaco. Publicó entonces el señor Rico un furibundo artículo contra esta ley (AQUÍ). Se trata, como pueden ver, de un texto un tanto colérico, hablando de golpes bajos y vilezas (también utiliza, en lugar de "convivencia", la palabra "conllevancia", que además de ser rara es muy fea). Pero lo más sorprendente aparece al final, donde, en un post scriptum, dice: En mi vida he fumado un solo cigarrillo.

Vistas las dos fotos que he colocado en esta entrada, lo primero que se piensa es que el señor académico miente como un bellaco. Pero, ¿cómo va a hacer algo tan pueril un hombre tan valioso e importante? No puede ser. De manera que buscamos otras explicaciones. Y pensamos que, siendo este señor gramático tan esdrújulo y encumbrado, y conociendo como él conoce en grado sumo las sutilezas de nuestra lengua, tal vez ha querido decir que no ha fumado uno solo, no, sino cientos; o también que, hombre de grandes economías, ha fumado, a lo largo y ancho de su vida, un solo cigarrillo, siempre el mismo, que ha venido administrando con maña y austeridad. Y que la elaboración de esa frase ha sido muy cuidadosa, voluntariamente ambigua, para que venga ALGUIEN a afearle la mentira y pueda lucirse él en la explicación y la réplica. Sin embargo, si uno piensa un poco en esta posibilidad, la cosa resultaría incluso más infantil y chusca que la mentira evidente. Por lo que no queda más remedio que volver al principio y concluir que el profesor Rico ha mentido y le va a crecer la nariz.


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